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Como el partido hermano

Eran dos, pero se comportaban como si fuesen uno: el partido y la Unión formaban, antes de la guerra, dos organizaciones independientes pero muy imbricadas por su militancia y por sus órganos dirigentes. Se era, ante todo, socialista, y sólo después, de la Unión o del partido, que se entendía a sí mismo como "vocero de la clase obrera organizada", o sea, como portavoz de la Unión. -Las décadas de represión no hicieron más que confirmar esa mixtura hasta el punto de que, en los congresos de la refundación socialista, el peso político de un dirigente de la Unión (Redondo) fue decisivo para inclinar la balanza a favor de uno de los candidatos a la dirección del partido (González).No es sorprendente que, con este bagaje, la llegada del partido al Gobierno se entendiera como un triunfo del movimiento socialista del que la Unión se sentía parte con pleno derecho. Si no directamente en el Gobierno, desempeñando como en la República carteras ministeriales, la UGT estaba convencida de que su voz se dejaría oír en el discurso que a partir de ese momento pronunciara su antiguo vocero. No fue así, y comenzaron enseguida los reproches, que subieron luego de tono hasta llegar a una desavenencia para acabar en una dolorosa separación confirmada después en el divorcio.

Sintiéndose poderosa, la Unión echó entonces sobre sus espaldas la tarea de salvar el socialismo de la traición perpetrada, a su parecer, por los hermanos del partido, entregados a un rampante neocapitalismo. Además de marcar sus distancias con las políticas tachadas de neoliberales, los dirigentes de la UGT retornaron a la arraigada tradición del, sindicalismo de agitación. Puesto que de afiliados han andado siempre escasos, y mas aun de cotizantes, su poder había de mostrarse en la calle. Surgió así un sindicalismo de baja afiliación pero de muy alta movilización: varias huelgas generales les llegaron a convencer de que poseían una fuerza irresistible.

El problema consistía en que esa posición no había sido conquistada por sus propios medios, sino aplanada y amueblada para que ellos la ocuparan: sin ayudas oficiales, sin empresas públicas que pagaran puntualmente las nóminas de sus liberados, los sindicatos españoles serían hoy organizaciones en quiebra. Pero la mezcla de misión trascendental, fuerza en la calle y financiación externa favoreció la aparición de una moral de fines que miraba a otro lado cuando se trataba de discutir sobre los medios: todo valía con tal de que todo sirviera a la salud, prosperidad y fortaleza del sindicato. Y así, del mismo modo que en torno al partido, comenzaron a aparecer también en los aledaños de la Unión los traficantes de intereses mientras honrados militantes históricos, por no parecer pacatos , olvidaban los principios que decían defender. Salvando todas las distancias, PSV es a la UGT exactamente lo mismo que Filesa al PSOE, la ruina de una moral histórica.

Pues esa primacía del fin sobre el procedimiento, del todo vale y del se van a enterar, supuesta madera en la que se tallan los fuertes, ha acabado por hermanar de nuevo en la misma suerte a partido y Unión. El desprecio a los límites y el desdén por los controles que caracteriza a todos los que se creen poseídos por la verdad, el interesado aliento de quienes tienen por descontado que cualquier cosa que los sindicatos emprendan es de izquierda y progresista y el halago de partidos y grupos que pretendían convertirse en sus mentores políticos ha conducido a dirigentes sindicales exactamente al mismo lugar a que han sido llamados dirigentes del partido: a declarar en los juzgados.

Penosa medicina, desde luego, pero tal vez necesaria para que unos y otros acaben por aprender que, por encima de misiones históricas, hay unas prosaicas reglas de juego que nadie puede vulnerar sin arriesgar no ya su propia estima, sino la vida misma de las organizaciones a las que se deben.

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