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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Partido Popular corteja a Pujol

ENTRE LOS fragores de las tormentas monetarias y las secuelas de la accidentada repatriación y encarcelamiento de Luis Roldán acaban de aparecer los primeros síntomas de un viraje político en las relaciones entre el Partido Popular y Convergéncia i Unió. Primero fue la entrevista cordial entre el presidente de la Generalitat y su crítico más despiadado, el presidente del PP catalán, Aleix Vidal-Quadras. Más tarde, la escasa o nula oposición de los populares catalanes al Plan de Normalización Lingüística presentado por Pujol. Finalmente, el pasado viernes, la votación conjunta de populares y convergentes favorable a la exculpación del ex consejero Josep María Cullell, bajo sospecha de tráfico de influencias. Cuanto más próxima se observa la posibilidad de que Aznar llegue a La Moncloa, más maleables se hacen las posiciones de los populares ante eventuales acuerdos o pactos con los nacionalistas catalanes.La práctica de un antinacionalismo sin matices pudo parecer rentable para el aislamiento del socialismo en declive. Pero Pujol y su actual alianza con González han demostrado hasta el momento una enorme resistencia a esta corrosión. No es extraño entonces que el PP empiece a cambiar de estrategia. Se había dicho siempre que los populares no podrían llegar al Gobierno sin un umbral electoral mínimo en Cataluña y el País Vasco. Alcanzado ya el objetivo en este último caso, una parte de la renta electoral en Cataluña puede venirle como simple efecto del retroceso socialista. Pero el PP necesita mejorar lo suficiente como para poder gobernar en solitario, también en nombre de Cataluña, si obtiene mayoría absoluta. Ese ascenso será difícil si se mantiene la imagen de un partido encastillado, incapaz de desempeñar un papel determinante en el juego de alianzas en los principales municipios catalanes y en la propia Generalitat. Con más motivo, necesita sacarse de encima esa imagen si quiere contar con los apoyos nacionalistas imprescindibles para gobernar en un escenario de mayoría no absoluta.

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Pero no parece que este giro deba leerse en clave de ruptura de la actual alianza CiU-PSOE, al menos en un horizonte próximo, sino más bien como preparación de escenarios de futuro. De persistir en la mutua satanización practicada se hará muy difícil presentar el cambio de alianzas sin que desprenda un aroma sospechoso de apaño coyuntural. El buen entendimiento es cosa que requiere preparación, y lo sucedido estas dos últimas semanas indica que en ello están tanto el PP como CiU. Esta circunstancia coincide precisamente con el 15º aniversario de las primeras elecciones autonómicas catalanas, las que dieron el poder a Pujol y le instalaron precisamente en un centro político del que nadie ha logrado desalojarle.

Los tres lustros de pujolismo demuestran precisamente la flexibilidad de la política de alianzas que ha sabido practicar el más duradero de los presidentes autonómicos. Si hasta ahora cuenta en su lista con una alianza estratégica con Unió Democrática, con sucesivos cambios de pareja hacia la derecha (UCD), hacia la izquierda nacionalista (Esquerra Republicana) y hacia la izquierda española (PSOE), ¿por qué razón no habría de culminar su recorrido con una alianza con el PP?

Pasar este trago no será probablemente: fácil para nadie. La modulación de la distancia entre los populares y el nacionalismo catalán es algo que probablemente costará esfuerzos y no excluirá episodios de confrontación. Ayer mismo, con su discurso crítico en el Parlament, Vidal Quadras asumió casi en solitario el papel de aguafiestas de la conmemoración pujolista. El PP deberá afinar su posición sobre la cuestión lingüística, tanto en lo que respecta al Plan de Normalización de la Generalitat como a la Ley del Poder Judicial, que tienen recurrida.

Convergéncia i Unió tendrá que ver cómo reacciona su electorado más hostil al españolismo que lucen los populares, aunque en su caso cuenta con un discurso bastante elaborado sobre las alianzas: no deben bloquear el desarrollo autonómico y deben significar un estímulo a la recuperación mediante una mayor atención a la economía productiva. Pero, en cualquiera de los casos, parece claro que lo que ahora apunta puede ser decisivo para la estabilidad política en España en los próximos años.

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