El GAL y eI Rey
Madrid, que fue capital de la Gloria en 1936, una ciudad de un millón de cadáveres en los años cuarenta y durante la Transición una masiva sobre mesa de un millón de chalecos, se ha convertido en la capital de la Histeria. Le dije al corresponsal de Le Figaro que me sorprendía el cinismo con el que se estaba abrazando el escándalo del GAL cuando era asunto larga mente enquistado, que muy pocos de nunciamos en su momento, y que lógicamente el Gobierno y el mismísimo Rey conocieron la existencia del GAL. Elemental, querido Biscuter. ¿Cómo es posible que una cuestión de Estado que afecta a la relación con otro Estado no sea de inmediato conocimiento del jefe del Gobierno y del jefe del Estado, que también lo es de las Fuerzas Armadas? Era lógico que poco supieran sobre el asunto el cardenal primado y Rocío Jurado, pero dentro de la obligación profesional de nuestros estadistas figura atender cualquier conato de guerra sucia. Que el jefe del Gobierno y el Rey conocieran desde el segundo momento (no digo el primero) la existencia del GAL no quiere decir que ellos lo crearan, interpretación histérica de mis declaraciones a Le Figaro. Yo no sé quién creó el GAL o los, GAL, como tampoco sé ni sabré nunca quién mató a Kennedy o quiénes formaron la trama civil del 23-F, aunque lo sospecho. Pero me resisto a pensar que un jefe de Gobierno y un jefe de Estado se, enteren por la prensa de que el GAL existe, sin que el señor Mitterrand se haya tomado la molestia de preguntarles por teléfono sobre tan extraño turismo. Ante esta evidencia elemental y neutra, sólo desde el síndrome de innecesarios paladines de la Real Causa se explica que algunos profesionales del bla, bla, bla traten de expulsarme a las tinieblas exteriores. Por otra parte, un lugar en el que me muevo a mis anchas y desde el que espero el día siguiente el Juicio Final de la Histeria.
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