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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vision maniquea

YA ES suficientemente espantosa la historia de España como para que el Papa la entenebrezca aún más y, encima, lo haga desde una visión parcial, maniquea. Aunque sea una mención marginal, la comparación que Juan Pablo II hace en su última carta apostólica, entre los totalitarismos del siglo XX y la situación de la España republicana resulta injusta. Incluso si su intención era referirse sólo al periodo de la guerra civil, esa comparación resulta ofensiva. Sobre todo, para la memoria de miles de republicanos que fueron víctimas de la crueldad de un caudillo que bautizó como cruzada, con las bendiciones de la Iglesia Romana, la guerra que emprendió contra un poder legítimo y democrático.Este último documento papal se enmarca en un ambicioso programa quinquenal que pretende conmemorar el inicio del tercer milenio del cristianismo. La enfermedad no le ha impedido a Juan Pablo II seguir concibiendo grandes planes de futuro. Ni sus dolencias ni su edad avanzada han logrado hacer mella en el espíritu emprendedor de este Papa, que se propone realizar, de aquí al 2000, un largo peregrinaje por todos y cada uno de los lugares que vieron nacer el cristianismo.

El paso de un milenio a otro, con todo el significado escatológico y turbador que suele atribuirse a ese acontecimiento, no podía dejar de ser objeto de reflexión para una institución que cree garantizada su existencia "hasta el fin de los siglos". Juan Pablo II hace esa reflexión en una: extensa carta apostólica en la que invita a los cristianos a prepararse para el advenimiento de ese tercer milenio de la era de Cristo. Ningún reproche cabe hacer al Papa cuando, en el marco de su creencia, intenta conjurar las evocaciones milenaristas que, sin duda, surgirán en estos años. Pero cuando se aventura en terrenos que afectan a creyentes y no creyentes -como es el de la historia-, sí cabe salir al paso de las apreciaciones parciales o erróneas que hayan podido deslizarse al hilo de su reflexión.

Una de ellas es la que, al referirse a las amenazas de los sistemas totalitarios que su predecesor Pío XI tuvo que afrontar en los años treinta, equipara a la España de aquella época a la Alemania de Hitler, a la Italia de Mussolini y a la Rusia soviética. Tomada al pie de la letra, la referencia de Juan Pablo II podría aplicarse con más precisión al naciente régimen de Franco que a la II República española, enfrentados por entonces en una cruel guerra civil. Fue aquel régimen el que mantuvo lazos estrechos con los totalitarismos de Hitler y Mussolini y el que impidió la publicación en territorio bajo su control de la encíclica de Pío XI Mit brennender Sorge, contra el nacional-socialismo.

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Pero es evidente, y ya se encargó de precisarlo el cardenal Etchegaray al presentar la carta pastoral del Papa, que Juan Pablo II hacía referencia a la España republicana y a los asesinatos de más de 6.000 sacerdotes y monjas habidos durante los años de la guerra civil. "La historia es siempre la historia", ha señalado con razón este cardenal, y esos hechos terribles sucedieron efectivamente. Pero es igualmente historia que se produjeron en un contexto de enfrentamiento civil que propició también otros hechos de crueldad no menos terribles que afectaron también a seres indefensos. Los españoles de hoy, en su gran mayoría, lamentan esos trágicos sucesos y se esfuerzan por edificar su actual convivencia sobre bases muy distintas de las que están en el origen de ese pasado. De ahí que no deje de inquietarles una visión tan maniquea y parcial, y por ello injusta, como la que Juan Pablo II manifiesta sobre ese trozo de la reciente historia española.

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