La guerra más untuosa
La liberación del precio del aceite de oliva en 1974 dejó a Madrid desabastecido
"Se han extraviado 60.000 toneladas de aceite de oliva. ¿Alguien puede dar alguna pista sobre su paradero? El consumidor madrileño gratificará espléndidamente si, cuando se encuentren, se venden al precio que estaba cuando se perdieron (68,50 pesetas en mayo, 130 pesetas ayer mismo)". Este reclamo de busca y captura apareció el 25 de noviembre de 1974 en Nuevo Diario para ilustrar la protesta que 12 asociaciones de amas de casa de los distintos barrios de Madrid habían realizado indignadas por la escasez de aceite.Esa denuncia subía la temperatura de un conflicto que había desabastecido a la mayoría de las ciudades españolas del preciado y untuoso líquido. El asunto fue conocido como la guerra del aceite y trajo de nuevo a la memoria de muchos madrileños las tristes y largas colas del racionamiento de la posguerra.
La alarma social que ha cundido hace apenas un mes, cuando la secretaria general de Alimentación, Regina Revilla, apuntó la posibilidad de que los precios se disparasen, es un simple conato comparado con el conflicto que estalló hace 21 años,. Así lo asegura Aurelio Segovia, subdirector general de Grasas Vegetales del Ministerio de Agricultura. "Lo que ocurrió en 1974 no puede compararse con la situación actual. Entonces nos movíamos en un sistema económico aislado del mercado exterior, y se creó una situación artificial por culpa de un Gobierno débil que nos puso al borde de una economía de guerra. ¡Casi volvemos al estraperlo!".
La declaración de guerra la había firmado unilateralmente el Gobierno con dos decretos publicados en el Boletín Oficial del Estado el 30 de octubre de 1974. Uno de ellos establecía la libertad de comercio y circulación de todos los aceites destinados al consumo y pretendía acabar con la venta a granel, exigiendo envasado, precinto y etiquetado. El otro, más conflictivo, liberalizaba los precios que hasta ese momento se habían regulado por una tabla de máximos decretada anualmente por las autoridades. El temor a una subida ilimitada de los precios alimentó las ansias acaparadoras de consumidores, fabricantes y almacenistas. En Madrid era difícil encontrar el día 1 de noviembre una botella en alguna de las 4.000 tiendas de alimentación existentes o en cualquiera de los 250 despachos a granel que todavía pervivían.
La gente que sufrió la escasez en la posguerra acaparó aceite. En 1974, sólo un día después de la liberalización de los precios el aceite de oliva había subido algo más del 50%, pasando de 68,5 a 105 pesetas, y 20 días más tarde, con un precio de 135 pesetas casi superó el 100%.
"La situación que se creó fue culpa de todos. Se rompió la cadena de distribución y desapareció el aceite. A mí no me suministraban los almacenistas y la gente había comprado mucho más de la cuenta por temor a la subida. Muchas personas sólo entraban en la tienda para preguntar si teníamos aceite. Eso ahora no ha sucedido", explica Francisco Garrido, un comerciante del Parque de las Avenidas que en 1974 llevaba tres años con su pequeña tienda de ultramarinos (que todavía mantiene) y al que expedientaron por "acaparar" siete litros de aceite.
Los medios de comunicación, mientras tanto, fueron testigos de un fuego cruzado de acusaciones entre productores, distribuidores y detallistas. Los primeros, favorables a la subida, fueron los más criticados, y rápidamente se les adjudicó el sobrenombre de aceitetenientes. Sin embargo, ellos negaban cualquier acusación de acaparamiento, asegurando que ante la nueva cosecha se habían desprendido de todas sus existencias para vaciar y limpiar sus depósitos.
Las amas de casa fueron las más combativas, y 12 asociaciones de Madrid y de algunos pueblos de la región, como Parla, Alcobendas, Leganés y San Sebastián de los Reyes, con su dedo acusador pusieron el dedo en la llaga.
En una audiencia solicitada al Consejo Nacional de Consumo revelaron que existían 170.000 toneladas de aceite, excedentes de la cosecha anterior, que se encontraban almacenadas o desaparecidas y exigían su inmediata incorporación al mercado. Con esta denuncia intentaban arrojar un poco de luz a los consumidores confundidos y señalaban directamente a los culpables: la Comisaría de Abastecimientos y Transportes (órgano intervencionista con el que se controlaba el mercado), que, según ellas, tenía almacenadas 30.000 toneladas; los aceitetenientes, que guardaban a la espera de tiempos mejores 80.000 toneladas, mientras que las restantes 60.000 estaban en paradero desconocido. Acostumbradas a hacer cuentas calcularon que si las toneladas perdidas se ponían en circulación con los nuevos precios el especulador desconocido iba a ingresar unos beneficios de 6.800 millones de pesetas de entonces.
Como revancha, las amas de casa propusieron un boicoteo parcial al aceite de oliva e idearon una fórmula barata, a 57 pesetas el litro, para poder mantener la dieta mediterránea. Se trataba de una mezcla casera con tres cuartos de litro de soja y un cuarto de oliva. "Se obtiene así un aceite de mesa con sabor de oliva y precio más barato que el girasol. Un aceite agradable al paladar, económico para el bolsillo y sano, completamente sano, para el estómago. ¡Qué no inventarán las amas de casa!", explicaba un entusiasmado periodista.
El clamor social era tal que el Gobierno decidió actuar y calmar los ánimos. Seis establecimientos de Madrid fueron sancionados, entre ellos uno de los entonces más conocidos, Aurrerá.
El resto fueron pequeños comerciantes, como Francisco Garrido, que no salía de su asombro cuando oyó en todos los informativos reiteradamente su nombre: "Sólo me habían dejado un acta de inspección, no de sanción. Cuál no sería mi sorpresa cuando al llegar a casa oí muchas veces mi nombre por televisión. Me trataban como si fuera El Lute. Afortunadamente la denuncia quedó en nada y un mes después me comunicaron oficialmente que se había sobreseído el expediente. Fuimos los chivos expiatorios para aplacar a la opinión pública".
El mercado tardó en normalizarse y a los 17 días del conflicto algunas ciudades, como Valladolid y Murcia, seguían totalmente desabastecidas. La guerra acabó al mes sin que nadie supiera muy bien cómo fue. El aceite volvió a las estanterías, pero los consumidores tuvieron que resignarse a ser como la atribulada ama de casa de un chiste, famoso. en la época, quien al pedir un duro de aceite recibía una dura respuesta: "Nene, échale una mancha a la señora".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.