Esa, guerra
Tanto artículo y tanta reflexión imipaciente sobre la perversidad del simulacro, sobre la retransmisión de las guerras, y ahora que de repente hemos vuelto, en la frontera entre Ecuador y Perú, a evocar la epopeya de Fabrizio del Dongo, aquel que estuvo en Waterloo sin saberlo, ahora nos invade un sentimiento de zozobra muy verdadero, dónde están los muertos, y dónde el fuego, dónde la lujuria mediática de la guerra. Muy poco trasiego, en efecto: apenas un par de ataúdes, y ni siquiera abiertos; apenas un par de caras tiznadas entre los matojos, barato camuflaje que pudiera hacerse en cualquier parque temático de las Américas. Hablo con ambas diplomacias enfrentadas e insisten en que saber quisieran ellos el porqué de todo esto. Dé acuerdo: la zona es abrupta, selva espesa, a las tres se viene la fosca; tal vez sea cierto que los, ejércitos no dejan llegar allí ninguna mirada civil e informada. (Pero los ejércitos raramente dejan trabajar a la pluma y a. la cámara en pleno frente). Tan cierto eso como que las previsiones de la agencia Reuter sitúan cada mañana el conflicto en sus últimas rayas; tan cierto como que no habría fosca ni tierra abrupta que valiera si los helicópteros y los satélites se pusieran a trabajar de firme y se despegaran así de su formidable pereza. Pero para los grandes patrones del mercado mediático esa guerra no vende: ni parece capaz de despertar siquiera el rinconcillo de compasión Satisfecha que otros remotos conflictos, en el África dura, sobre todo, despiertan. Para el mediamundo esa guerra es insípida y grotesca. Como lo hubiera sido que en las Hazañas Bélicas de cuando chavalines en vez de alemanes y americanos lidiaran, un ejemplo, españoles y portugueses. Pero quizá el mediamundo -ya sé que es pedirle mucho- esté informándo con su silencio del sentido profundo. de esta guerra. Absurda hasta el punto de no poder narrarse. Más de Beckett que de Tolstoi.
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