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El Golem y sus rabinos

Fernando Savater

Hace un par de años, durante una recepción ofrecida en Los Pinos a un congreso de intelectuales por el presidente mexicano Salinas de Gortari, hubo noticias de golpe militar en Venezuela. Casi todos los asistentes estuvimos pendientes durante la velada de lo que ocurría en el país caribeño, descollando el interés de quienes tendrán vinculación directa con la política venezolana -como Teodoro Petkoff- o amistad personal con Carlos Andrés Pérez, como García Márquez. Al fin se supo que el líder golpista, un oficial joven que recomendaba. su ideario político como "bolivariano", planteaba entre otras reivindicaciones dirigirse al pueblo a través de la televisión. García Márquez me dijo con sorna: "Seguro que vosotros los demócratas seríais capaces de dejarle hablar", y añadió: "No sabéis cómo hay que tratar a esa gente". Me vino a la cabeza al oírle el trato que había dado Carlos Andrés Pérez en el pasado a la guerrilla de la que entonces formaba parte Petkoff y hube de reconocer que la democracia no enseña cómo ha de tratarse a "cierta" gente: sólo establece el principio para tratar a la gente y para que la gente se trate entre sí. Lo cual nunca garantiza resultados expeditivos ni asegura la victoria del bien sobre el mal.Ahora, con motivo del siniestro asunto GAL, vuelve a oírse hablar -abiertamente en contra o encubiertamente a favor- de la "razón de Estado". En los Estados democráticos, la única razón estatal digna de ese nombre ha de ser la ley: es decir, que el Estado no ha de usar su fuerza para defenderse a sí mismo con el fin de garantizar la ley, sino que debe defender la ley como la única garantía de permanencia que le es racionalmente propia. Y ello no porque la ley sea mejor que todas las demás cosas (el amor es, sin duda, más satisfactorio y la equidad personal puede ser más justa), sino porque es lo mejor que estatalmente cabe establecer. La ley es un mínimo racional -la razón del Estado- y no un máximo afectivo o comunitario: de ahí que muchas veces nos deje insatisfechos y que nos parezca lenta, ciega o hasta puntualmente inicua. Pero si una razón tiene el Estado, no puede ser más que ésa: en cuanto los gestores estatales se la saltan para conseguir objetivos fastos o nefastos, ya no puede hablarse de "razón de Estado". Todo lo más de razones gubernamentales, algunas de las cuales resultarán además razones muy populares.

Sin duda es preocupante que la falsa razón de Estado, es decir, la utilización ilegal de la violencia por funcionarios públicos a favor del "orden", despierte en amplios sectores de población menor pataleo moralista que la corrupción o los escándalos financieros. Pero es lógico: el moralismo farisaico (es decir, el que se ocupa de juzgar a los demás y absolverse a uno mismo, como en esas encuestas periodísticas sobre "la ética en España", donde la mayoría habla sólo de políticos o banqueros) funciona motivado por la envidia y el temor. A los funcionarios inculpados no se les envidia como a los miembros de la beautiful ni se les teme, por lo menos no tanto como a los terroristas de signo opuesto. Además parecen haber sido adalides de cierta severa "energía" oficial (que muchos aplauden más que el soso respeto a la legalidad constitucional: ¡para una vez que el Gobierno se decide a tomar el toro por los cuernos y dar a los terroristas una cucharada de su propia medicina!, ¡ojalá hiciera lo mismo con los narcotraficantes, los violadores y los navajeros! Claro que el asunto fue bastante chapucero, ahí sí que no caben elogios: pero es que, a fin de cuentas, seguimos en la eterna España...

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Entre los escandalizados por esta actitud perversa de disculpa criminal los hay sinceros, qué duda cabe: pero también es evidente el oportunismo político antigubernamental de otros muchos a los que les hemos oído comprender distintas violencias o autoritarismos como "lamentables pero justificados", incluso como señal de un sincero apego a nobles convicciones no contagiadas por el escepticismo posmoderno. A los de derechas se les oyó callar clamorosamente siempre sobre las denuncias de torturas o criticar las ruedas de identificación de la juez Huertas, pero nunca los ascensos de implicados en tales prácticas abominables: todo eran campañas de desprestigio contra las fuerzas de seguridad. Sus periodistas llamaban a "exterminar como alimañas" a los etarras, precediendo a Yeltsin en la idea de que los derechos humanos sólo hay que respetarlos en quien los merece. Los de izquierdas se venían al País Vasco a confraternizar con el departamento agitprop de nuestros criminales locales, paladeando el doble gozo de sentirse superiores a la oligofrenia inocultable de sus axiomas y de excitarse al calorcillo de las armas sublevadas contra el sistema. ¡Señor, lo que saldrá cuando algunos contemos lo oído a visitantes ilustres de Zorroaga o lo que dejaron escrito en Egin, como quien deja un epigrama y la firma en el libro de autógrafos de un restaurante! Y ahora protestan contra los remilgos judiciales que sacan de la cárcel a los narcotraficantes gallegos, a los que por lo visto habría que privar de derechos para dar gusto al oscurantismo demagógico. Pero vamos a ver: ¿cómo se puede clamar contra la justificación de la razón de Estado y considerar un gobernante honesto y dignísimo a Fidel Castro? O elogiar como luchador por la libertad a Enrique Líster, asesino de tantos libertarios: si Líster fue un defensor de la libertad porque luchó contra Franco y contra Hitler, Muñoz Grandes lo sería también por haber luchado contra Stalin en la División Azul y, puestos a ello, Amedo y Domínguez por haberse enfrentado a ETA. En fin, que muchos de los actuales denunciantes de la razón de Estado la denuncian ahora, y sólo ahora..., por razón de Estado.

A fondo pues con el GAL claro que sí. Pero sin saltarse tampoco las garantías legales, que ni puede patrocinarse un GAL contra ETA ni tampoco un GAL jurídico contra los GAL. Triste ridiculez la de Barrionuevo, lamentando la pérdida de "dignidad" de Amedo y Domínguez porque tras haber silenciado lo que sabían ahora cuentan hasta lo que inventan. ¿Qué se creía, que después de haber asesinado por dinero iban a callarse gratis? El santo patrono del día terminará siendo aquel capo mañoso de la película Muerte entre las flores, de los Cohen, que deploraba la falta de ética de tanto subordinado que no mataba a quien debía y que se quedaba con el dinero que le habían encargado robar... Peor se entiende el escrúpulo a airear el tema GAL por miedo a dar tina "alegría" a los partidarios de ETA. Ya se les pasará el contento, cuando comprendan (o se les haga comprender, que esa gente, rara vez comprende nada por sí misma) que la exigencia total de responsabilidades en el GAL sienta el debido precedente para descartar del todo el borrón y cuenta nueva en cuestiones de terrorismo, así como justifica que a su debido tiempo se investiguen a fondo las complicidades y apoyos de ETA no sólo entre sus portavoces oficiosos, sino también entre miembros de agrupaciones políticas más veneradas.

El rabino Löw creó su Golem en Praga para que cumpliese con implacable energía los designios de Yahvé, pero el monstruo trajo sólo desastres a la comunidad. Hubo finalmente que desactivarlo para que ce saran sus fechorías, borrando una letra de la palabra cabalística que llevaba escrita en la frente: donde ponía "emet" (verdad) quedó "met "(muerte), y el ogro volvió a ser un montón de arcilla inerte. Aquí también algunos torpes rabinos han soltado sus Golem por España, sean terroristas o contraterroristas, y es preciso devolverlos definitivamente al lodo del que brotaron, pero la operación mágica ha de ser inversa: donde ellos escribieron "muerte" para que el muñeco sanguinario iniciara su andadura, la sociedad debe poner "verdad" y convertirlo en polvo.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

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