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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ciaboga nacionalista

LA CONFERENCIA de paz celebrada el pasado fin de semana en Bilbao bajo los auspicios del movimiento Elkarri ha supuesto un considerable éxito para sus organizadores, y para Herri Batasuna. No hace mucho, desde el mundo radical se reconocía que la dinámica emanada del Pacto de Ajuria Enea había calado en la población y estaba perjudicando sus expectativas. La campaña del lazo azul y la movilización contra el asesinato del sargento de la Ertzaintza Joseba Goikoetxea fueron dos manifestaciones de esa dinámica de unidad de los demócratas frente a los violentos; el fuerte retroceso de HB en las europeas de junio, su reflejo electoral.Las consecuencias más inmediatas de la conferencia de Elkarri son la desautorización de la Mesa de Ajuria Enea, la sustitución de la frontera entre demócratas y violentos por la que separa a los nacionalistas, de quienes no lo son y la relativización del acuerdo de convivencia fodado en tomo al Estatuto de Gernika. Tres objetivos clave en la estrategia de HB.

Se podrá argumentar quizá que para alcanzar la paz era imprescindible dar satisfacción a HB, pero dificilmente negar que eso, dar una victoria al radicalismo abertzale de HB sobre el Pacto de Ajuria Enea, es lo que se ha hecho ahora. El pacto se fundamenta en la renuncia expresa de los firmantes a sacar beneficios políticos de la violencia, y de ahí su rechazo de principio a la negociación política pretendida por ETA. El objetivo era desmontar la coartada con que ésta justifica su recurso a la extorsión y el asesinato: que representa a la mayoría nacionalista de la población y que si mata es porque ello resulta útil (es decir, imprescindible) para garantizar los derechos de los vascos.

En la conferencia, el PNV y quienes le han secundado se han situado en una lógica totalmente diferente: al admitir que hablar de paz es hablar de autodeterminación están diciendo que es posible ir más allá del estatuto como consecuencia de la presión terrorista. La incoherencia no desaparece, sino que aumenta cuando desde el PNV se pretende justificar su giro con el argumento de que la paz exige ceder por ambas partes. No parece que acentuar el radicalismo de su mensaje pueda considerarse una cesión por parte de un partido nacionalista. Y es evidente. que los violentos lo van a interpretar como prueba de la eficacia amedrentadora de sus métodos; sobre todo, a menos de dos meses del asesinato de Gregorio Ordóñez.

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Es cierto que existe el riesgo de un acomodo de los partidos en sus posiciones, incluyendo la aceptación resignada de la continuidad indefinida de la violencia. Y que habría que intentar aprovechar con inteligencia cualquier posibilidad de integración en el consenso vasco de la minoría antisistema representada por HB. Pero no es posible olvidar que la raya que separa a los demócratas de los violentos es la misma que divide a los defensores de la autonomía vasca de los que la combaten (matando ertzainas, por ejemplo). Mal podrá reforzarse el consenso vasco si en lugar de defender la autonomía se la cuestiona, y si para ganarse la neutralidad del 15% se compromete la del 30% o el 40% de la población.

Porque además es falso que el PNV comparta los mismos fines que los amigos de ETA. Si éstos triunfasen, Arzalluz y Ardanza, y muchos otros vascos demócratas, tendrían que exiliarse. La algo más prudente actitud del lehendakari, así como la del consejero Atutxa, parece indicar que ellos tampoco acaban de entender esta ciaboga del PNV consistente en cambiar de rumbo a base de mover los remos de ambos costados en sentido inverso.

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