_
_
_
_
_
Tribuna:LA VUELTA DE LA ESQUINA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El nirvana y la gripe

Cada ciudad tiene sus venturas y desdichas específicas: Londres, el asma que envenena los bronquios con la emulsión de la bruma fluvial y el humo de millones de chimeneas, ha tiempo corregido de la única manera eficaz: prohibiendo calentarse al fuego de leña y carbón; Roma, en el vértigo de la circulación rodada enloquecida y el pegajoso calor que en el verano trae recuerdos del Agro Pontino; Moscú y los pasmados 30 bajo cero; Caracas, los perforantes mosquitos y el riesgo añadido de tropezar con una bala de las muchísimas que cada momento se disparan. Así sucesivamente. La cruz de Madrid es la gripe, la democrática gripe que traspasa y regatea la previsión de las vacunas y subyuga sin distinciones de edad, sexo, religión, raza, edad, o profesión.Hace más de un mes que pagué mi tributo anual, repuesto de las agujetas que una tos perruna provocó en mi costillar. Un tonto nacionalizado español -¡Y encima sin devolvernos Gibraltar!- exhibió su profundo y liberal desconocimiento acerca de casi todo lo que nos concierne y descubre el mediterráneo de que los franceses han llamado a la sífilis el "mal español", en correspondencia a que en estos lares fue conocida como "mal francés". Esto aparte, podríamos reivindicar a la gripe como madrileña castiza, enraizada con señoraje sobre nuestros glóbulos rojos y cédula de vecindad, aunque, por ahora, sin control del Ayuntamiento.

Ante la aparición de otras dolencias de mayor modernidad, la gripe ha debido sufrir en su esencia vanidosa; casi nadie está dispuesto a confesar que cualquier allegado encontró el fin de sus días bajo la acción del mutante y peligrosísimo virus. Si los antibióticos -no todos- consiguen ganarle la partida, se anota la mayoría de los asaltos, pero nos deja en k0técnico. Está en el aire, en la barra mañanera donde desayunan los burócratas, en el autobús abarrotado de la hora punta, en el metro, cuando no hay huelga. Y en todos los hogares, compartido el microbio en el seno de la familia que permanece unida, bajo el mismo techo y cada uno en su cama dirigiendo el trancazo. Está vilmente agazapado en el taxi que acaba de quedar libre, planea en los ascensores colectivos y se desarrolla vigorosamente en la antesala de los ambulatorios.

Lo que es más descarado: afecta a los médicos en una turbia maniobra, equivalente al bombardeo de ciudades de retaguardia. Pocas cosas más desalentadoras que preguntar por el doctor y la respuesta de que está con la gripe, casi un adulterio profesional. Si el escurridizo y cambiante bacilo vacila a los facultativos, débil esperanza deja a la inmunidad de los tipos corrientes. La declaración de que alguien relevante no comparece por sufrir "una leve afección gripal" nos le representa hecho fosfatina, rebozado en sudor, con la por todos conocida sensación de que una tanqueta ha pasado sobre los riñones.

Esta enfermedad y el catarro que le sirve de heraldo, pone a prueba cierta conformidad mística hacia las virtudes de los productos antigripales y anticatarrales. La intención es buena y las gentes de fe llegan incluso a sentir alivio con estos placebos que tan divinamente le sientan a la cuenta de resultados de la industria farmacéutica.

Debemos ver el lado bueno. Con la constancia inquebrantable del Cándido volteriano es aconsejable reflexionar sobre la parte positiva. Así me lo explicaba, la otra mañana, mi sobrino, el excelente analista doctor Amérigo, recién incorporado al duro quehacer cotidiano tras un mal trago de este género.

-Esta vez ha venido fuerte: fiebre de 40 grados durante un par de días, postración y decaimiento general. El síntoma mas curioso fue la sensación de vacío mental, desinterés y desapego que apenas me hizo consciente del pasar de las horas, los días, sin que me importaran un comino las obligaciones, una ponencia a desarrollar en aquel periodo, los muchos compromisos que sabes cómo me subyugan. En fin, tío (expresión familiar, no coloquial), casi han sido unas vacaciones anímicas, de las que algo me cuesta reponerme. Muy, muy curioso. Como un nirvana de rebajas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Conozco bien su sentido de la responsabilidad y la casi maniática inclinación hacia su duro y responsable trabajo. Noté que apenas le temblaba el pulso cuando, personalmente, por afecto y deferencia, me extraía un decilitro de la sangre de mis venas.

-Me alegro, querido sobrino -le dije mientras apretaba el algodón contra la esquina del antebrazo-, de tu recuperación y que la gripe no haya acabado con un buen científico porque de prolongarse el estado de letargia cerebral que describes, te veía metido en política o en cosas peores.

Tras las espejeantes gafas noté una leve alarma.

-No ha sido para tanto. Te enviaré el análisis, y ahora déjame que recupere el tiempo perdido.

Eugenio Suárez es escritor.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_