_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sin título

Esta puta plaza, con su luz mortecina y su aire viciado, contempla noche a noche mi caída en el agujero, un pozo negro y profundo. Se respira la muerte. Es tan densa que se puede tocar, te aplasta, invade toda la plaza. Invade los edificios, los cuerpos, las almas. Se extiende y crece. Esta plaza es muerte. Ayer estaba tirado en la calle esperando al camello de turno y pensaba en dejar este lugar, en mudarme a cualquier sitio, donde fuese. Pronto me di cuenta de que no podría. Este sitio, a la vez que me destruye, me mantiene vivo. Fuera de aquí no sobreviviría dos días. Ésta es mi casa. En eso llegó el Harlowe, así que me levanté como pude y arrastré los pies para llegar junto a él. El suelo despedía un olor a humedad y putrefacción que me oprimía los pulmones. El Harlowe era un trafiqueta de poca monta que solía apostarse junto al cine Callao. La verdad es que era un gilipollas, pero pasaba buena mierda. Ahora está muerto. Murió justo anoche. Estaba pasándome unos gramos cuando llegó un tío enorme por detrás de nosotros y le metió tres puñaladas en la, espalda; después siguió andando tan tranquilo y desapareció por una esquina. El Harlowe puso los ojos en blanco y se cayó encima de mí, nos fuimos los dos al suelo. Balbuceaba palabras sin sentido e intentaba decirme algo. El muy cabrón se iba a morir en. mis brazos, de modo que le dije: "Mira, tío, no tengo tiempo para estas chorradas", y le aparté para levantarme. Ya me iba a ir cuando el Harlowe soltó un enorme chillido, agudo e hiriente, como el de un cerdo en el matadero, y la palmó. Entonces me agaché, busqué en su vieja gabardina y cuando encontré todo el material se lo quité.

El Onetti siempre con el mismo rollo: "Tío, un día voy a poner un a bomba en la puta FNAC de los cojones, te lo juro. Me voy a cargar a todos estos cabrones chupasangres de mierda y luego me voy a mear en sus cuerpos calcinados, ¡hijos de puta!, ¡bastardos!", y entonces se pone a hurgar en un contenedor de basura y tira todos los desperdicios contra la puerta de FNAC. Como es lógico, enseguida sale el segurata amenazándonos y tenemos que salir cagando hostias. El Onetti corre y se descojona, mientras va gritando a toda la gente por la calle ,,¡imbéciles!, ialienados de mierda!, ja, ja!". Siempre igual.

Vaya personaje el Onetti. Es un freudo-marxista qué vive entre cartones en la calle de San Martín, en una caja de Sony muy acogedora. Solemos ir mucho juntos, cuando no estoy colocado. Me gusta porque es un intelectual.

Recuerdo un día que estábamos pidiendo junto a la boca de metro y se nos acercó un testigo de Jehová hablándonos sobre el fin del mundo y no sé qué más. Le agarramos por banda y empezamos a darle de hostias hasta que dejó de moverse; luego le quitamos el dinero que había recaudado y nos fuimos. Estuvo bien.

Onetti dice que esta plaza tiene algo maligno, que envenena a la gente. Por las noches esto adquiere un aspecto fantasmal, irreal, con cientos de luces entrelazándose con serpientes eléctricas, sobrenaturales, volando fugaces sobre nuestras cabezas, rebotando en el suelo húmedo y caliente, atravesando todo cuanto se les pone por delante, dejando pequeños embriones en el interior de las cosas y las personas. El olor putrefacto de la carne rancia de decenas de yonquis invade el lugar; los camellos se apostan en sus esquinas junto con las putas y los chaperos que venden su culo porque tienen que vivir. Vivimos en Callao como podemos, vivimos en cajas de cartón o en apartamentos sucios e infectos, y pedimos dinero o vendemos nuestro culo para comer o para conseguir otro chute, para seguir día tras día viviendo y muriendo a la vez en esta jodida plaza, que nunca te deja solo, porque siempre sabes que te abrigará y te calentará y te dará cobijo y te alimentará... ; en esta plaza que ninguno queremos abandonar ni abandonaremos nunca porque es nuestra, nuestra de verdad: la llevamos dentro y sentimos cómo se mueve y cómo late, cómo vive en nuestro interior,en una especie de simbiosis: ella se alimenta de nosotros y nosotros nos alimentamos de ella; ella absorbe nuestros líquidos vitales, succiona nuestra energía y nos permite seguir vivos... ¿Simbiosis o parasitismo? Nos mantiene vivos, pero ya estamos muertos; nos mantiene en pie, pero hace mucho tiempo que caímos; nos llena, pero antes ya nos vació y dejó en nosotros una semilla que germinó y nos mantiene como zombies, vagando cada noche por un escenario de muerte, suciedad. Teatro de lo y absurdo.

Las imágenes pasan ante mí sin sentido y la realidad pierde consistencia. Me he metido un buen fije y ahora estoy acurrucado en el suelo, envuelto en una manta vieja y sucia. El Onetti está. de pie gritando su rollo de siempre y tirando cosas contra las puertas del FNAC. La diferencia es que ahora es de noche y no está el segurata de siempre. Se lo está pasando bomba, el tío. También lleva un buen colocón. De pronto oímos unos gritos un poco más allá: "¡Vamos a por esos colgados de ahí!". El Onetti se queda quieto y de pronto grita horrorizado "¡eskinetos!", y sale corriendo a toda hostia. Yo estoy embobado y sigo sin reaccionar. Un sonido de frenazo y un golpe seco me saca del ensimismamiento. Miro y veo al Onetti bajo las ruedas de un coche con la cabeza partida en dos. De repente me veo rodeado por un grupo de rapados. "¡Te vas a cagar, puto drogata!"

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Lo acepto. Ya he durado bastante, y estoy seco. No me queda nada que ofrecer a, esta plaza. Para mí se ha acabado todo, pero vendrán otros, Eso siempre, porque pase lo, que pase Callao siempre se las agencia para sobrevivir.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_