Quedar en evidencia
Hay una secuencia clave en esta tórrida, publicitadamente escandalosa El color de la noche que ilustra a la perfección las intenciones de los autores del filme. Lesley Ann Warren, ninfómana compulsiva, sufre el acoso a que la somete una turbadora adolescente que, lo sabremos poco después, es considerada por la propia Warren su "novia".De entrada, nada que objetar; pero el problema es que esa secuencia, justamente ésa, es la primera que el espectador contempla fuera del, hasta ese momento y hasta el, final, omnipresente punto de vista del personaje protagonista, el eficaz Bruce Willis. La misma operación se repite poco después, y con más contenido erótico, ¿Por qué, cabe preguntarse, se produce una chapuza de ese calibre? Sencillamente, porque no interesa mayormente la coherencia narrativa, sino buscar el morbo, el escándalo, que es la única marca de estilo de la película.
El color de la noche (Color of the night)
Dirección: Richard Rush. Guión: Matthew Chapman y Billy Ray. Fotografía: Dietrich Lolmann. Música: Dominic Frontiére. Producción: Andrew Vajna, EE UU, 1994. Intérpretes: Bruce Willis, Jane March, Rubén Blades, Lesley Ann Warren, Scott Bakula, Lance Henriksen, Brad Dourif. Estreno en Madrid: cines Dúplex, Madrid, Fuencarral, Florida, Coliseum, Tívoli, Juan de Austria, Californía (v. o.) y otras 11 salas.
La secuencia es significativa no sólo del suicidio estilístico a que se somete Richard Rush, otrora esperanza del cine independiente, luego director un tanto a contracorriente -De profesión especialista-, sino de los cortos vuelos de una película que no duda en sacrificar una historia interesante en aras de una comercialidad tan mal entendida como innecesaria. El filme hubiese funcionado igualmente sin esa tosca, pudibunda secuencia lésbica que, no obstante, es ampliamente publicitada en los papeles.
Mala copia
Los problemas de El color de la noche no se limitan a esa ruptura del punto de vista, ni a las intenciones que subyacen debajo de ella. De hecho, el deseo de complacer las más primarias aspiraciones del espectador medio lleva, entre otras cosas, a un final indescriptiblemente banal, una mala copia de Vértigo que, a pesar de las enseñanzas dramáticas de Hitchcock, los responsables del filme se permiten copiar sólo para modificar radicalmente su sentido; a un innecesario tratamiento de la violencia, que lleva a Rush a proponer angulaciones inverosímiles y efectistas, puntos de vista ofensivamente imposibles, estiradas soluciones dramáticas y profusión de sangre derramada; y, last but not least, el mostrar la relación erótica del compungido psicólogo Willis con la devoradora, arrebatada adolescente March con todo lujo de detalles, lujo que tampoco ayuda gran cosa a resolver los puntos negros de la narración.
Por lo demás, ya está apuntado antes, el filme parte de una trama muy ingeniosa, que no encuentra casi nunca un buen correlato en un guión excesivamente complaciente, a pesar de que en él ha colaborado ese cineasta tan extraño e interesante que es Matthew Chapman -Corazón de medianoche, El beso de un extraño-. Una trama que saca buen partido de algunas de las transgresiones clásicas del thriller hollywoodense, como, una visión desenfadada, y falsa, claro está, del trabajo cotidiano de un psicólogo al que Willis da considerable brillo, mientras que March se demuestra una esforzada gimnasta sexual, que a la postre es lo que se le pedía.
Babelia
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