Suceder a Deng
LA PARSIMONIOSA agonía de Deng Xiaoping está dando lugar a una incipiente lucha por la sucesión y á un despertar de fuerzas políticas que sólo ahora parecen creer que puede llegar su hora. Las recientes votaciones de la Asamblea Nacional china, en las que hasta un tercio de los 2.750 diputados presentes votaron en contra o se abstuvieron de ratificar el nombramiento de varios viceprimeros ministros, son una muestra del posible desperezamiento de un gigante político.Sin haber sido nunca formalmente jefe del Estado, del Gobierno o del partido, Deng ha sido el indiscutido líder de China en los últimos tres lustros. Tres veces ascendido hasta los máximos peldaños del poder, para caer en las dos primeras y convertirse finalmente en el Gran Timonel de la desmaoización, el promotor de la apertura económica y el introductor de una indefinible mezcla de dictadura del partido comunista sobre una base real de capitalismo creciente, deja la escena sin un mecanismo sucesorio que ordene el futuro.
La inédita voluntad de hacerse sentir del Parlamento chino, que hasta ahora, con su única sesión anual de dos semanas, era una pura estampilla de las decisiones del partido, parece conectarse al protagonismo de su. presidente, Qiang Shi, un viejo dirigente que ha hecho casi toda su carrera en los organismos de seguridad, no relacionado con la corrupción rampante entre la jerarquía y que posee un valioso conocimiento de las debilidades de los eventuales candidatos al liderazgo.
Qiang, que ha mostrado mesurados deseos de apertura económica y aun política, no es exactamente un liberal, aun haciendo las salvedades que el término pueda significar en China, pero tampoco básicamente conservador como los dos obvios candidatos a la sucesión: el líder del partido, Jiang Zemin, y el jefe del Gobierno, Li Peng. Por ello se le considera un posible puente entre los que sólo desean proseguir la apertura económica y los que entienden que hay que soltar también lastre político. Eso podría hacer de él no sólo un factor decisivo a la hora de dar el poder, sino también un candidato de primera línea por sí mismo.
Todo ello significa que la rebelión parlamentaria no necesariamente implica que los votantes del no o de la abstención sean reformistas en potencia, sino más bien peones de una partida que ahora comienza a jugarse, en la que tienden a defender sus puestos en la nomenklatura de un comunismo ideológicamente en liquidación, pero más fuerte que nunca en el disfrute de las sinecuras del poder. Las votaciones de los presuntos partidarios de Qiang Shi eran, en este sentido, cargas apenas disimuladas contra Jiang Zernin, que había presentado, a los candidatos -ratificados, pero con fuerte voto de castigo-, y Li Peng, que apoyaba esos nombramientos.
A falta de una línea sucesoria y de una figura que, remotamente, domine la escena como lo ha hecho Deng, se especula hoy con la posible formación de algún tipo de dirección colectiva. La inmediata sucesión de Mao; a su muerte en septiembre de 1976, se saldó con el nombramiento de una figura de aparente síntesis, pero sin suficiente base propia de poder, Hua Guofeng, que tres años más tarde había evacuado lo esencial del mando en favor de Deng. La que se estima ahora inminente desaparición del líder desmaoizador podría dar paso, a su vez, a una fluidez de la situación política en la que se tratara de prolongar indefinidamente una reforma económica que no comportara apertura política. Y ni siquiera China parece que pueda posponer eternamente ese acrobático desequilibrio de perestroika y de glásnost a la manera de Pekín.
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