Tirar de la manta
Corren tiempos de larga picaresca, quizá tan bien conocida, al menos en las dimensiones actuales. Fue el pícaro personaje familiar, en los madriles; nacieron aquí o llegaron de lugares más menesterosos, como aquellos sopistas, desertores de los desguarnecidos conventos provincianos arrivados a la Corte de los Milagros, paraíso de la truhanería, vagabundos engañosos, y fraudulentos que regateaban astutamente a la justicia. Aquellos tunantes, pillos y granujas del Siglo de Oro han evolucionado y crecido a tenor de la desmesurada velocidad con que hoy adelantan las ciencias; hay leve parangón con el modo y las artes del fullero contemporáneo, que no engaña a un ciego sino que deslumbra a miles de incautos con, cegado ras promesas, sean de carácter inmobiliario o de índole financiera.Mucho evolucionaron los lazarillos y los pablos, tanto como el modo de vida que nos rodea; en aqueIla España indigente y harapienta los rateros robaban a los pobres, porque casi todos lo eran. Ahora, apenas sobrevive el timador del tocomocho, azote de viudas ansiosas y jubilados avarientos. Es otro personaje que, desde un banco de datos manipula, despoja y descapitaliza a los bancos que ocupan las mejores esquinas ciudadanas.
Las gripes diezmaron enteras generaciones y hoy sus mutantes microbios luchan en desventaja contra la vacuna; la peste pareció erradicada, aunque rebroten cautelosamente el cólera y la sífilis. Mejor no hablar del sida. Nos referimos a la epidemia de codicia a la que hemos dado nombre castellano: cultura del pelotazo, que puede alinearse con fortuna junto a términos como guerrilla, quinta columna, paella o torero (nada de toreador, nadie lo dice).
Tenemos grandes pícaros cuyos nombres están en la memoria común. Alguno ha ido a la cárcel; otros entran y salen; hay quienes se esfuman como tragados por la tierra, lo que puede suceder. Casi todos enseñan, a flor de labio, la amenaza: tirar de la manta. Esto puede ser, tanto grave peligro, como dudosa bendición, porque una cosa es describir y disculpar el latrocinio y otra redactar la obra literaria. El brazo secular, envidioso y cerril cargó de prisiones a Cristóbal Colón, a fray Luis, al propio Cervantes, encerrados con la inspiración en las postraciones para, regalar al mundo la cosecha del genio.
No debió ser trago fácil, Cuando nuestro paisano don Míguel de Cervantes y Saavedra califica, con falsa modestia, a su criatura más famosa de seco, avellanado y antojadizo Don Quijote, al que engendró en "una cárcel donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste, ruido hace su habitación". Lo malo de javieres y roldanes es que aprovechen el indudable confort y la difícil soledad de una celda bien orientada para contento y lucro de aprovechados editores y desorientación de quienes las presuntas paridas puedan estragar el paladar literario.
O sea, uno de los inconvenientes y peligros de enchironar al delincuente famoso reside en el riesgo de que escriba o encargue unas memorias presumiblemente escandalosas. Si hace 400 años, en las mazmorras castellanas y los angustiosos baños argelinos nacieron prodigios inmortales, nada asegura que de los modernos establecimientos penitenciarios-denominaciónque concatena saldos y rebajas que los hay- surjan esplendores narrativos; todo lo más el premio suculento, transitorio y mentiroso. Mejor que siga huido el fugitivo Roldán y queda quieta la rosada mano, pues el cuidado de escapar a, los grilletes o la esperanza indultadora ahuyentan el trance de que se convierta en torcida pluma lo que fue ganzúa y palanqueta.
Liarse la manta a la cabeza, tirar de ella; puerta, carretera y manta, los campeones del pelotazo, los excesivos acaban secuestrados en la jaula de oro, el inclemente zulo por ellos mismos fabricado y del que algunos nunca salen. Como anillo al dedo y esposas al puño, la reflexión de Michel Montaigne: "Bien pensado y considerado todo, cuesta más guardar el dinero que adquirirlo". Si lo fue con malas artes, la demasía es impedimento bajo el que resulta imposible sobrevivir. A menudo hay fingimiento para que las cosas no parezcan lo que son o sean distintas de lo que parecen.
Debajo de las mantas suele haber polvo, sudor y nadie.
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