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La propuesta de un referéndum sobre el fin de la discriminación positiva abre un debate en EE UU

Guerra a las cuotas y los privilegios para los negros que se iniciaron con Kennedy

Antonio Caño

Desde comienzos de los años setenta, las pruebas de selección de músicos para las orquestas de Estados Unidos se hacen a través de un cristal opaco con objeto de garantizar que la raza o sexo del aspirante noinfluyan en la decisión del jurado. Ésta es sólo una expresión más de una política decretada por el Gobierno en esa época y que tenía como fin facilitar el acceso a todos los puestos de trabajo y plazas académicas de los grupos minoritarios de la sociedad norteamericana, principalmente los negros. La propuesta de un referéndum para acabar con esa política que se conoce en inglés como affirmative action, ha abierto un debate que puede tener efectos explosivos en un país todavía dividido racialmente.

La mayoría republicana, que impone la agenda legislativa desde su victoria en las elecciones de noviembre pasado, considera que desde que la affirmative action entró en vigor se ha abusado tanto de esa práctica -con la imposición de cuotas que obligan a la contratación de individuos de inferior capacidad por el hecho de pertenecer a una minoría- que se ha convertido en una forma de discriminación contra el sector predominante de la sociedad, los blancos de sexo masculino.Pese a que encuestas recientes revelan que sólo un 17% de los blancos está a favor de la affirmative action, la discrepancia se ha mantenido en silencio durante años, escondida bajo el clima políticamente correcto que ha dominado los últimos años y que ha satanizado cualquier replanteamiento de esa política. Esta crónica sería impublicable en algunos medios de comunicación norteamericanos, y su autor sería, sin duda, tachado de racista por las organizaciones de defensa de los derechos de las minorías.

Para bien o para mal, la nueva revolución conservadora ha liberalizado algunas conciencias en temas como ése, y la batalla contra las cuotas raciales está servida para ser lidiada en la campaña para las elecciones presidenciales del año próximo.

Dos importantes intelectuales de California, ambos blancos, han comenzado a recolectar firmas para que un referéndum sobre la affirmative action sea incluido en las papeletas de 1996. Las posibilidades de que consigan el respaldo del millón de personas necesarias para que la iniciativa cuaje son considerables. Aunque nunca se ha referido específicamente a esa política, el presidente Bill Clinton, como la mayoría de los demócratas progresistas, la defiende. Pero si el referéndum sale adelante, muchos políticos, tanto republicanos como demócratas, que han callado hasta ahora van a levantar su voz contra las cuotas. Hay que recordar que más del 60% de los votos republicanos de noviembre pasado procedían de hombres blancos. Ronald Reagan intentó acabar con la affirmative action, y el presidente de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich, es uno de sus más señalados enemigos.

La necesidad de la Historia

Hablar de esta política de discriminación positiva -que nació en Estados Unidos con el presidente John Kennedy, se convirtió en ley con Richard Nixon y se desarrolló bajo Jimmy Carter- es extremadamente -difícil porque la realidad actual es inseparable de la historia, y ésta se convierte a veces en una excusa para mantener a la minoría negra en una permanente posición de víctima. La realidad favorece a los detractores de las cuotas. La historia, obviamente, está del lado de quienes reclaman que a los nietos o bisnietos de esclavos no se les puede medir por el mismo rasero que a los descendientes de los amos.

"Cuéntenme entre los perjudicados", afirma Tom Woods, uno de los promotores del referéndum de California: "Yo sé que perdí un puesto de profesor porque, según se me dijo de forma privada, soy blanco y hombre. No sirvió que yo fuera el más cualificado". El profesor Stanley Fish escribe en la revista Atlantic Monthly que "no se pueden analizar los hechos sin tener en cuenta la historia que los ha producido: las líneas del campo estaban ya marcadas por y en beneficio de los que lo construyeron".

Lincoln Caplan, un investigador especializado en estos temas, asegura en The Washington Post que "la indiscutible realidad es que, la discriminación racial sigue ocurriendo en Estados Unidos", y que la política de affirmative action es la única forma de evitar que esa discriminación se refleje cada día en la distribución de puestos de trabajo y oportunidades académicas.

El líder negro Jesse Jackson ha viajado inmediatamente a California para poner en marcha una campaña, que llama "de resistencia", en contra de los intentos de acabar con las cuotas y las ventajas para su comunidad.

La disputa en marcha tiene visos de ser áspera, sobre todo ahora que la competencia por un puesto de trabajo se: hace en Estados Unidos más dura que en décadas anteriores. El solo hecho de plantear este debate da alas a sectores radicales, como los jóvenes, precisamente, de la Universidad de Berkeley, que han enviado panfletos a sus compañeros negros con el siguiente texto: "Negro llorica, cuando te veo en clase se me revuelven las tripas al pensar que estás ocupando el asiento de alguien más cualificado".

Mujeres, negros, latinos y asiáticos

Las empresas, universidades y organismos de todo tipo que quieran tener acceso a contratos o ayudas del Gobierno deben incluir en sus plantillas un determinado porcentaje de negros, mujeres y, últimamente, latinos y asiáticos.El Departamento de Trabajo tiene registradas 95.000 empresas con 27 millones de trabajadores afectadas por programas de affirmative action. Según la revista Forbes, el coste de las regulaciones y trámites de esa política es de entre 17.000 y 20.000 millones de dólares al año.

Un estudio reciente publicado en el libro Debating affirmative action muestra que el 41% de los policías contratados en los últimos 20 años son negros, y que hay 1.300.000 negros empleados en cargos públicos, alrededor de una tercera parte del total de la burocracia del país. Los negros constituyen en tomo al 12% de la población de Estados Unidos.

En los últimos lo años, la Universidad de Berkeley ha admitido un promedio de un alumno negro por cada cuatro blancos, mientras que los aspirantes eran, aproximadamente, nueve blancos por cada negro. Más de un 71,5% de los blancos terminaba sus estudios universitarios. Sólo un 37,5% de los negros lo conseguía.

En esas contrataciones o en esa selección de alumnos se aplican muchas veces criterios que poco tienen que ver con la verdadera capacidad de los aspirantes, de forma que se viola el principio constitucional de igualdad de oportunidades.

Los perjudicados son los blancos, que tienen que pagar hoy por el racismo de sus antecesores, y los propios negros, que nunca pueden estar seguros de si ganan un puesto por sus cualidades o por la mala conciencia del Estado.

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