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El Gobierno francés entierra la propuesta de Mitterrand de una conferencia internacional sobre la crisis argelina

Enric González

El Gobierno francés enterró ayer definitivamente la propuesta lanzada el viernes pasado por el presidente de la República, François Mitterrand, acerca de una conferencia internacional patrocinada por la Unión Europea para buscar una solución a la crisis argelina. Tras el habitual Consejo de Ministros de los miércoles, un portavoz del Elíseo señaló que Mitterrand sólo había querido "aportar una idea" sin "pensar jamás en una solución importada del exterior", y el ministro de Asuntos Exteriores, Alain Juppé, señaló que la solución del conflicto competía "exclusivamente a los argelinos".Aunque la dirección de la diplomacia francesa corresponde, según el uso constitucional de la V República, al presidente, y aunque en una situación normal éste siempre puede imponerse al Gobierno, la cercanía del fin de su mandato y su enfermedad han privado a Mitterrand de su antigua autoridad. El dueño de la situación es ahora el primer ministro, Édouard Balladur.

La idea de Mitterrand causó irritación en el Gabinete de Balladur y enfureció al Gobierno argelino. Desde Argel, la propuesta se interpretó como una injerencia extranjera en asuntos internos, y se convocó apresuradamente al embajador francés para transmitirle la protesta. Para Balladur y su ministro de Asuntos Exteriores, la declaración presidencial fue una inesperada y enojosa salida de tono, en abierta contradicción con la política de apoyo más o menos discreto a los militares argelinos, mantenida por el Quai d'Orsay desde la llegada al poder de los conservadores, en 1993.

El cerebro en la sombra de la estrategia francesa respecto a Argelia, el ministro del Interior, Charles Pasqua, no cree en la posibilidad de diálogo con los extremistas islámicos y ha favorecido la venta de armas y la concesión de créditos al actual régimen militar. La idea de una conferencia patrocinada por la Unión Europea, con participación de los grupos islamistas, le pareció intolerable. Para el primer ministro, la principal causa de irritación fue que Mitterrand no le consultara, ni le avisara siquiera, de que iba a lanzar la propuesta.

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