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Reportaje:

Grietas en la monarquía saudí

La oposición denuncia violaciones de los derechos humanos, ineficacia oficial y corrupción creciente

El príncipe Faisal Al-Saud llegará a Washington en los próximos días en su calidad de ministro de Exteriores de un país, Arabia Saudí, cuya máxima autoridad religiosa niega la redondez de la Tierra y cuya clandestina oposición política -menos preocupada por una aberración tan poco frecuente- denuncia violaciones de los derechos humanos, ineptitud de la Administración y una corrupción galopante que está agitando el volátil clima social.A tan cuidadosamente planeada cita con altos funcionarios norteamericanos, el ministro llevará una carpeta con la relación de logros del reino en los últimos tiempos: los ajustes económicos, el reciente acuerdo de reconciliación con el Yemen tras la crisis fronteriza del mes pasado y las gestiones diplomáticas de Riad para eliminar la disputa entre Qatar y Bahrein.

El septuagenario rey Fahd, cuya aquiesencia a Occidente y la fortuna de su país convierten en pieza clave para financiar el proceso de paz en Oriente Próximo patrocinado por Washington, necesita ciertamente persuadir a Estados Unidos de que todo va bien en la casa real de Saud. La oposición, sin embargo, no ha estado arando en el desierto. Son cada vez más insistentes y perceptibles los síntomas de inquietud en la apartada sociedad de Arabia Saudí, que permanece enconadamente reacia a recibir a visitantes extranjeros. Expertos árabes y occidentales opinan que el país atraviesa por un período extremadamente delicado.

Sobre el Rey, cuya salud se afirma que es precaria, convergen las presiones de los reformistas, que abogan por la modernización, y los sectores integristas religiosos, que exigen aún mayor adherencia al islam, incluyendo la prohibición de conducir para las mujeres. Sin un ámbito democrático, ambas fuerzas operan en la clandestinidad.

"La monarquía es un dinosaurio. Está fuera de tiempo y lugar y ha perdido contacto con la realidad. La economía está en crisis y ciertas divisiones en la cúpula del poder, incluyendo el Ejército, acentúan la posibilidad de conflicto cuando Fahd se muera", dijo Mohammed Masari, el más importante exponente de la oposición saudí en una reciente entrevista con EL PAÍS en Londres, donde vive exiliado.

Masari, fundador y presidente de Comité para la Defensa de los Derechos Legítimos (CDDL) dice que está convencido de que las rivalidades, celos intrigas palaciegas pueden estallar violentamente en cualquier momento. "Lo peor es que muchos de los pretendientes al poder con posibilidades en uno u otro grado no saben ni siquiera atarse los cordones de los zapatos", afirma Masari, un físico cuarentón graduado en EE UU. El problema de la sucesión -el príncipe Abdalá, de 73 años y supuestamente con un largo historial de afecciones cardiacas, es oficialmente el primero en la línea de sucesión- no es la única preocupación que flota en los pasillos del poder en la capital saudí.

Quizás más aguda resulta la incertidumbre económica que se cierne sobre el país -su deuda externa asciende a 60.000 millones de dólares, según algunos cálculos- y que ya ha comenzado a erosionar la confianza en su colosal riqueza petrolera. A la depresión del precio del oro negro hay que añadir los efectos del enorme gasto militar (más de siete billones de pesetas), durante la guerra contra Irak en 1991.

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Medidas orientadas a subsanar el déficit, como la supresión de ciertos subsidios, están añadiendo combustible al descontento popular en una sociedad cuya clase media saboreó cambios con la presencia extranjera durante la guerra del Golfo que la mayoría religiosa vio como una imperdonable blasfemia. Al cerrarse de nuevo, Arabia Saudí continúa siendo un enigma, pero abundan acusaciones de que ha vuelto a imponerse el régimen de la omnipresente policía secreta.

El reino ha sido escenario de protestas sin precedentes. El pasado mes de octubre, Arabia Saudí admitió haber efectuado más de 100 detenciones tras una serie de manifestaciones, ocurridas el mes anterior en la región agrícola de Al-Buraida, de disidentes encabezados por los jeques Safar Al-Hawali y Salman Al-Udah. Intentos por atribuir a esas protestas una inspiración estrictamente religiosa son tomados con escepticismo, aunque existe un fuerte ingrediente integrista. "Lo que hay es descontento, cansancio y decepción, y eso empuja al pueblo a las mezquitas", afirma un veterano observador occidental.

Hay juicios más severos. El escritor palestino Said K. Abu Rish, uno de los mas prominentes analistas de la escena saudí y autor del libro de reciente publicación Ascenso, corrupción y próxima caída de la casa de Saud, dice: "Corno un cadáver, la casa de Saud ha comenzado a descomponerse. Esta realidad es ignorada por sus miembros y sus amigos y, como es usual, la gente que ha provocado esta situación es la última en admitir su incapacidad para cambiarla.

Por primera vez, los fracasos de las políticas internas, regionales e internacionales convergen para erosionar la reinante casa de Saud. Y no sólo eso, sino lo que es más importante y peligroso: las presiones internas -el deseo del pueblo saudí a aglutinarse bajo el estandarte del islam y sus demandas de un cambio sustancial de la manera cómo es gobernado- que están ya casi fuera de control.

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