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Tramposa simetría

Todos los estudiosos del nacionalismo radical vasco coinciden al resaltar sus raíces católicas y al identificar el marcó de referencias religiosas que acompañó el nacimiento y la primera actuación de ETA. Nadie ignora que en los rituales pagano /cristianos cruces, serpientes, hachasdel entierro de miembros de ETA, muertos en enfrentamientos con la policía o manipulando, sus mortíferos artefactos, no han faltado sermones que hayan equiparado esas muertes con el sacrificio redentor de Cristo, martirio de un inocente que derrama su sangre por la salvación de su pueblo.El discurso, del obispo Setién está lejos de estos mitologemas de redención.- Setién habla más el lenguaje del clérigo jurista y moralista que el del cura fanático de una causa por la que estaría dispuesto a morir o matar. Y como hombre de derecho más que de fe, aún si de derecho canónico se trata, su discurso pretende una atildadísima equidistancia, la construcción de un terreno neutro desde el que pueda predicar a unos y a otros con idéntica autoridad, la que procedería de la posesión de una palabra que, situada por encima de lo temporal, reclama para sí el ámbito de lo ético religioso.

Esta voluntad de equidistancia es evidente desde los primeros párrafos de su última carta pastoral, cuando recuerda "un atentado de ETA" de marzo de 1977 para, a renglón seguido, evocar la "muerte de cuatro jóvenes víctimas de una oscura operación policial". El obispo pretende constituirse en un punto igualmente alejado de las "partes enfrentadas", jóvenes y policías, pero sus afinidades pro fundas le traicionan: al atentado de ETA no le asigna víctimas, no las menciona, no existen; es, por así decir, un aten tado abstracto. Por contra, la acción policial causa vícti mas con rostro humano: eran cuatro jóvenes los muertos.

A partir de ese primer recordatorio de un. atentado y de una actuación policial, su insistencia en buscar la "raíz" del enfrentamiento entrelas partes en una indefinida "si tuación de injusticia" es coherente con ésa fascinación por la falsa simetría que impregna todo su escrito. El pueblo vasco aparece como víctima de una injusticia de la que sur ge un conflicto, que enfrenta« a dos partes, a las que se pide que renuncien por igual a su aspiración al "todo o nada", recorran el camino de reconciliación, dejen unos de matar y otros de torturar, para así desembocar en un proceso de pacificación.

Arrojada por la ventana de esta asepsia moralizante, la política regresa sin embargo por la puerta grande de las propuestas de acción. Pues todo el tedioso discurso trivial mente moralista sobre la reconciliación como camino ha cia la pacificación no tiene otro objetivo que. formular una iniciativa de evidentes implicaciones políticas. "La manera de que unas partes enfrentadas lleguen a 1 posibles acuerdos no puede ser otra que la del diálogo previo", dice Setién que aboga, siguiendo en este punto a ETA aunque sin mentar nunca su nombre, por "los contactos, las conversa ciones, el diálogo y la misma negociación" entre eso que llama partes enfrentadas. Todo el problema consiste en que cuando Setién acaba de bajar del púlpito, una bomba le estalla bajo el solio episcopal. El mismo día en que publica su exhortación a la negociación, el conflicto entre las partes" se desplaza peligrosamente hacia una quiebra de la sociedad vasca, con un aviso por parte de los dirigentes del PNV que ningún poder del Estado se atrevería, hoy a formular: que a lo mejor unos incontrolados comienzan a tomarse la justicia por su mano. Tanto miramiento con ETA, tanto remilgo con su nombre, tanto eufemismo a la hora de decir el crimen, para que al final las simetrías salten por los aires y acaben por emborronar el relimpio discurso de este clérigo que carece una vez más del valor moral necesario para dirigirse a ETA y, prescindiendo de cualquier tramposa simetría, exigirle la renuncia al uso del terror.

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