El Cine, con mayúscula
Vania en la Calle 42
Dirección cinematográfica: Louis Malle. Dirección escénica: André Gregory. Guión: el drama Tío Vania, de Antón Chéjov, traducido al inglés y adaptado por David Mamet. Fotografía: Declan Quinn. Música: Joshua Redman. EE UU, 1994. Intérpretes: Wally Shawn, Larry Pine, George Gaynes, Brooke Smith, Julianne Moore, Phoebe Brand, Jerry Mayer y Lynn Cohen. Madrid: cines Princesa y Renoir Cuatro Caminos (en versión original subtitulada).
Esta bella y -por debajo de su apasionante sencillez- compleja película puede inducir a un error de encasillamiento: teatro filmado. Mecánicamente lo parece, pero lo es de modo que trasciende y logra ir más allá de esa mecánica, lo que convierte en falsa su catalogación peyorativa de teatro filmado. Un equipo de cineastas filma, en efecto, el montaje por un equipo de gentes de teatro del drama de Chéjov Tío Vania, una de las obras supremas del teatro de todos los tiempos. Un suceso teatral es, por tanto, objeto, materia de filmación. Pero en Vania en la Calle 42 tal filmación sobrepasa la condición de teatro capturado y fijado en una película, pues tal captura sé lleva a cabo con la mirada, la sensibilidad y las armas del más puro cine que pueda imaginarse. Es ciertamente teatro, pero fundido en un lenguaje fílmico tan preciso que bordea la perfección; y alcanza, o al menos ronda, como forma cinematográfica, la exquisitez.
Arte total
La hondura de este ejercicio radica en que funde el mejor teatro con el mejor cine; y de esta fusión brota arte total, pues el resultado es la articulación recíproca de varios ingenios y talentos diluidos y engarzados sin solución de continuidad: el del escritor ruso Chéjov, más el del traductor y adaptador estadounidense David Mamet, más el del director escénico André Gregory, más los de los ocho prodigiosos intérpretes oficiantes, más el del creador de tempo en jazz Joshua Redman, más el del director de cine francés Louis Malle, más su maravilloso equipo, más esa asombrosa y casi inaudible banda sonora vertebrada por los ecos de las aceras del corazón de Manhattan, que se filtran por las grietas de la sala New Amsterdam. Es decir: la suma de varias maravillas convertidas en una sola maravilla que las trasciende y conduce a un punto situado más allá de sí mismas: arte, por tanto, sin fronteras.
Vania en la Calle 42 fue rodada por un grupo en trance dirigido por Malle, que hizo su tarea en sólo 11 días. La alta precisión de los encuadres destinados a combinarse en un montaje analítico planos generales fijos, dentro de los que la cámara aísla enfrentamientos milimétricos de rostros tomados en planos medios y primeros planos, con sus correspondientes, respuestas en contraplano -y la soltura, sabiduría y, transparencia -lindante con la invisibilidad, y por ello digna de Ford o Renoir- en el empleo de los planos-secuencia (que dan enorme presencia a lo que imaginamos que ocurre fuera de campo) convierten a Vania en alarde de una de las cosas más difíciles de conseguir en cine: la plena, natural y no artificiosa identidad entre el tiempo fílmico y el real.
Es Vania un magistral juego de aplicación del lenguaje clásico al cine moderno, que pone en evidencia que esa aludida rapidez de rodaje está lejos de ser indicio de ligereza e improvisación, y que, por el contrario, indica que se debe a un minucioso estudio previo. Esto hace de Vania geometría aplicada a la composición visual y la construcción dramática; y da a entender que, tras la rapidez de la filmación, hay un laborioso y meticuloso proceso de montaje, es decir: un elaboradísimo y matemático encadenamiento de imágenes, pues de otra manera sería imposible alcanzar esa aludida dificilísima conquista de la identidad entre el tiempo de la ficción y el tiempo de la vivencia de la ficción per quienes la vivimos viéndola. En otras palabras: el Cine, con mayúscula, reconquistado en esta humilde y emocionante reconquista para nuestro tiempo del genio de Antón Chéjov.
Babelia
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