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La angustia del ganador

Antonio Muñoz Molina

Lo que casi siempre me vuelve insoportable el espectáculo del deporte es justo lo que más contribuye a su atractivo como tal: la incertidum6re sobre el éxito o el fracaso, los resquicios de casualidad o de sofisticación tecnológica de los que puede depender todo, la energía tremenda que el deportista de élite debe emplear en un propósito fanático. Inmediatamente después de ganar este año el Tour de Francia, Miguel Induráin ;se apresuró a afirmar que su objetivo era ganarlo los dos próximos años. Al leer eso, pensé con disgusto que ese atleta magnífico no se concedía ni el descanso moral de un triunfo amplio e indiscutido, y que tal vez alentaba dentro de él un exceso de ambición que lo - volvía ingrato hacia sus propias hazañas. En la competición todos los esfuerzos se vuelcan hacia el instante del triunfo, y toda la vida del atleta queda así subordinada al desafío de unas décimas de segundo, pero enseguida ocurre que a quien ha triunfado se le aparece por delante el nuevo límite de lo inalcanzado, y con él la nueva posibilidad del fracaso. La victoria, apenas alcanzada, se convierte para el ganador en incertidumbre sobre el porvenir. ¿Hay alguien que de verdad quiera vivir así? El que pierde, al menos disfrutará de unas horas o unos días de alivio absoluto, porque la derrota suele ser más tranquila que el éxito.,En cualquier oficio y en cualquier arte la búsqueda de la excelencia es el impulso más noble, y de ella procede la fuerza para aprender y perseverar, sin la cual ningún talento llega muy lejos: el talento, ya se sabe, es una larga paciencia. Pero en el deporte se confunde con demasiada facilidad el perfeccionamiento con la superstición de las clasificaciones, y si eso tiene la ventaja de propiciar espectáculos de una gran belleza también produce en muchas personas un efecto disuasorio, un rechazo ante la obscenidad de los podios y de los números uno. Hay caracteres dotados para identificarse automáticamente con los ganadores, sean éstos de la política, de los negocios, de la literatura o el deporte, y personas que admiran no las cualidades que conducen a alguien hacia el éxito, sino el mero brillo del éxito. En correspondencia, hay otras almas pusilánimes que con parecido automatismo se retraen ante el escándalo de la victoria, y para las que el espectáculo de la competición queda siempre malogrado por una tendencia irresistible a volcar su simpatía hacia quien va perdiendo.El absolutismo de los récords y del número uno acaba siendo perjudicial para el verdadero disfrute del deporte, porque aleja de éste, lo mismo de su contemplación que de su práctica, a muchas personas de carácter apocado y no competitivo. "Mi único deporte es asistir a los entierros de mis amigos deportistas", decía Juan Carlos Onetti. En la escuela la adoración que reciben los mejores deportistas y el escarnio al que son sometidos los niños torpes o simplemente cobardones hace que estos últimos, que suelen ser la mayoría, rechacen el ejercicio del deporte como rechazábamos el aprendizaje del latín los alumnos de los colegios de curas de hace veintitantos años. Suele ser demasiado tarde cuando uno descubre los beneficios que disfrutaría si pudiera leer a Virgilio en latín o si cultivara razonablemente algún deporte.

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Amí me gusta correr. En cambio, no me gusta ver en la televisión los resultados de las pruebas atléticas porque los conozco de antemano: alguien va a ganar y todos los demás van a perder. A mí me gusta correr a solas, en el parque del Retiro o por algún bosque o paseo marítimo adonde me ha llevado algún viaje. Es muy probable que llegara el último en cualquier carrera en la que participase, pero me da exactamente igual, porque los beneficios que disfruto de ese ejercicio no tienen nada que ver con ninguna competición. No tengo que vencer a nadie, no busco más éxito que el de. un cierto bienestar que no es sólo físico, porque me hace más tranquila la vida y me permite un poco más de serenidad en mis tareas. A veces en las caras de los deportistas hay un rictus de furia o de angustia que les obliga a cerrar los ojos. A mí me gusta correr con. los ojos bien abiertos, para fijarme bien en los lugares por los que voy pasando. Si me someto a algún desafío es conmigo mismo y nadie lo conoce más que yo. Pero ya decía mi profesor de gimnasia que yo era muy malo para los deportes.

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