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La supuesta víctima de un crimen es vista con vida cometiendo estafas

Jan Martínez Ahrens

. César Lorca Moya, de 56 años, fue cadáver durante un mes. Un tiempo durante el que, pese a ser considerado oficialmente víctima mortal de un asesinato, aprovechó para irse sin pagar las 5.000 pesetas que debía en la pensión Alfonso XI de Sevilla, para estafar supuestamente a una casera en Córdoba y pulular por las pensiones de la estación de Atocha. Y es que la identidad de César Lorca Moya, hijo de Gregorio y María, natural de Olivares del Júcar (Cuenca), ha sido atribuida -erróneamente, según los últimos testimonios- al cadáver descubierto el 9 de enero en el lago de la Casa de Campo. Un cuerpo con la cabeza machacada y metido dentro de dos sacos de arpillera.

La confusión surgió después de que el juez, ante la imposibilidad de identificar el cuerpo, autorizase el 18 de enero la difusión en los medios de comunicación de su fotografía -aparecía deformado- así como de algunas de sus características físicas. Pronto, una mujer salmantina identificó el cadáver como el de su ex marido. También lo hicieron el hijo, el hermano y la cuñada. A ninguno le cupo la menor duda -el parecido es extraordinario- La identidad fue hecha pública a los cuatro vientos. Sin embargo, una reconstrucción del asesinato emprendida por EL PAÍS descubrió hace dos semanas que el difunto o por lo menos alguien con su nombre seguía paseando por Sevilla. La pista quedó confirmada esta semana, cuando el dueño de la pensión Alfonso XI reconoció en el retrato de César Lorca Moya al hombre que la noche del 8 de febrero -un mes después de emerger el cadáver asesinado- se alojó y cenó en su negocio. El hostelero se acordaba bien. El tal César Lorca Moya se había marchado sin pagar y tras sablear a su mujer 2.000 pesetas. "No traía ni un pitillo", indicó. Asimismo, la policía de Córdoba informó a este periódico de que la noche del 16 al 17 de febrero César Lorca Moya fue denunciado por estafar 6.000 pesetas a una casera.

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La Guardia Civil comunica a los parientes que sigue vivo el hombre que se dio por muerto

VIENE DE LA PÁGINA 1El hostelero recordaba con resquemor al cliente: "Dijo que venía a la construcción y que esperaba a sus compañeros de obra. Le sacó 2.000 pesetas a mi mujer diciéndole que eran para materiales". El propietario de la pensión le describe como un hombre "casi calvo", de unos 50 años, 1,70 metros de altura y vestido con chaqueta deportiva y pantalón gris. Una descripción que corresponde a la de César Lorca Moya -cuya biografía está jalonada de estafas a pensiones-.

El reconocimiento, efectuado por el dueño ante dos policías, ha echado por tierra, según fuentes de la investigación, la posibilidad de que los movimientos asignados a César Lorca Moya correspondiesen a alguien -como el propio criminal- que se hubiese apropiado de la documentación del cadáver. Ante estos hechos, la estrategia policial ha cambiado radicalmente.

Mientras se ha dado parte a la Guardia Civil para que comunique la nueva, el propio César Lorca Moya, que hasta la pasada semana descansaba oficialmente en el Instituto Anatómico Forense como víctima de un asesinato, se ha convertido, sin éxito, en objeto de búsqueda policial. Sus últimos movimientos han sido registrados en los alrededores de Atocha.

El cadáver, por su parte, huérfano de nombre, ha recobrado su anonimato y, a la par, el misterio de su muerte. ¿Quién era? ¿Quién le mato? La investigación empieza otra vez desde cero y la policía solicita de nuevo ayuda para la identificación.

Los familiares, a su vez, fulminados por la sorpresa, han recuperado, según su parentesco , un marido, un padre o un hermano. "Pues sí, la Guardia Civil me informó el miércoles de que mi hermano estaba vivo y de que no era el cadáver. Y fíjese que en febrero ya celebramos una misa por su alma. En fin, me alegro, sobre todo, por él", comentó a este periódico Julián Lorca Moya, quien, con todo, afirmó: "Pero para mí que el muerto que vi en la foto era mi hermano". Una incredulidad ligada al hecho de que en el pueblo no se haya visto a César en carne y hueso.

Algo, por lo demás, frecuente. César emigró de Olivares del Júcar a los 25 años tras una disputa familiar. En el pueblo tardaron casi 15 años en volverle a ver. Llegó calvo y acompañado de un hijo. La visita duró poco y no se repitió, según sus familiares, hasta 1994.

Entretanto inició un lento descenso. Acostumbrado a dormir en pensiones baratas, más de una vez se apropió en ellas de lo ajeno. En 1988 lo hizo en un establecimiento de Valladolid. Hurtó un reloj de oro marca Certina y unos pocos miles de pesetas. No era la primera vez que vulneraba la ley. Su foto, que sirvió para que las víctimas le reconociesen, ya ocupaba desde 1983, por motivos similares, un lugar en los álbumes de la policía. La abogada del turno de oficio que le defendió por el hurto del reloj recuerda que ni siquiera se presentó al juicio, celebrado en 1992. Lo condenaron a tres meses de arresto mayor. No los cumpliría hasta 1994. Lo que no impidió que en 1991, por otro delito menor, fuese encarcelado un mes en Carabanchel.

El 15 agosto de 1994 regresó a Olivares del Júcar. Justo el día de la festividad local. Nada más bajar se encaró con su hermano. Exigió amenazante su parte de la herencia materna. Creía que se la habían querido robar.

A causa de la disputa, el hermano acudió a la Guardia Civil. Los agentes descubrieron que sobre César pesaba una reclamación judicial por el robo de 1988. Al día siguiente fue detenido en la caja de ahorros del pueblo. Ingresó en el penal de Cuenca. En septiembre recuperó la libertad. El 26 de ese mismo mes, sus hermanos le entregaron parte del seguro percibido por la muerte accidental de la madre. Ingresó el dinero en la Caja de Ahorros de Castilla-La Mancha. En Nochebuena, según la familia, intentó retirar en Madrid parte de la herencia. No lo consiguió. Para dar con una sucursal de la caja donde efectuó el depósito, viajó a Cuenca, pasando de largo por Olivares del Júcar. Lo siguiente que los parientes supieron es que le habían asesinado y arrojado en un saco al lago de la Casa de Campo. Un mes después se les comunicó que seguía vivo. Aún no lo han visto.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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