No hay novedad, siguen matándonos
He reflexionado mucho sobre lo que podría decir con motivo de este indignante aniversario, los mil días del asedio a Sarajevo. Me imaginaba a los lectores tomando el café con prisa para llegar al trabajo y diciendo : "¡Vaya por Dios, otra vez Sarajevo!" la víspera, arrellanados en su sillón en un cuarto bien caliente y haciendo zapping con el mando de la televisión en la mano: la peste en India, los combates en Chechenia, los nuevos modelos en París, ya para la primavera próxima... En Sarajevo no hay ninguna novedad.Ese ninguna novedad, quiere decir que continúan matándonos, que volvemos a tiritar de frío, que hay colas en las aceras para que los hambrientos puedan tener su ración cotidiana de sopa y de arroz. Los cuatro jinetes del Apocalipsis recorren el mundo: la peste, la guerra, la muerte y el hambre. La peste es la única que no ha llegado a Sarajevo. Pero todavía puede llegar. ¡Y cuando esto ocurra, saltará a la primera página de los periódicos!
Cuando se han pasado mil días en un campo de concentración, uno tiene derecho a ser cínico. Empieza a faltarme el valor cuando los francotiradores atacan, vacilo al cruzar las calles, tengo el corazón mucho más oprimido que en el primer invierno. Incluso es posible que también me falten las palabras para hablar de Sarajevo. Los héroes están cansados, ¿acaso Dios y los hombres están hartos de nosotros? -eso es lo que aquí se piensa-.
¿En qué periódicos siguen siendo noticia de primera página estas tristes estadísticas?: en Sarajevo ha habido 10.000 muertos, 1.600 niños y niñas yacen en sus tumbas, hay 60.000 mutilados, 100.000 personas dispersas por -el mundo, dos millones de obuses. Sólo un pequeño río divide la ciudad, como el muro de Berlín. ¿Es que esta admirable ciudad, en la que las gentes se querían y vivían en armonía, está condenada a desaparecer?
No comparto la ilusión de los que creen que una Sarajevo dividida y desmembrada, destruida y abandonada, podrá renacer de sus cenizas, como un ave Fénix. Esa Sarajevo no tendrá ni alma ni corazón. Aunque posiblemente sería un buen regalo para el mundo que, aunque tarde, podría acallar su conciencia, pero que jamás podrá devolverle sus 500 -e incluso más años de vida feliz. Quien venga a Sarajevo, que mire a la gente, que no mire los edificios.
Recientemente he conocido a dos jóvenes. Se han casado en plena guerra. El es bosnio (musulmán) y ella podría ser croata o serbia puesto que es hija de un matrimonio mixto, pero ambos se declaran únicamente bosnios.
Damir tiene 21 años. Sanja un años menos. El es soldado y en su tiempo libre escribe una novela. Ella está terminando una licenciatura en literatura inglesa. Se conocieron durante la guerra. Damir a tomado el apellido de Sanja y Sanja el de Damir. Según la ley, son los esposos quien deciden el apellido de casados aunque, fieles a la tradición, las mujeres suelen tomar el apellido del marido. En el acta de matrimonio, el alcalde ha inscrito: Sanja Baranac-Omeragic y Damir Omeragic-Baranac.
Antes de la guerra, en Sarajevo había un 30% de matrimonios mixtos y al menos uno de cada seis en el conjunto de Bosnia. Ellos son los que han tejido la trama del la vida y la mentalidad bosnias. Los nacionalistas los han rechazado sumiendo así en la desgracia a todas las futuras generaciones.
Mis jóvenes amigos no hacen política. Sólo, se aman y no quieren capitular. Luchan y protestan a su manera. Es a ellos a quienes hay que preguntar qué hacer, cómo seguir luchando en este desgraciado país, en este mundo cruel. ¡No olviden sus nombres!
Estará naciendo un nuevo Sarajevo, el Sarajevo de nuestros sueños ¿o sólo es el eco de tiempos ya pasados?
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