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La soledad del Banco de España

El gobernador del Banco de España no gana para sustos. Aparte de encontrarse con el desastre del Banesto, ha tenido que pilotar la peseta a través de rápidos que la han devaluado cuatro veces en dos años y medio. Ahora se enfrenta con la necesidad de tomar medidas que mantengan su valor medido por el poder de compra interno de nuestra moneda, cuando todo el mundo desea dinero bien barato para que no pierda aliento la recuperación, económica. Tengo que decir con todo respeto que no está acertando.Es cierto que las decisiones de política monetaria se toman colectivamente en el seno del consejo ejecutivo. Me imagino a esos sabios economistas achicando agua bajo la meditabunda mirada del patrón. Pero, al final, las críticas y los elogios se centrarán en el doctor Rojo, que es la figura emblemática de la nueva independencia del banco emisor.

Es cierto que esa independencia para llevar adelante el encargo de mantener estable el poder adquisitivo de la peseta está mediatizada de dos maneras: una expresa, la responsabilidad del Gobierno de decidir la política del tipo de cambio; otra sutil, la obligación de estar también al servicio de la política económica del mencionado Gobierno, si es que la hay.

De esa manera, la mirada meditabunda se tiene que volver estrábica. Tiene el Banco de España que perseguir mirar tres objetivos a la vez: la inflación, para evitar que decaiga el poder de compra de la peseta; el tipo de cambio, que a la postre influye en el valor de la moneda, en la medida que el apolillado balance de España SA permite que se la mantenga en pie; y la reactivación de la economía real, en la que influye el principal instrumento monetario hoy empleado, los tipos de interés.

Todos podemos equivocamos. Sin ir más lejos, hace dos semanas vertí críticas acerbas sobre el Banco Europeo de Inversiones, domiciliado en Luxemburgo, cuando quería referirme al Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, parido por la UE y que, en Londres más bien, está apenas reponiéndose de los desatinos de Attali, el amigo de Mitterrand, el amigo de Castro.

Como notaba David Marsh en el Financial Times esta semana, desde 1961 el marco alemán ha triplicado su valor frente al dólar, quintuplicado frente a la libra, octuplicado frente a la lira, aunque ha perdido un tercio frente al yen y un quinto frente al franco suizo. La peseta, en los últimos tres años del mandato del gran líder europeo y déspota ilustrado Felipe González ha perdido casi un 30% frente a la moneda alemana. Así es muy difícil mantener el valor de nuestra moneda. Si además el Banco de España tiene miedo a subir los tipos para no abortar la recuperación, me temo que no pueda cumplir su cometido principal.

Una devaluación en serie, de proporciones cuasi-mexicanas, como la sufrida por España (si es que no viene otra), es efecto de una mala política económica persistente y disimulada, que en fin de cuentas ha consistido en suministrar dinero fácil a toda clase de gastos improductivos. Al depreciarse la divisa tenemos todos los españoles menos liquidez. Lo inmediato es corregir el rumbo para que los mercados no impongan una continuación de la cascada.

Ahora debería el Banco haber seguido el ejemplo francés con una subida, no de medio punto primero y medio después en el coste del dinero, sino de dos puntos, como lo han hecho nuestros vecinos. Especialmente si, pese a la buena voluntad del ministro de Economía y Hacienda, el gasto público y el déficit siguen creciendo irresponsable y electoralmente.

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