Variantes de la eutanasia
No se habían disuelto en el aire los lamentos del anciano que murió de un infarto a las puertas del sanatorio Nuestra Señora del Rosario cuando comenzaron a llegar a las primeras páginas de este suplemento los ayes de dolor de los enfermos internados en el Doce de Octubre, La Paz y el Ramón y Cajal: el triángulo de las Bermudas. Estos tres hospitales públicos tienen épocas que parecen el triángulo de las Bermudas, esa zona de dolor en la que naufragan los barcos. Aquí lo que naufraga son las camillas. Llegan los enfermos crónicos a ese océano en unas camillas de salvamento a prueba de huracanes y en seguida naufragan por los pasillos y las salas de espera de la sanidad pública. Qué le vamos a hacer.A mí, por suerte o por desgracia, me han abandonado las enfermedades. Ni siquiera la gripe me ha hecho una visita esta temporada. Y no toco madera, la verdad. Una gripe es un descanso; una buena gripe rompe la rutina y te desconecta de todo, que falta hace desconectar de vez en cuando. 0 sea, que con una, gripe como Dios manda hasta la detención de Roldán se convierte en una novela que. alguien te cuenta por la radio, como cuando eras pequeño y te dejaban pasar las enfermedades en la cama de los padres, oyendo folletines y concursos. Ahora eres el padre, así que no puedes cambiar de cama, y aunque eso complica un poco las cosas, una gripe sigue siendo un maná que los dioses nos envían del cielo para que descansamos de los afanes cotidianos. La cosa es que volví a fumar para ver si por lo menos atraigo un buen catarro que me justifique un par de Couldinas (la Couldina coloca lo suyo). Pero lo he dejado otra vez después de leer en este suplemento un reportaje dantesco sobre el funcionamiento de las urgencias en el Ramón y Cajal, el Doce de Octubre y La Paz. Ya digo-, enfermos abandonados, naufragados, por todos los rincones; enfermos que se agarran a los restos de la camilla, a los tubos de oxígeno, a cualquier cosa, para no perecer en el oleaje cruel de las urgencias de nuestra sanidad. Y, en medio de todo ese caos, los gritos de los familiares en sus habituales peleas con los servicios de seguridad y con los médicos. Según el reportaje de Luis F. Durán publicado aquí mismo, estas escenas son normales durante los meses de enero y febrero, porque la gripe se ceba en los crónicos y en las personas de avanzada edad que padecen trastornos respiratorios.
Yo no quiero padecer trastornos respiratorios cuando tenga una avanzada edad. No quiero morir abandonado en un pasillo del Doce de Octubre, ni del Ramón y Cajal; mucho menos en un pasillo de La Paz, que se construyó para conmemorar los 25 años de, paz de Franco. Estaría bueno ir a morir ahí y ser asistido en tus últimos momentos por el espectro del caudillo.
Lo malo es que la cosa no tiene arreglo porque las enfermedades, como el turismo, son un fenómeno estacional: funcionan a puntas de sierra y no sabe uno si dimensionarse para la punta o para el valle. Aquí nos dimensionamos para el valle porque da menos pereza y resulta barato, pero el alma es una cosa muy delicada que no entiende de estas curvas de orden comercial. Vamos, que si un señor de 86 años con problemas respiratorios naufraga en un pasillo después de haber contribuido toda su vida al mantenimiento del monstruo sanitario, lo más probable es que haga un repaso de su existencia en plan ahogado y caiga de inmediato en una pérdida de sentido que le aconseje tragar agua, o bilis, para acabar cuanto antes. Así que lo de las urgencias en estos hospitales acaba constituyendo una forma de eutanasia no contemplada en nuestra ley. La culpa la tienen las enfermedades crónicas por acogerse al modelo del turismo.
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