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Tribuna
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La traición

Rosa Montero

Tengo la sospecha de que este sinvivir que muchos padecemos últimamente por los escándalos políticos, esta penita pena y este abrirnos las venas ante tanta ilegalidad y recochineo es una obsesión propia de cierta edad. O sea, que a los más jóvenes, pongamos que de 25 años para abajo, les trae talmente al pairo que Fulano robe o que no robe, o incluso que pague a pistoleros. A ellos les interesan más que nada las cosas concretas de sus vidas, amores, exámenes, trabajos, el éxito, el dinero y que haya suficiente nieve en la montaña para poder esquiar el domingo próximo (a veces el orden de prioridad empieza por lo último), pequeñas cosas de vidas muy pequeñas, y no es que la mía sea ni un ápice mayor que la de ellos. Todas las existencias particulares son diminutas en cuanto que las contemplas desde fuera.Comprendo que les aburra la insoportable mezquindad de nuestra política, pero creo que se equivocan cuando piensan que lo que está sucediendo no les incumbe a ellos. Porque los últimos años de este país están siendo una clase magistral sobre la traición a uno mismo y a los propios principios; sobre cómo puede uno perder no ya los sueños que un día tuvo, sino incluso el recuerdo de haberlos tenido. Es un camino hacia la indignidad que comienza muy pronto, y no con grandes delitos, sino con deshonestidades pequeñitas que se van multiplicando como un moho. Ahora, a mi edad mediana, he aprendido que vivir es eso: someterse al cotidiano desgaste de la tentación, de las mil posibles corrupciones y mentiras; y procurar resistir, o al menos no naufragar del todo. También los, más jóvenes están en ese campo de batalla; deberían contemplar con más interés el espectáculo para aprender los riesgos. Para apreciar la tonta fealdad de quienes fueron un día como ellos y se perdieron.

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