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La 'vendetta' frustrada

Mario Conde cantó victoria sobre la justicia antes de tiempo

Costa Amafflitana, 21 y 22 de julioSobre las aguas azules del golfo de Amalfi, en Italia, se erigen las pintorescas ciudades de Positano, Amalfi, y más arriba, Ravello. Allí, el 22 de julio, después de haber cenado, la víspera, en la perla del Golfo de Nápoles, la isla de Capri, Mario Conde y su familia han tomado unos días de vacaciones. Ataviado con su clásico pantalón blanco y la chaqueta azul, grandes gafas y cabello que durante el día pasa de la brillantina, el ex banquero cavilaba sobre su retorno a la vida pública y social española.Había abandonado Madrid después de una incursión parcial en medios de comunicación cuya fortuna había sido por lo menos muy discutible. Allí, sobre su yate Alejandra, Conde reflexionaba sobre su libro, El Sistema, previsto para septiembre y su gira por España.En aquellos días estaba lleno de gozo y confianza. Sin sombras. El punto de partida del crecimiento de su autoestima per sonal había sido, según sus amigos más cercanos, la entrevista que a finales del mes de mayo de 1994 mantuvo en Moncloa con el presidente del Gobierno, Felipe González.La explicación que dio a sus colaboradores fue que González, preocupado por el impacto que El Sistema podía tener en el clima de crispación de aquellos días y, habida cuenta que se avecinaban las elecciones europeas de junio, accedió después de muchas llamadas a recibirle. La reconstrucción de aquel encuentro -que según algunas fuentes habría sido sugerido por el Rey Juan Carlos y que según otras resultó ser pura y simplemente un gesto político de González-, indica que Conde se quejó amargamente ante el presidente por la intervención y por el hecho de no haber podido explicarle cara a cara, hasta ese día, su versión.A su vez, González le habría hecho saber que era él quien estaba enfadado porque Conde no le había contado, durante los encuentros de 1993 -primavera y otoño- la lamentable situación en la que se hallaba Banesto. Intercambiaron algunos comentarios sobre el libro de Conde y éste se ofreció, si el presidente lo deseaba, a enviar las galeradas para que pudiese conocer su contenido. Parece que así ocurrió con algunos capítulos.Pero bastó este encuentro para que Conde se creciera y anunciara el comienzo de su cruzada pública. Pocos días más tarde, en una reunión privada con un círculo de periodistas en su mayoría de origen navarro, celebrada en el restaurante Solchaga de Madrid, Conde lo soltó. Había mantenido varios contactos con el presidente y éste ya empezaba a darle la razón sobre el "error" que se había cometido el 28 de diciembre de 1993. Ahora, a finales de julio ha olvidado incluso la rechifla general que sufrió al aparecer, días antes, en un palco de la plaza de toros de la ciudad de su juventud, Alicante. En Capri y en la Costa Amalfitana, disfruta de unos días de sol, se alimenta de millas y millas a bordo de su yate, mientras sueña con volver y pasar factura.Hotel Palace, 12 de septiembreEn realidad, nunca se había ido. Desde los primeros días que siguieron a la intervención de Banesto mantuvo contactos con la prensa y filtró, o hizo filtrar, muchas informaciones. Una de ellas se refería, por ejemplo, al pago de 600 millones de pesetas a la sociedad Argentia Trust, Saint Vincent, que, según insinuaba, permitió cambiar la voluntad gubernamental sobre las exenciones fiscales que se pedían para crear la Corporación Industrial en 1990. Pero este 12 de septiembre, des de lo alto de su mesa dispuesta en un salón del Palace -en primera fila le escuchaban varios de los querellados ex administradores como Arturo Romaní, Enrique Lasarte, Antonio Sáez de Montagut, César de la Mora y otros-, el ex presidente de Banesto atacaba al Banco de España, a Mariano Rubio, a Luis Ángel Rojo, a Miguel Martín y a otros miembros del Gobierno. Y, sobre todo, alardeaba con un argumento: en nueve meses la justicia no había presentado una querella criminal contra él.Si se pregunta a uno por uno de los colaboradores de Conde por qué se ha llegado a la situación actual, la respuesta a coro es unánime: porque en lugar de callar, como la situación mandaba, sacó otra vez los pies del tiesto y empezó a hablar. Será difícil convencer a la opinión bien pensante de este país de lo contrario, a saber, de que, en realidad, se hubiese llegado al mismo puerto. En ninguna parte se ha visto que el responsable de una quiebra bancaria no hubiera tenido, como mínimo, que comparecer ante la justicia acusado de cometer delitos. Pero, además, el caso Banesto comenzó antes del 28 de diciembre de 1993 porque visitantes extranjeros y muchos empresarios y banqueros de este país habían sugerido la existencia de operaciones extañas.Todo este clima sórdido salta, curiosamente, al comparecer Conde en el Congreso sobre el asunto del Grupo Oasis, que ha ocasionado pérdidas de 50.000 millones de pesetas a Banesto, el 30 de septiembre de 1994. Dieciocho días después de presentar su libro, el ex presidente de Banesto acude a la comisión parlamentaria para hablar de un asunto que no le agrada. Pide antes comparecer sobre asuntos más generales, pero no lo consigue. Los diputados se unen ante su agresividad no calculada. Dos semanas después, el 19 de octubre, vuelve al mismo escenario, pero mantiene una conducta nervisa, infantil. Su conducta en muchos asuntos refuerza las sospechas. Sobre todo cuando busca disipar aquéllas referidas a su enriquecimiento personal, asumiendo un tono amenazador.

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Pero es igual, insisten sus amigos, si Conde: callaba aquí paz y después gloria. Es como el cara y cruz de una moneda. Antes de utilizar este argumento, sus colaboradores estaban convencidos de que la capacidad de Conde para tirar de la manta constituía por sí sola un arma para disuadir a cualquiera, como el Banco de España, por ejemplo, de presentar una querella criminal. Ahora que su capacidad de fuego no ha podido mantener a raya a sus enemigos se dice que nunca debió haber disparado (declaraciones públicas). Hay una cosa que a menudo se olvida y es que la intervención de Banesto se pudo concretar porque Conde y sus equipos, bajo presión y con el fin de convertir al Banco de España en su cómplice, hicieron, a falta de una mejor expresión, colaboracionismo proporcionando una información que hasta entonces habían ocultado. Creían que colaboraban para salvarse, no para ser destituidos. Sin esta extraña coexistencia durante 1993 entre el banco emisor y los servicios de Banesto, difícilmente se hubiese podido conocer la amplitud de la quiebra.

Del mismo modo, para profundizar la investigación sobre los presuntos actos fraudulentos, cuyos elementos fragmentarios se conocían o se husmeaban, lógicamente, fue necesaria una labor in situ, posterior al 28 de diciembre de 1993, en la que toda la organización del banco aportó a través de testimonios muchos detalles y documentos. Las paredes de Banesto veían y oían durante los seis años y doce días que Mario Conde estuvo al frente de la institución. Se dice que este hombre, a pesar de su tensión psicológica, contaba antes de la detención de Romaní, chistes sobre sí mismo. ¿Saben el cuento de Antequera? Dos turistas ingleses están de paseo por Andalucía y se pierden en el camino de Córdoba a Málaga. En eso ven a un hombre de unos 46 años, moreno, de piel cetrina, bien erguido, que lleva una cesta en la mano, y le preguntan: ¿Antequera, Antequera, por favor? El hombre contesta: "Yo era presidente de Banesto y ahora cojo caracoles".

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