Llenar el vacío de Deng Xiaoping
El régimen reformista chino prepara la transición a una era sin su líder
Si uno diera un paseo alrededor del patio del chalé que Deng Xiaoping, de 90 años, comparte en Pekín con más de una docena de familiares más o menos cercanos, la distancia recorrida alcanzaría casi exactamente los 150 metros. Hasta el año pasado, el patriarca mas poderoso de China solía completar este circuito 20 veces en el transcurso de sus dos paseos diarios. Llevaba la cuenta con extremada seriedad y apuntaba las vueltas cuidadosamente en su cabeza cada vez que terminaba un recorrido.Ahora, sin embargo, el hombre que sacó a China del caos de la Revolución Cultural para colocarla irrevocablemente en el camino de la reforma, no aguanta siquiera este modesto paseó: ya no puede caminar ni estar de pie sin que le ayuden. Sin embargo, la cuenta metódica continúa en cierto sentido, aunque sólo sea en la tensa cuenta atrás de millones de políticos, ejecutivos y chinos de a pie que siguen con preocupado interés los últimos momentos de una figura cuya destacada personalidad h mantenido unida a China durante más de 15 años.
La estatura de Deng en la vida ha sido tan enorme que, cuando se haya ido, el vacío de su ausencia se- dejará sentir inevitablemente. Mientras el nonagenario político retirado respire, también lo harán las reformas económicas que han abierto China al resto del mundo. Sin embargo, lo que está en juego es más que eso. Su autoridad ha proporcionado una especie de tejido conjuntivo nacional que ha unido los dos polos opuestos de la vida china. Al mismo tiempo que impulsó el gran salto a una economía de mercado libre, Deng fue capaz de mantener firmemente el sistema político chino en manos de un partido comunista cada vez más fosilizado'
Es posible que sea exagerar las, cosas sugerir que, sin Deng, China se verá sumida en el desorden. Pero no es exagerado decir que su marcha anunciará el mayor periodo de incertidumbre desde la muerte de Mao Zedong, en 1976. Su influencia es tan penetrante que los rumores de sus enfermedades provocan una y otra vez que los mercados de valores asiáticos den muestras inquietantes de preocupación. El solitario líder ha demostrado durante años que esas noticias eran prematuras y ha mitigado el murmullo de las conjeturas sin fundamento apareciendo en público tan sano como siempre.
Pero ni. siquiera el autoproclamado "hijo del pueblo chino" puede posponer indefinidamente su partida al más allá. Informes fidedignos que han atravesado el halo de discreción que le rodea indican que el debilitado Deng se aproxima al final de su vida. Ya no puede escribir, está casi ciego y se ha quedado tan duro de oído y articula con tanta dificultad que se dice que dos de sus tres hijas son las únicas personas capaces de interpretar sus palabras. La semana pasada, su hija menor, Xiao Rong, reconoció a The New York Times que la salud de su padre decae "día a día".
Dado que trabaja como secretaria personal de Deng y se dispone a viajar a Nueva York y París para promocionar su libro MY father, Deng Xiaoping (Mi padre, Deng Xiaoping), es posible que esta revelación sin predecentes sea una pequeña violación de la intimidad de Deng calculada para influir en la valoración que la historia hará finalmente de su Gobierno. Pero el hecho de que Xiao Rong descubriese noticias relativas a la enfermedad de su padre justo antes de la celebración del Año Nuevo chino, el 31 de enero, ocasión en que tradicionalmente se concede a la nación' una de las infrecuentes visiones de Deng, hizo pensar que pretendía fundamentalmente señalar algo que el mundo ansiaba saber: queda poco tiempo para que llegue el día en que Deng deba "ir a ver a Marx", como él dijo una vez.
Al final de la semana pasada, el reconocimiento. del deterioro de la salud de Deng por parte de su hija todavía no había circulado por China. Pero evidentemente no sorprende al círculo decidido a mantenerse en el poder. Durante los últimos meses, el Gobierno se ha enfrentado duramente a sus adversarios políticos, ha encarcelado a importantes disidentes, ha impedido organizarse a los grupos, de la oposición y ha creado una lista negra de disidentes en el exilio para prohibir su regreso.
Sin embargo, por mucho que el Gabinete actual intente controlar el desafío político, la muerte de Deng plantea la cuestión de cómo llenar el vacío que deja. Esta cuestión ya ha recibido respuesta, por lo menos oficialmente. En 1989,1os dirigentes del partido empezaron a sentar la! bases de una transición hacia una generación de líderes reunidos en torno al presidente Jiang Zemin, ungido por Deng como núcleo de un nuevo Gobierno colectivo.
Desde que recibió el manto de Deng hace cinco años, Jiang, de 55 años, ha reunido nueve títulos importantes en el partido, en el Gobierno y en el Ejército. Pero los cargos significan poco en la política china. Desde que Deng se retiró, el único título que ha podido apoyar su poderosa influencia ha sido el de presidente honorario de la Asociación China de Bridge. Lo que importa es el cálculo de poder, una dinámica que puede ser tan voluble como brutal.
Esto significa que aunque el acceso al cargo de Jiang pueda parecer asegurado, la permanencia en él no lo está. Considerado débil por muchos, ha luchado para asegurarse la lealtad de sus subordinados, especialmente la de los generales. La base de su apoyo es tan estrecha que se podría ver finalmente superado por rivales con más experiencia y mayor numero de partidarios.
Cualquier otro del poderoso triunvirato por debajo de Jiang podría suponer una poderosa competencia. Zhu Rongji, de 66 anos, baluarte de la facción liberal y zar económico de Deng ha ganado mucha influencia cuando el Producto Interior Bruto creció el año pasado cerca del 12%, hasta los 509.000 millones de dólares, lo que obligó a reconocer incluso a los incondicionales del marxismo que la liberalización económica ha salvado a China del destino del desaparecido bloque soviético. Pero la economía se ha recalentado peligrosamente. Las severas medidas de Zhu para contener el crecimiento se derivan de su sensación de que su poder va unido a la cuenta de resultados del país. Sin embargo, a lo largo del proceso, se *ha enemistado con los jefes militares, al arrebatarles sus empresas, y con los hombres del partido,, al restringir los créditos para empresas públicas con pérdidas. Según un observador, "si la inflación se descontrola Zhu acabará siendo la cabeza de turco".
Puede que el duradero Li Peng, de 66 años, el primer ministro ampliamente despreciado y autoritario, sea el menos querido de los lugartenientes de Deng, pero mantiene lazos estrechos con burócratas del partido y con la conservadora generación anterior. Y continúa demostrando un sorprendente talento de supervivencia al superar la acusación casi universal por su papel en la matanza de Tiananmen, en 1989, que Deng respaldó pero que fue llevada a cabo por Li. También parece haberse recuperado de un ataque al corazón que sufrió el ano pasado y sigue desempeñando un cargo de primera categoría. Sin embargo, si después de la muerte de Deng se volviese a evaluar Tiananmen -cosa que sucederá casi con seguridad-, se culparía a Li.
Las maniobras para conseguir un cargo en los estratos superiores del partido ya se han iniciado. El hombre que parece ' mejor situado para triunfar es Qiao Shi, de 70 años, presidente del Congreso Popular Nacional. Calificado de "hombre misterioso" por su trabajo para el servicio de espionaje, Qiao es uno de los aspirantes porque cuenta con relaciones estratégicas entre los generales, la policía y los conservadores del partido. Además, ha quedado prácticamente sin mancha por la matanza de Tiananmen; según rumores se abstuvo en una votación del Politburó para decidir si se enviaba al Ejército.
La mayor parte de los observadores chinos anticipan un periodo inmediatamente posterior a la muerte de Deng en el que el partido se esforzará por demostrar unida d y calma. Sin. embargo, este periodo, que podría durar varios, años, parece limitado por el hecho de que ningún individuo del colectivo dirigente posee la supremacía moral y política necesaria para conservar el poder, especialmente en medio de la agitación del cambio económico. Andrew Nathan, catedrático de Columbia, afirma: "Deng es probablemente el último chino con una infinita autoridad política personalizada. No veo a nadie más que tenga esa autoridad".
Efectos secundarios
Llegue quien llegue a la cumbre, encontrará que sus tareas más descorazonadoras estarán definidas por los problemas que Deng dejó a sus espaldas. La explosión económica de China ha provocado inevitables efectos secundarios: diferencias salariales, empresas públicas en quiebra y un resurgimiento de la criminalidad y la corrupción. Al mismo tiempo, las expectativas de los chinos de a pie aumentan de una forma que podría socavar la fe en el partido. Hasta ahora, Deng ha proporcionado un vínculo inquebrantable entre el Gobierno central y los Gobiernos locales, así como entre el partido y el Ejército. A medida que las regiones, especialmente el sur, saborean la prosperidad, estarán menos inclinadas a conformarse sin rechistar con la autoridad centralizada de Pekín.
A Deng se le concede el mérito de arrancar del país la xenofobia y la brutalidad del experimento fracasado de Mao con el colectivismo. Pero al reunir el poder necesario para un cambio tan prodigioso excluyó el debate sobre temas tan importantes como la reforma política y la transformación institucional. Estas cuestiones, que ha dejado sin resolver, se plantearán de una forma que amenaza con dejar sueltas las amarras de China. Aunque Deng quiso poner fin a la pasión desmedida por los gobernantes carismáticos, la estabilidad de su país puede depender al final de que se encuentre un hombre tan carismático como él.
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