Un novillo extraordinario
El tercer novillo, de extraordinaria calidad bovina, se enceló con el caballo de picar y estuvo recargando en el peto más de cinco minutos -un relojero contó siete- sin que lo consiguieran sacar ni capotazos, ni coleos, ni amenazas, ni ruegos y preguntas. Finalmente salió, mas no de grado sino porque cambió de rumbo el caballo -estaba mirando para Canillejas y el picador lo puso mirando a Getafe-, el novillo lo prendió entonces por bulla, lo derribó y en la refriega perdió el celo caballar para abrazar el humano y se fue al galope detrás de un afanoso peón.Síntomas de bravura eran esos. No determinantes pues el toro la manifiesta creciéndose al castigo y la afición demoró su dictamen a los aconteceres de la segunda vara. A veces toros que parecen bravísimos en el primer encuentro con la acorazada de picar, en el segundo cantan la gallina. Mas no fue el caso. El novillo, un cárdeno de bonita estampa, tomó el siguiente puyazo con prontitud y fijeza, volvió a encelarse en el peto ruín, los lidiadores repitieron capotazos, coleos, improperios y lisonjas, y finalmente acudió a los vuelos de un capote, donde pudo apreciarse que también poseía nobleza.
Barcial / Julia, Elvira, Romero
Novillos de Barcial, con trapío, bonitos de lámina y capa, encastados; 3, bravo y noble.Cayetano de Julia: bajonazo descarado y ocho descabellos (silencio); pinchazo y estocada ladeada (silencio). Alberto Elvira: estocada corta caída (ovación y salida al tercio); bajonazo y rueda de peones (escasa petición y vuelta). José Romero: dos pinchazos y media (silencio); bajonazo descarado y rueda de peones (silencio). Julia y Romero, de Córdoba, debutantes. Plaza de Las Ventas, 23 de octubre. Menos de media entrada.
El novillo embistió con una encastada boyantía que lo proclamaba campeón de la temporada. Y si no campeón, subcampeón de la abundosa grey bovina que ha pasado este año por el ruedo de Las Ventas. Un torero bueno hubiera recreado el arte de torear con ese novillo excepcional; y si no bueno, al menos mediano, que los hay en la novillería, con recursos suficientes para aprovechar esa ocasión de oro y alcanzar un triunfo sonado ante la cátedra madrileña.
El novillero a quien correspondió, sin embargo -José Romero se llama, cordobés y debutante- carecía de los recursos dichos, y el hombre, tras dar un pequeño sainete en banderillas, se puso a pegar pases inconexos, la suerte descargada, el pico, posturas pintureras, jacarandosos desplantIes, aquellos vicios -en fin- de la modernidad taurina que convierten las faenas en una cursilada y dejan los toros sin torear.
Repitió los modos José Romero en el sexto -flojito y nobilísimo, por cierto- y consumó el fracaso. Es muy probable que el joven debutante se quedara perplejo, sin acertar a comprender por qué tanta exigencia con su persona mientras otros -don Juan Antonio, gran profesional; don José Miguel, maestro consumado; don Jesulín, sultán del gineceo-, se han hecho millonarios con la suerte descargada, el pico, las posturas, los desplantes y el toro que es una mona.
La explicación se encontraba en la propia parroquia. Faltaba en los tendidos ese público que sólo va a las ferias y lo único que le importa es ver orejas, y en cambio había comparecido, como siempre, la afición cabal, que mira el toro, la lidia y el arte de torear con lupa. Estaban asimismo los japoneses, que suelen callar, y si alegan no es en lengua conocida. Y algunos grupos de caballeros del bronce, respetuosos hasta la exquisitez, atraídos por el debú de Cayetano de Julia, cuyas maneras se asemejan al inimitable Rafael de Paula.
Dejó constancia Cayetano de Julia de su vocación paulista -algún lance o natural suelto instrumentados al apaulado estilo- mas no de sus conocimientos técnicos, por lo que le desbordaron los novillos en la mayoría de sus intervenciones. Realmente los encastados parciales tenían mucho que torear y no eran propios para principiantes.
Toreros hechos requerían los novillos de Barcial, llamados patas-blancas; unos preciosos ejemplares berrendos, luceros, calceteros, en sus distintas gamas, salvo el cardenito aquel de singular bravura. Y fue el caso de Alberto Elvira, que tuvo una actuación muy madura, decidida y torera. Consintiendo la cortedad de las embestidas, embarcándolas con temple y mando, sacó pases donde no parecía haberlos, algunos de soprendente hondura, y sólo el deficiente manejo de la espada le impidió lograr un señalado éxito. Gustó, de todos modos, y ya tiene interés la afición en volverlo a ver, con ganado más propicio. Pero eso será la temporada próxima.
Babelia
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