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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cuestíon de credibilidad

CINCUENTA AVIONES de la OTAN realizaron ayer un ataque contra un aeropuerto situado en la región croata de la Krajina ocupada por las fuerzas serbias. Desde ese aeropuerto de Udbina, aviones serbios han partido repetidas veces para atacar la ciudad bosnia de Bihac, declarada área protegida por las Naciones Unidas. Según portavoces de la Alianza Atlántica, el aeropuerto ha quedado inutilizado.La operación no tiene mayor relevancia militar. Los ataques aéreos de las fuerzas serbias desde Croacia, la propia Bosnia o Serbia contra objetivos militares en el frente bosnio son apenas un lujo que se han permitido para tomarle el pulso a la determinación de la comunidad internacional. Son la artillería y los carros de combate las armas decisivas en este nuevo enconamiento de la guerra en la región noroeste de Bosnia como en otros frentes. Y la OTAN no parece haber incluido en su ataque ese tipo de objetivos.

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Pero algo tenía que hacer la OTAN para impedir convertirse en el hazmerreír de gentes como el líder serbio bosnio Radovan Karadzic. Y aquí ya no se está hablando sólo de la tragedia de Bosnia, con todo el dolor y drama humano que conlleva. La OTAN ha sido una organización de defensa que se ha caracterizado por su eficacia militar y política, sobre todo como elemento disuasorio durante todo el periodo de la guerra fría para impedir eventuales aventuras expansionistas del bloque soviético en Europa con un férreo cordón de seguridad en torno; a las naciones democráticas de Occidente. Sería, grotesco que después de esto acabe fraccionándose hundiéndose por los desafíos de pequeños tiranos balcánicos de medio pelo.

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Por eso la OTAN tenía que responder. En los Balcanes se juega en bastante medida la credibilidad de la Alianza Atlántica una vez asumida por encargo de la ONU la defensa de los cascos azules desplegados en Bosnia y el cumplimiento de las resoluciones del Consejo de Seguridad, entre ellas la prohibición de vuelos militares serbios. Las divisiones surgidas entre los propios aliados, especialmente por la decisión norteamericana de dejar de vigilar el embargo de armas a las fuerzas bosnias, ya suponen una peligrosa crisis en el seno de la alianza.

Por eso la OTAN tenía que demostrar capacidad de decisión y actuación. Esto no cambiará el signo deja guerra. Pero debe demostrar que la Alianza Atlántica tiene que cumplir lo que dice si quiere seguir siendo efectiva. El presidente de Rusia, Borís Yeltsin, ha condenado los ataques serbios que han provocado esta respuesta. E implícitamente ha aprobado el ataque. Cualquier otra respuesta hubiera sido un desprecio a las resoluciones del Consejo de Seguridad similar al que practican a diario Karadzic y sus mandos militares.

La guerra en los Balcanes, que algunos creían muy lejana y ajena a los intereses de Occidente, ha demostrado ser un peligro no sólo para los pueblos directamente implicados. Es también un reto para la credibilidad de la defensa de los miembros de la OTAN. Porque a este trágico conflicto en los confines de nuestras fronteras pueden seguir otros. Y sólo hay que mirar a las costas meridionales del Mediterráneo para entender que los españoles somos los primeros interesados en que esta organización siga siendo una fuerza disuasoria creíble para las diversas amenazas que plantean distintos fanatismos políticos.

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