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Tribuna:MIL DíAS DE ASEDIO A SARAJEVO
Tribuna
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Mi perra, refugiada en Sarajevo

Para hablaros utilizaré imágenes literarias. No porque ignore el ritual lingüístico que la política exige, ni porque, como poeta, desprecie ese modo de expresión. Me ex presaré en tanto que escritor, con el deseo de presentar lo más directamente posible al menos algo de la auténtica vida, una parcela de esa verdadera vida que, desde hace mil días, es para los habitantes de Sarajevo un castigo y una bendición a la vez.De entre los millones de cosas que han pasado en la Sarajevo asediada, no sé bien de cuáles, debería hablar hoy. Flues no hay por qué gastar las palabras en vano, y las cosas que en la Sarajevo devastada son importantes no coninciden con las que lo son en el resto de Europa. Corro el riesgo de no ser comprendido o, lo que es peor, de ser comprendido a me dias. Por eso hubiera preferido, si ello fuera posible, persuadir a Linda, mi caniche, para que os contara los horrores que ha vi vido desde que los serbios intentaron a cañonazos hacer "entrar en razón" a los habitantes de Sarajavo, según expresión de general serbio Ratko MIadic. Es posible que el relato de una perrita impresione más que el de un escritor, ptips, según dicen, los europeos están más predispuestos a sentir compasión por los sufrimientos de los animales que por los de los hombres.Linda es una refugiada del barrio de Dobrinja, una huérfana que tuvo la suerte de ser adoptada por mi hija de 7 años. Su propietario la abandonó cuando Sarajevo empezó a ser bombardea da permitiéndola el placer de alimentarse hurgando en las basuras. Cada vez que comenzaban a caer obuses, Linda, gimiendo, se ponía a arañar la puerta del cuarto de baño. Su instinto le dictaba lo mismo que a mí el mío: era el lugar más se guro. En realidad, en el cuarto de baño era donde había menos riesgode sufrir un impacto directo ya que en Sarajevo no había ni, una pulgada de terreno que pudiera considerar se auténticamente seguro: la gente moría incluso bajo tierra, en los sótanos de sus casas. Me gustaría señalar que cuando la guerra comenzó en Bosnia, Linda tenía un año. Naturalmente, no tenía ni un pelo blanco. Hoy, Linda tiene tres años y medio y su pelo ha encanecido. Sobre todo a causa de las bombas.

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¿Qué decir de los otros perros de raza abandonados porque sus dueños no tenian ni con qué alimentarse a sí mismos, y que no han tenido la suerte de que los adopten. Un día vi a un dálmata de pura raza con una lata de conserva en el hocico. Evidentemente, había descubierto la lata en medio de un montón de basura, debía de quedarle algún resto, y luego no había podido sacársela. No olvidaré jamás la imagen de ese noble animal, con manchas como el archipiélago de Polinesia, con las patas estiradas como el pie de un velador y gimiendo con la lata incrustada en el hocico. Espero que este ejemplo suscite al menos algo parecido a la emoción.

¿Y Qué decir de los hombres que, mucho más a menudo que los perros de raza, hurgan en las basuras de Sarajevo? En lugar de hablar de mi perra a la que he mencionado pensando que ese tipo de ejemplo es del gusto de los europeos, debería haber hablado de ese joven de Sarajevo, de sólo 22 años al que el terror de una única noche de bombardeos serbios volvió blanco todo su cabello. Pero todavía hay cosas peores. No puedo olvidar la imagen del cráneo del pequeño Zlatan de Prijedor: todo el mundo está de acuerdo en que allí tuvo lugar la peor de las masacres per petradas por los serbios contra la poblacion musulmana. Todo lo que ese niñito comprendió o vivió en Preidor fue resumido por su madre en una carta a sus panentes: "Fue un choque tal para Zlatan que se le cayó todo el pelo". Esos niños bosnios calvos, esos jóvenes de 22 años a los que el pelo se les vuelve blanco en una noche no son únicamente fruto de la barbarie serbia, también lo son de la indiferencia europea. Pero no deberíamos asombrarnos demasiado del total desapego con el que Europa recibe la noticia de las expediciones punitivas serbias contra todo lo que en Bosnia no es serbio, cuando sabemos los excepcionales resultados que numerosas naciones europeas han logrado a la hora de exterminar otros pueblos. Se podría decir que Europa mira hoy a Milosevic y a Karadzic con el mismo sentimiento de melancolía que sienten las personas mayores cuando ven sus fotos de juventud.

No evocaré el espectáculo de cráneos estallados cuyo cerebro, todavía palpitante, se expandía por las aceras. No contar la historia del francotirador serbio al que le preguntaron cómo había podido tirar sobre una niñita de cuatro años y que respondió: "Me provocó, estaba justo en el punto de mira, no pude resistirlo apoyé el gatillo". Pero no silenciaré el sufrimiento de los niños bosnios. Sólo en Sarajevo han muerto 1.600 y 19.000 han sido heridos. Sé que esas monstruosas cifras no provocarán vuestra imaginación ni vuestro sentido de la ética, evocaré, Pues, a esa niña alcanzada por un obús en pleno centro de Sarajevo que murmuraba al desconocido que la transportaba en coche, "Mi pierna, se ha olvidado de coger mi pierna", Mientras señalaba el lugar donde yacía su miembro, arrancado por el proyectil.

Ni quizá les cuente la historia de aquel niño sorprendido, al volver del colegio, por una avalancha de proyectiles, aterrorizado corrió hasta el edificio más próximo donde una mujer le vió tan asustado que dijo a sus vecinas "dadle un poco de agua y azúcar para que se recupere", a lo que el niño respondió "¡no, azúcar no que es muy cara!". Y es cierto que: es muy cara, ha llegado a costar hasta 60 marcos el kilo. Pero no es la peor. Se siente una inmensa tristeza al ver a un niño preocupado por los problemas de adultos, ante un niño de 9 años consciente de que el coste de la vida se ha convertido en una realidad esencial, incluso más fuerte que el miedo a esos proyectiles anunciadores de la muerte.

Quizá debería dar prioridad a, esa mujer, cancerosa, que decidió un día dejar el hospital y al llegar a casa fue recibida por los gritos de alegría de su hija "¡Mamá,mamá!". Un instante después se daba cuenta de que la hija no se alegraba de la vuelta de su madre a la que no había visto desde hacía meses, sino de: la vuelta del agua: "Mamá, hay agua. Escucha como habla, mamá. ¡Qué harta estaba del agua de los bidones', de ese agua que no es agua!". Temo que sólo los habitantes de Sarajevo, sólo los que han sentido en su propia carne lo que significa vivir sin agua durante meses, sean capaces de darse cuenta de toda la importancia de esta historia.

Un funcionario de las Naciones Unidas preso de la mala conciencia al ver a una mujer, recoger el agua de lluvia en frascos, declaró que: los habitantes de Sarajevo viven unas condiciones tan inhumanas que corren peligro de convertirse en animales. Al principio, esta declaración me humilló profundamente pues no he sentido nunca tanto respeto por mi mismo como a lo largo de estos días en los que mi conciencia de hombre, agredida por todos lados y por tantas privaciones, ha logrado superar todas las pruebas. En esta guerra, los habitantes de Sarajevo han soportado lo insoportable, permaneciendo siempre hombres. Luego me pareció normal el que un extranjero, por muy bienintencionado que sea, no legue a comprender lo que hoy saben todos los niños de Sarajevo y que tan bien comprendió el poeta inglés Webster: "El hombre es como el cimiento / bajo los golpes es cuendo revela lo mejor de sí mismo".

La aptitud que tiene la gente de Sarajéreírse de todas las adversidades constituye para mí uno de los descubrimientos más importantes de esta guerra, a pesar de que hace treinta años que vivo en esta ciudad. Nosé bien que ejemplo citar. Elegiré éste: en la ya mencionada Dobrinja, medio, centenar de personas heridas por los obuses serbios fueron tras ladadas a un hospital. Un joven con múltiples heridas de metralla tuvo que ser remendado por los cirujanos durante seis horas mientras a su lado, separada por una cortina, una mujer pana. Cuando el herido se despertó de la anestesia oyó el vagido del bebé al que una comadrona daba la bienvenida a Dobrinja propinándole cariñosos golpes en el trasero mientas le sostenía cabeza abajo. El joven preguntó con un aire muy serio: "Dígame doctor, ¿es a mí a quien acaban de parir?" Las gentes son capaces de reirse de sus propias heridas, pero también de elevarse, aunque sólo sea por un instante, por encima de su propio sufrimiento como si fuera sobre un pedestal y desde allí enunciar un elevado juicio sobre el sentido de la existencia humana. Un día, en la calle, un proyectil lanzado por una metralleta antiaérea hirió a un viandante en el brazo. Inmediatamente, un coche se paré a su lado para llevarle al hospital. El hombre, con su brazo ensangrentado metió la cabeza por la ventanilla y le dijo al conductor: "Pero se lo voy a poner perdido de sangre". Esta conmovedora historia no está desprovista de cierto sentido del humor, aunque involuntario. De hecho, es esta una historia bosnia, profundamente bosnia.

Tras ella se entrevé Bosnia, con su culto a la buena vecindad, base, durante siglos de la convivencia entre las grandes religiones de este mundo. Ese culto nació de la gran diversidad -nacional, confesional y cultural- bosnia, de una suerte de código de conducta general: debes proteger a tus vecinos, a tus prójimos, a tus conciudadanos más que a tí mismo. Los que han sido educados bajo el signo de esta cultura tienen profundamente anclado el sentimiento de que Bosniaes una región que comparten con el Otro, un poco parecido a ellos, un poco diferente, y que hay que respetar esas diferencias, ese derecho a un comportamiento diferente, a una opinión diferente, a un ritmo de vida que no es el tuyo. Contar continuamente con el Otro para no atacar sus hábitos, su confort, sus sentimientos, sus afinidades, todo lo que para él es sagrado: eso es todo lo que resulta de esta pequeña historia de guerra. Aunque no sea bosnio de nacimiento, he defendido ésta Bosnia durante esta guerra a través de las palabras y de la escritura. Y si la he de fendido, y la defiendo, es menos como un hecho político que como el modelo de un mundo a la medida de mi ser.

Marco Vecovic es escritor de Sarajevo.

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