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La recuperación invisible

Joaquín Estefanía

A los alumnos de la Escuela de Periodismo UAM / EL PAÍSLos datos que manifiestan que el mundo desarroIlado está viviendo una recuperación se acumulan. Parece, incluso, que ésta es más fuerte de lo previsto. Michel Camdessus, director del FMI, que ha estado recientemente en Madrid para participar en un acto de la Fundación Francisco Fernández Ordóñez, declaraba: "No cabe duda, se ha acabado la recesión mundial. Además, estoy muy de acuerdo con los análisis que acaba de realizar la UE, en los que apunta a resultados aún superiores a las esperanzas que teníamos. Me gusta equivocarme cuando es en este sentido, ya que otras veces ha sido al revés, y pienso realmente que el año próximo (199 5) se presenta muy bien, y que será un año de crecimiento fuerte que debemos aprovechar".

Los elementos de esperanza afectan también a España. Las cifras de la contabilidad nacional del tercer trimestre de 1994, últimas disponibles, reflejan que la economía española está 11 en franca recuperación"; el PIB aumentó un 2,3% y a final del ejercicio se habrá crecido un 2%. Las previsiones son aún mejores; según la OCDE, las expectativas son de un crecimiento del 2,9% en 1995 y del 3,3% en 1996.

Dicho esto, hay que entrar en la segunda derivada; se trata de una recuperación sui géneris. Los expertos más independientes, al conocer la contabilidad nacional, declararon: "Este crecimiento no es suficiente para crear empleo y disminuir la tasa de paro". Y la misma OCDE, que cree en un crecimiento moderado sin inflación para su entorno, remataba en su informe: "La recuperación en España no se reflejará en la disminución del paro".

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El Barómetro de invierno, que tradicionalmente elabora Demoscopia para EL PAÍS, publicado hace escasos días, decía lo siguiente: "Desconfianza [de los ciudadanos] ante la recuperación efectiva de la economía. Actitud conservadora ante el consumo; ello podría ser consecuencia del endeudamiento de las familias en los años más duros de la crisis, pero también puede ser reflejo de la inseguridad psicológica derivada de la creciente precarización del mercado laboral". Este acongojamiento de los asalariados se acrecienta con la particular coyuntura política que existe, portadora de una extrema incertidumbre en el futuro a corto plazo.

Es decir, se trata de una recuperación tibia -el consumo y la inversión familiar todavía no se han activado suficientemente- y selectiva, al menos porque no todos los ciudadanos se están beneficiando de ella: no aumenta de modo sustancial el empleo y, quienes lo tienen, no aprecian un incremento de su poder adquisitivo: en 1994, por primera vez desde hace muchos años, los salarios han crecido por debajo de la inflación. Todas las recuperaciones son selectivas, pero da la impresión de que la que está en curso lo es más aún.

Si acudimos a un diccionario de economía cualquiera (recuperación: "En el ciclo económico, la fase en la cual los indicadores empiezan a mostrar que se ha recuperado el fondo de la crisis"), no hay duda de que lo que está sucediendo se aproxima a una recuperación, pero si la consulta se hace al Diccionario de la lengua española (recuperar: "Volver a adquirir el ánimo, la hacienda, la salud, etcétera, que se ha perdido), entonces las dudas son más notables.

Es en este equívoco sobre los contenidos de la recuperación económica -y la analogía de la actual con otras más clásicas- en el que hay que abundar. En la economía existe algo más que el mundo de los teoremas y de los modelos económicos. Puestos los alumnos de la Escuela de Periodismo UAM / EL PAÍS en el trance de elegir una portada para su periódico de fin de curso, escogieron el tema de la coyuntura y lo titularon La recuperación invisible; lo que demuestra que, aunque estos estudiantes no sean representativos de nadie, no todos los colectivos entienden que la reactivación les ha llegado.

El economista francés Maurice Allais, uno de los grandes científicos sociales vivos, llama la, atención sobre. lo que él denomina seudoteorías literarias en la economía; los defectos comunes a muchas teorías económicas radican en el uso continuo de conceptos no operativos, de términos vagos e indefinidos cuyo significado cambia sin cesar dentro del análisis y varía de un autor a otro; en la ausencia de rigor en el análisis; en la abundancia de expresiones más o menos metafísicas que, al carecer de significado preciso, pueden significar lo que, se quiera y, por consiguiente, están parapetadas contra las objeciones; y en la utilización de expresiones cargadas de contenido emocional que, si bien pueden garantizar la popularidad de sus autores, no se prestan a un razonamiento riguroso.

¿Puede definirse como tal una recuperación que no sirve para limitar de manera notoria el desempleo y que deja fuera de sus efectos al menos a una cuarta parte de la población activa? Cuando Jacques Delors presentó el primer borrador del Libro blanco sobre el crecimiento, la competitividad y el empleo, su objetivo gozaba de una cierta utopía; a través de una especie de keynesianismo continental, con grandes inversiones públicas, se trataba de crear en Europa 15 millones de puestos de trabajo hasta el año 21.000. La magnitud del esfuerzo es más viva si se recuerda que entre 1980 y 1991 en Estados Unidos se crearon 16 millones de puestos de trabajo y en Japón 14 millones, mientras que en la UE sólo hubo un incremento de 6,2 millones. La opinión de los técnicos (los ministros de Economía y Hacienda) rebajó el grado de voluntarismo de Delors para conformarse con mantener los niveles de empleo donde están: 17 millones de ciudadanos parados en la UE. Por cierto, para que en España pudiera hablarse de un nivel de problema tan crítico con el empleo como el que existe en la UE antes tendrían que crearse cuatro millones de puestos de trabajo (la población activa debería ser de 16 millones de personas, no de 12 como ahora); en nuestro país trabaja actualmente el mismo número de personas que hace 25 años, cuando había cinco millones menos de ciudadanos; de cada 100 personas en edad laboral, en España sólo trabajan 45, mientras que en la UE lo hacen 61, en Estados Unidos 70 y en Japón 75.

En Estados Unidos las cosas son diferentes; no en balde el nivel de desempleo no llega al 6% de la población. Pero también allí el concepto de recuperación es polémico. La revista Time se preguntaba recientemente: ¿cosechan los trabajadores norteamericanos los beneficios del mayor rendimiento que están dando las empresas? Los estadounidenses "son los que más trabajan en el mundo"; segun el World Economic Forum, después de ocho anos de dominio japonés, la economía de Estados Unidos vuelve a ser de la más competitiva del mundo; pero ello ha tenido un precio amargamente alto: oleada tras oleada de reducción de plantillas, limitación o eliminación de las subidas salariales, sustitución de trabajadores a tiempo completo por trabajadores a tiempo parcial o eventuales. Incluso los asalariados que han conseguido mantener un empleo convencional están frecuentemente demasiado agotados, por el elevado número de horas extras y el trabajo de fines- de semana, como para poder disfrutar del dinero adicional que ganan.

Mientras los beneficios empresariales y los salarios de los directivos aumentan rápidamente, los sueldos reales (una vez descontado el efecto de la inflación) no están creciendo en absoluto. La Administración americana informó que en 1993 la renta de los hogares medios cayó en 312 dólares y otro millón de personas entró en la pobreza; los conceptuados oficialmente como pobres eran un 15,1% de la población, frente al 14,8% de 1992. "Tendencia sorprendente", dice el semanario, "en el cuarto año de una recuperación que no deja de cobrar nuevos impulsos". Si la mayor parte de la población americna hubiera percibido con nitidez la recuperación, Clinton no habría perdido las elecciones de noviembre.

Todos estos elementos y matices, y otros no mencionados, han de ser contemplados para conseguir una recuperación económica universal, sólida y estable. Cada vez valen menos los análisis tecnocráticos de una sola dimensión; hay que analizar el modelo de crecimiento en su conjunto. Recobran actualidad las palabras de Keynes sobre los buenos economistas: "... el maestro-economista debe poseer una combinación de dotes poco común. Tiene que alcanzar un alto nivel en diversas direcciones y combinar talentos que no se encuentran juntos con frecuencia. Debe ser matemático, historiador, estadista, filósofo, todo ello, en cierto grado. Debe comprender los símbolos y hablar en palabras. Debe observar lo particular en términos de lo general y tocar lo abstracto y lo concreto en el mismo vuelo del pensamiento. Debe estudiar el presente a la luz del pasado para los objetivos del futuro. Ninguna parte de la naturaleza del hombre o de sus instituciones quedará por completo fuera de su consideración. Debe mantener una actitud resuelta y desinteresada al tiempo, ser tan distante como un artista, pero en ocasiones con los pies tan en la tierra como un político".

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