El Sur también existe
LA COMISIÓN de la Unión Europea (UE) acaba de lanzar dos ambiciosos proyectos: crear un mercado común integrado por la propia UE y los países suramericanos miembros de Mercosur (Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay), que culminaría en el año 2001, y profundizar en la dimensión mediterránea de su política exterior, aumentando sensiblemente las ayudas destinadas a esta zona para que pueda incorporarse a más largo plazo a una gran área de libre comercio, juntamente con la Europa ampliada.La materialización de estos proyectos no será fácil. En cuanto al Mediterráneo, habrá que acabar de disolver la relativa indiferencia de los países del norte y el centro europeos, más preocupados por los problemas del antiguo bloque comunista. Por fortuna, su percepción de los peligros que conlleva la inestabilidad en el Sur empieza a cambiar. El crecimiento del fundamentalismo en la ribera norteafricana, la realidad incontestable de que la oleada inmigratoria de esta zona multiplica por siete a la procedente del Este y el despliegue diplomático de los países latinos son los factores de este cambio de mentalidad en curso.
El proyecto europeo en su conjunto no estará seguro si en sus dos grandes fronteras no hay una estabilidad política, económica y social. El horizonte de un acuerdo de libre comercio, aunque sea a largo plazo -el norte de África debe constituirse primero en unidad regional- puede activar las energías más positivas de los países de la zona, al modo como la reflexión sobre los desastres de la Segunda Guerra Mundial puso en marcha el proceso de integración europeo.
Más cercano es el calendario de la asociación con Mercosur, ya constituido en bloque regional. En este caso, es esperable algún tipo de reacción de EE UU, que ha descuidado la zona como eventual extensión del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Canadá y México. La globalización de la economía mundial desautoriza todo aislacionismo y obliga a la creación de regiones económicas, de las que la UE fue pionera. Pero es exigible que estas agrupaciones se hagan con respeto de las normas comerciales multilaterales (la Ronda Uruguay), y que las profundicen.
El proyecto UE-Mercosur debe todavía ser aprobado por la cumbre de Essen, en diciembre, y por la de Mercosur. Comportará sustanciosos beneficios para ambas partes. Pero también algunos sacrificios que deben preverse con tiempo, y cuantificarse: habrá que prever nuevos flujos de importaciones concentrados en productos de relativo valor añadido.
Con estos dos proyectos, la Unión Europea parece dar señales de que ha digerido la estrategia de atención al Este, y puede ya reequilibrar su política con esfuerzos dirigidos hacia el Sur. Curiosamente, en tiempos de indefinición propia (final del mandato Delors, discusión sobre la geometría variable y polémicas sobre la Europa del 96), retoma la iniciativa en la arena mundial, después de que otros cogieran la delantera, como se demostró con el TLC.
Si para la UE esta reorientación al Sur resulta necesaria, para España es indispensable. Las propuestas de convocar una Conferencia de Seguridad del Mediterráneo, que se desarrollaría bajo presidencia española (segundo semestre de 1995), y de firmar también en esas fechas un primer acuerdo con Mercosur, pueden dimensionar el doble papel que nuestro país pretende ejercer en la UE, como bisagra mediterránea y como cabeza de puente con América Latina (aunque comercialmente sea cola de ratón). Pero hay que intensificar los esfuerzos a todos los niveles (empresariales, económicos, universitarios) para extraer frutos sólidos de estas oportunidades brindadas a nuestra política exterior, sabiendo que también comportarán sacrificios. En caso contrario, todo quedaría limitado a fuegos de artificio diplomático.
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