La guerra privada
La injusticia no está en un solo campo. En el enfrentamiento entre el Estado y los terroristas algunos. aparatos del primero no han dudado en bajar a los más hediondo de las alcantarillas y perpetrar atrocidades como las que ahora saca a flote la identificación de los cadáveres de José Ignacio Lasa y José Antonio Zabala. Torturados salvajemente hasta la muerte, según es fácil suponer, para arrancarles una información que no tenían.En el primer aniversario de la desaparición de los dos jóvenes sus familias, ambas numerosas, encargaron una misa en la iglesia de Benta Haundi, en las afueras de Tolosa. Ni siquiera pudo ser un funeral, no existía constancia legal del fallecimiento. En el cruce de carreteras de Benta Haundi comenzó el 7 de junio de 1968 la historia trágica de ETA. En un tiroteo murieron el activista Txabi Etxebarrieta y el guardia civil José Pardines.
Casi 30 años después, ETA sigue matando. Una conferencia como la que ha organizado hace dos semanas en Bilbao Elkarri para intentar abrir el diálogo político sobre la paz en Euskadi no hubiera sido posible sin la evidencia de que en la lucha contra los terroristas, determinados aparatos del Estado se pusieron la ley por montera y acabaron mimetizando, incluso superando, los métodos del otro campo.
Algunos habían convertido esa lucha entre el sistema democrático y los terroristas en una guerra privada, sin más límite ni más ley que el éxito frente al enemigo. De esa guerra privada fueron víctimas Lasa y Zabala, Segundo Marey y una veintena larga más de víctimas mortales.
Pero hubo otra víctima. Se tiende a presentar la reacción de los vascos frente a ETA como un fenómeno reciente, forjado tras un despiadado combate con el miedo. Una revisión de la historia reciente y pasada obligaría a preguntarse qué influencia tuvieron los GAL en. cortar de raíz reacciones populares en Euskadi que ya en 1983, hace más de 12 años, eran multitudinarias.
Tras el secuestro y asesinato del capitán del Ejército Alberto Martín Barrios una muchedumbre cercana a las 200.000 personas llenó las calles de Bilbao para gritar contra el crimen. La familia del militar, rota, encabezaba la marcha junto al entonces lehendakari Carlos Garaikoetxea y dirigentes de todos los partidos del espectro democrático, con la ritual ausencia de Herri Batasuna.
Entonces irrumpieron los GAL. Lasa y Zabala ya habían sido secuestrados. Pero fue inmediatamente después cuando los GAL dejaron la tarjeta de visita en los medios de comunicación, con el secuestro de Marey, y después con el primero de un rosario de asesinatos, el de Ramón Oñaederra, Kattu, el 21 de diciembre de 1983.
Para escribir la historia definitiva habrá que preguntarse cuántos de aquellas decenas de miles; de vascos que clamaban juntos y en silencio en Bilbao se sintieron cogidos entre los dos fuegos de una guerra privada y se sintieron obligados a inhibirse o a esperar. Para no figurar en la rama civil de ninguno de los contendientes.
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