Ser o no ser
-¡Maxi, mi buen Maxi!Y se le iban escapando las lágrimas al prófugo, mientras se abrazaba en la fría sala de tránsitos del aeropuerto de Bangkok con Maximiliano García Cantos, jefe de cooperacion internacional de la policía. Hummm... nadie abraza como un español. Con cuatro ochavos, harto de soja, estreñido, a ese hombre le faltaba España, y en España, le faltaba Ávila. Ya lo ha conseguido, ya en Ávila descansa. Se sorprendieron las gentes cuando lo vieron bajar del avión tal cual era, alto y calvo, con un cuerpo ideal para llevar sobretodo y trabajar en droguería. Ni un lifting, ni una ojera nueva. Con las gafas negras todavía se parecía más a Luis Roldán. Ha vuelto, lo pescaron, porque no quiso ser otro. Si uno está dispuesto a ser otro, pero a ser otro a fondo, no hay paesa que con tal voluntad pueda. Sin embargo, Roldán se había cogido apego a sí mismo. En vez de desaparecer en un barrio cualquiera de una ciudad cualquiera, enhebrarse un pasado gris, una enfermedad ósea que le impidiera trabajar -tan joven todavía, dirían los vecinos-, ponerse una peluca, ir a los bingos, trabar silueta con una binguera feúcha y fiel -fiel, porque los años se agostan- y no gastar más de doscientos y pico de billeticos al mes y muchos de ellos en vídeos y galletas; en vez de llevar, es decir, la vida a la que renunció cuando empezó a gallear y a ser Roldán, prefirió viajar aquí y allá, ser el Primer Prófugo, conocer Laos, país secreto, hasta que el dinero se acabó. Cuando vio a Maxi -¡un abrazo, machote!- suspiró: ya estaban a punto de ofrecerle un trabajo como barquero en el Mekong; una de Laos -ya cinturona- le había musitado la otra noche cosas en el dancing y dos apis le insistían acerca de un par de alquileres muy ventajosos, en el off Vientian, pero cerquita. Ver a Maxi y ser, y seguir siendo Luis Roldán: ¡Y todavía se preguntan cuál fue el pacto, los agudos!
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