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Los llaman racistas

Cientos, acaso miles de vecinos de barricadas del suroeste de Madrid salen muchos atardeceres a la Vía Carpetana con pancartas y pitos para protestar por la inseguridad ciudadana en general y del narcotráfico en particular. Y los llaman racistas.Hay por allá poblados donde ha montado sucursales la delincuencia organizada, y de ellos dimanan amplias áreas de delincuencia desorganizada, drogadictos arrastrando el mono con imperiosa necesidad de dinero, rufianes, atracadores, golfos de toda laya; navajas, jeringuillas, alguna paliza, carreras, sustos y desmayos.

Los manifestantes de la Vía Carpetana se quejan de que no los dejan vivir. Hay que oírlos: "Las mujeres sufren asaltos cuando van a la compra, las chicas jovenes están expuestas a que las violen, atracan a los hombres al volver del trabajo, los niños no pueden salir a jugar sin riesgo de coger cualquier cosa mala". Y hay que oír a los habitantes inocentes de aquellos poblados: "Pretenden quemamos las chabolas, nos han querido linchar, a pedradas nos persiguen, y todo porque somos gitanos o emigrantes -o sea, por puro racismo-, pues no nos metemos con nadie".

Se han oído discusiones interminables: "Los manifestantes de la Vía Carpetana nos corrieron a pe dradas hasta el poblado y hubimos de escondernos en nuestras casas". "Mentira: lo que ocurrió fue que unos vecinos de allá trataron de atropellar la manifestación con una furgoneta y, lógicamente, la perseguimos un buen trecho". "Quizá alguno del poblado venda droga, pero no la mayoría, que, además, esta mos contra el narcotráfico". "Entonces deberían ustedes prohibirle que venda droga". "¡No! Nadie se ha de meter en los asuntos de los demás, salvo la policía. Y ya que se menciona: ¿por qué no actúa la policía?"."Eso, ¿por qué no actúa la policía?".

Y en estas disputas se pasan las horas, los días, los meses, los años. "Desde muy antiguo viven gitanos en esos poblados", dice un manifestante, "y nunca habíamos tenido problemas con ellos, nos llevábamos bien, eran nuestros amigos; sin embargo, hace unos diez años llegó la droga, se instalaron allí los camellos y ya no hay quien viva. Pedimos que las autoridades pongan vigilancia, que los detengan, que los expulsen si es preciso". "¡Racistas!", responden otros; "si no hubiera gitanos y emigrantes en estos poblados no saldrían ustedes a la Vía Carpetana ni a parte alguna en manifestación".

Mal asunto el racismo: una auténtica perversión, consecuencia de una mentalidad genocida. A la gente sencilla -gente de paz y de orden, por supuesto-, si la llaman racista le sienta igual que si le mentaran a la madre. Lo saben bien los camellos, los rufianes, los atracadores, los golfos de toda laya, y les vale de coartada para acusar de racistas a quienes protestan de la delincuencia organizada o sin organizar. Sale una pobre mujer a la compra, a la vuelta de la esquina un desalmado la pone una navaja en el cuello, unos cuantos ciudadanos acuden en su defensa al verlo y acogotan, al atracador, y ya los están tildando de racistas.

Los racistas verdaderos son de distinta calaña, en realidad: cretinos y desalmados, de larga mano y cerebro corto, se constituyen en pelotón de fusilamiento y la emprenden a palos con cualquier infeliz que no se ajuste a su enfermiza concepción de la ética y de la estética. Hay bastantes de semejante catadura, mas no tantos que valgan para considerar racista un país, una ciudad, ni siquiera una barriada. También hay violaciones, y robos, y asesinatos, sin que por ello sé pueda tildar al país (o a la ciudad, o a la barriada) de violador, ladrón y asesino.

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Y en este gran barullo mental seguimos, confundiendo la legítima defensa con la intolerancia, la velocidad con el tocino (según se suele decir), lo cual concede tanta ventaja a los racistas genuinos, camellos y restantes sinvergüenzas como causa perjuicio a los ciudadanos pacíficos, cuya angustia no tiene más consuelo que acercarse al atardecer a la Vía Carpetana con la pancarta y un pito para manifestar su protesta. Y encima los insultan.

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