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ESTADO DE LA NACIÓN

Los indicadores mejoran, pero la recuperación tardará en percibirse en consumo y en empleo

Jesús Mota

Existe un acuerdo generalizado en que la economía española ha dejado atrás la crisis y ha entrado en un periodo de recuperación. Este acuerdo roza la unanimidad entre economistas, coyunturalistas, analistas y demás suerte de examinantes. Esta convicción no se daba seis meses atrás, a pesar de la rotundidad de los -entonces- síntomas; hoy, esos síntomas son cifras muy claras de reactivación.Definir los términos de la recuperación es sencillo, y se aprecia con detalle en los gráficos. En estos momentos, la economía española está creciendo a una tasa anual próxima al 2,7%, y la tasa de desempleo se estabiliza. El consumo muestra resistencia al despegue, pero su tendencia ha cambiado claramente. En el tercer trimestre de 1994 ya estaba creciendo al 1,2% en tasa anual y, según las previsiones, en el cuarto trimestre subió en tomo al 1,8%. La inversión también crece a ritmo notable.

No es una situación exenta de incógnitas. Son estas incertidumbres, más que la certeza de la recuperación, las que se plasman en la reticencia de los mercados de valores y monetario, y en la desconfianza de una parte de la opinión pública. Es un hecho que, aunque las grandes magnitudes están en un claro proceso de mejora y, por tanto, dibujan una recuperación macroeconómica, gran parte de los ciudadanos aprecia que su situación particular no ha mejorado; sigue en crisis, por decirlo así.

¿Por qué se produce esta diferencia entre los indicadores macroeconómicos y la percepción individual de la economía? En primer lugar, porque siempre existe un periodo de inadvertencia o latencia. De la misma forma que el empeoramiento de los indicadores comenzó en 1990 pero la opinión pública no cobré conciencia de crisis hasta mediados de 1992, la conciencia de recuperación cristalizará cuando, bien consolidado el crecimiento del PIB, aumente de forma significativa el empleo y se pueda trasladar parte de las rentas al consumo. Tal cosa no sucederá, dicen los coyunturalistas, hasta bien avanzado 1996.

Pero es que, además, esta recuperación no será como la anterior, fechada entre 1985 y 1989, en la cual la fase alcista del ciclo se transformó en euforia financiera y explosión del consumo. En primer lugar, porque la reforma laboral genera empleos -actuales y potenciales- peor remunerados e inestables. Esta inestabilidad genera un trasfondo de inseguridad que impide la despreocupación. Por supuesto, la precarización del empleo es otro de los factores que explicaría hoy la ausencia de entusiasmo que han transmitido los ciudadanos tras recibir la buena nueva del final de la crisis.

Estamos probablemente ante una recuperación gris, menos brillante que la anterior. El corazón del debate está en los riesgos reales de que la recuperación resulte frenada -crecimientos por debajo del 3%-, más que en si existe o no. Los economistas de los partidos mayoritarios temen el escenario en el que esa recuperación quedaría rota; y el argumento principal de ese escenario es la inflación.

El efecto del aumento del IVA puede provocar la hipótesis peor. Si el IPC de enero sube más del 1,5% y en febrero sufre una desviación importante, pongamos 3 décimas sobre la inflación 0 de febrero de 1994, en primavera la tasa de inflación amenaza con situarse en tomo al 5%; momento en el cual el Banco de España tendría que intervenir... subiendo los tipos de interés. El entorno financiero de las empresas resultaría más difícil.

Epílogo con peseta

El equipo de Pedro Solbes sostiene que la reciente subida del tipo de intervención -del 7,35% al 8% -no afecta al crecimiento, puesto que las empresas, en esta fase del Ciclo, todavía no recurren a financiación bancaria. Pero una nueva subida de tipos en pleno 1995 sí afectaría a los planes de inversión de las empresas. Es el escenario que nadie quiere.Un indiscutible motivo de alarma es la peseta, sometida a severas presiones depreciatorias. Su cotización, a riesgo de contradecir los festivos titulares al respecto, no resultó -ni resulta- afectada por la permanencia de Felipe González, sino por la escasa fe de los agentes económicos en que el Gobierno español logrará controlar el déficit público y por la fortaleza del marco.

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