_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La izquierda genérica

Dos recientes artículos de opinión que aparecieron el mismo día, 9 de enero, en este periódico me recordaron la repetida debilidad de la izquierda no sólo, ni siquiera principalmente, en España, sino también en los otros dos países de los que yo tengo una larga experiencia personal: Estados Unidos y Francia. Javier Marías comen taba las reacciones de una serie de escritores anglo-americanos a un sondeo de opinión dirigido específicamente a escritores durante la guerra civil española. La mayoría de las respuestas no eran especialmente interesantes ni bien documentadas. Faulkner, Hemingway, Dashiel Hammet y Sherwood Anderson, todos hacían declaraciones antifascistas convencionales. En cuanto a los otros, "los que empiezan diciendo 'of course...' parecen insinceros y causan hoy mal efecto, la boca llena". Unos pocos escritores importantes, como T. S. Eliot y Norman Douglas, adoptaban un desapego olímpico, y otros pocos, como Ezra Pound y Evelyn Waugh, apoyaban explícita mente a Franco. Pero de quien yo me ocuparé en mis propios comentarios será de la mayoría retóricamente izquierdista.La tesis del segundo artículo, obra del excelente analista del comportamiento político español en el siglo XX Manuel Ramírez, es que la izquierda española ha sido excesivamente "coyuntural": globalmente antifranquista, siempre "pidiendo la disolución de 'los cuerpos represivos', la autodeterminación para 'todos los pueblos del Estado', el tan pregonado 'cuerpo único de enseñantes', la república federal", etcétera. Pero que estas consignas coyunturales han sustituido en la realidad, especialmente desde el derrumbamiento del marxismo, a la ausencia de unas doctrinas básicas y coherentes.

Pensando en los últimos 60 años en Europa y América, él periodo en el que yo he sido políticamente consciente, y he estado constantemente asociado a la izquierda, me gustaría examinar las implicaciones críticas de estos dos ensayos que obligan a meditar. Por un lado, diría que las soluciones prácticas a los problemas existentes son intrínsecamente más difíciles para la izquierda que para la derecha. La derecha defiende los intereses existentes: los derechos de propiedad existentes, el control de recursos naturales existentes, los colegios de élite y los puestos directivos a que estos colegios dan acceso, la existente autoridad moral de la Iglesia o de las iglesias, de la jerarquía militar y de las clases sociales tradicionales. La tarea política de los gobiernos conservadores consiste en controlar las cosas en interés de la continuidad, y de las únicas innovaciones que se preocupan son de las innovaciones necesarias para adaptarse ellos mismos a las circunstancias económicas o científicas cambiantes.

Pero la izquierda habla de un futuro intencionada y necesariamente idealizado, de cambiar instituciones y de mayores oportunidades para las clases menos afortunadas. Asume, discuta o no abiertamente la cuestión, que la humanidad falible es mejorable, quizás no "perfectible" literalmente, utilizando el vocabulario de los pensadores más optimistas de la Ilustración, pero sí marcadamente mejorable. Da por sentado que las personas que ahora son incapaces de aprovechar la tecnología y las complejas instituciones del mundo contemporáneo serían muy capaces de desarrollar vidas constructivas, de contribuir positivamente a la riqueza y la, cultura de la sociedad en general si estuvieran bien preparadas. Da por sentado que las personas que se han movilizado bajo las consignas del tipo de "abajo con..." pueden movilizarse igualmente para alcanzar soluciones constructivas prácticas a problemas complejos. Toda su moralidad se basa en la fe, en la inteligencia y decencia fundamentales de la gran mayoría una vez liberada de la ignorancia y la opresión.

Para la izquierda, por tanto, los programas prácticos son más difíciles que para la derecha. Implican hipótesis generosas y no demostradas que dejan inevitablemente espacio para el error. Nada más lejos de mí que defender el historial del llorado Josef Stalin y sus malignos lugartenientes enanos en Europa oriental. Pero creo, y siempre lo dije en mis clases, que un motivo de la crueldad masiva de los regímenes comunistas fue el descubrimiento de que la gente no trabajaba más duramente, ni acudía al trabajo con más puntualidad, porque le dijeran que ahora era propietaria de los medios de producción.

Los regímenes comunistas fueron más crueles con sus propios pueblos que los fascistas y los dictadores militares de derechas precisamente porque sus teorías daban por sentada la "educabilidad" racional de la población general. En consecuencia, consideraban que el subotaje y el egoísmo "pequeño-burgués" eran la causa de cada fallo en sus planes industriales y agrarios colectivizadores. Y el muy inteligente y bienintencionado Mijaíl Gorbachov no supo literalmente qué le había golpeado cuando la glasnost y la perestroika no dieron como fruto un entusiasmo general por trabajar por el bien común. En cambio, los regímenes derechistas se preocupaban tan sólo del poder, y no de "mejorar" al pueblo. (Al hacer esta comparación entre maldades me refiero a Mussolini, a Franco y a la mayoría de los dictadores latinoamericanos, no al fanático racista y asesino industrial de masas único que fue Adolf Hitler).

Las frecuentes faltas de la izquierda que me recordaron los, artículos de Marías y de Rarnírez son las faltas de la autodecepción y de la simplificación excesiva. Debido a que la izquierda se atribuye automáticamente una visión generosa y optimista de la naturaleza humana, a Hemingway le resultó fácil decir: "Simplemente, como cualquier hombre honrado, estoy en contra de Franco"; a Hammett, decir: "Me resulta muy difícil creer que nadie pueda tener aún' dudas sinceras respecto a Franco y al fascismo"; a Faulkner, mostrarse "soso" (el adjetivo es de Marías) al aprobar una causa de la que tenía muy pocos conocimientos o intereses directos.

En cuanto a Norman Douglas, que escribiera: "No logro emocionarme con las naciones y las causas los credos: mi desprecio por la humanidad en general es demasiado grande. Lo único que me interesa son los individuos... "; o a T. S. Eliot, que afirmara: "Lo mejor es que al menos unos cuantos hombres de letras permanezcan aislados" de la política; o a que James Joyce no hablara en absoluto: es un fenómeno frecuente que los hombres geniales, o los de gran capacidad pero muy cortos de genialidad, consideren que la ejecución de su destino personal es toda la contribución que deben a la humanidad y se excusen de todo compromiso explícito.

En cuanto a las consignas excesivamente simplificadas a las que se refiere Ramírez, a muchas personas de la izquierda les basta, con demasiada frecuencia, con firmar peticiones o participar en manifestaciones o hablar de conceptos generales como "autodeterminación" y "disolución de cuerpos represivos" para sentirse del lado de los ángeles. Lo que la izquierda tiene que hacer es definir sus propuestas con más claridad. ¿En qué se diferencia la autodeterminación de la autonomía que ha sido votada y legislada democráticamente? Si, como señalan implícitamente, toda la policía y las fuerzas armadas son cuerpos represivos, ¿es que no existen fuerzas criminales y potencialmente asesinas contra las que la sociedad necesite algún tipo de fuerza protectora legítima? Si se admite esa necesidad, las consignas sobre cuerpos represivos, sin más definición explícita, son insuficientes. En resumen, la izquierda falla a menudo a la hora de ofrecer soluciones específicas creíbles a duras realidades, y a menudo asume una superioridad moral que no necesariamente se ha ganado.

Gabriel Jackson es historiador.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_