_
_
_
_

Tres puentes sobre el Drina

La escasez de observadores de la ONU compromete la verificación del bloqueo a los serbios de Bosnia

ENVIADO ESPECIALDos hombres ateridos miran atentamente cómo unos policías uniformados de azul ferroviario inspeccionan ocasionalmente el maletero de un coche que cruza el puente. Cerca de ellos una ametralladora pesada, camuflada en una tienda de lona, apunta al otro lado del río. La escena, impensable hace dos meses, se desarrolla en Banja Koviljaca, un paso fronterizo entre Serbia y Bosnia, al suroeste de Belgrado, sobre el Drina. Los dos hombres que golpean sus pies contra el suelo son suecos y forman parte del centenar escaso de observadores civiles que la ONU ha desplegado en Serbia para verificar que el presidente Slobodan Milosevic está cumpliendo efectivamente el bloqueo que ha decretado en agosto pasado contra sus antiguos protegidos serbios bosnios.

Más información
La gasolina es oro para Karadzic

El paso está abierto de seis de la mañana a siete de la tarde, como casi todos los demás. El puente que atraviesa el río tiene poco más de cien metros, y al otro lado, en Bosnia, hay una zona boscosa. A esta hora, diez de la mañana, no hay apenas tráfico, sólo algunos coches particulares. Los suecos miran y anotan en su cuaderno.

El camino que trae hasta aquí desde Belgrado, después de atravesar el río Sava, es llano todavía. El paisaje es relativamente arbolado y lleno de maizales. Manzanas, patatas, sandías, mazorcas, hortalizas, se alinean en pequeños puestos al borde de la carretera que va desde Belgrado a las proximidades de Sarajevo.

Los observadores internacionales -hay uno español en Montenegro- tienen prohibido hablar con los periodistas. Las declaraciones las hace en Belgrado su jefe, el general sueco retirado Bo Pellnas. Ahora no llegan al centenar, pero la semana próxima serán 161. Tienen que vigilar casi 450 kilómetros de frontera. "Vamos de un sitio a otro en turnos de seis horas. Nos lleva mucho tiempo desplazarnos". La insuficiencia de mecanismos de verificación significa en la práctica qué el control de muchos de los pasos entre Serbia y Bosnia está confiado más a la buena voluntad de la policía local que a la vigilancia internacional.

El conductor de un Lada que llega a Banja Koviljaca desde la zona serbio-bosnia muestra a la policía un recipiente con unos cinco litros de gasolina que trae consigo. Es la única forma de que se lo dejen pasar a la vuelta. La gasolina ha pasado de tres a ocho marcos (aproximadamente 650 pesetas) el litro al otro lado de la frontera. Se ingenian métodos inauditos para introducirla en la autodenominada República Serbia de Bosnia. Los portaequipajes de los pocos coches que cruzan el puente están anormalmente vacios.

El tráfico se anima a través del puente, sobre todo en dirección hacia Serbia, a medida que avanza la mañana, pero son siempre coches, y sus conductores son interrogados brevemente. El asediado enclave bosnio musulmán de Tuzla queda a medio ,centenar de kilómetros al Oeste-. Bijeljina, al otro lado del río y a unos 40 kilómetros, es ya un pueblo étnicamente limpio, después de una orgía de expulsiones de musulmanes. Sorprende lo lejos que la guerra coloca a- lugares tan próximos.

El control de la información a través de los medios oficiales de prensa, radio y televisión es tan estricto en Serbia que mucha gente ignoraba una semana después que el presidente Milosevic había decidido bloquear a sus antiguos protegidos serbio bosnios, Todavía hoy sólo los serbios que viven a lo largo del Drina, por motivos obvios, reciben información de primera mano sobre lo que sucede al otro lado del río. Y, sentimientos aparte, se quejan amargamente de cómo sus negocios se están viniendo abajo. Mali Zvornik es un paso importante, porque al otro lado está Zvornik, con unos 20.000 habitantes. El - Drina, de unos 50 metros de anchura, discurre manso y verdoso. "Los observadores de la ONU no han venido por aquí hoy", dice un sargento de la policía serbia. También en Mali Zvornik una ametralladora pesada descansa bajo una carpa de lona. Otra está montada sobre un todoterreno.

Unas señales de stop, dos barreras cerradas, algunas crucetas antitanque y media docena de policías armados con fusiles ametralladores que van y vienen rutinariamente. El puente que une Serbia con Bosnia es largo, porque penetra profundamente en ambas orillas del Drina, el río que el Nobel Ivo Andric utilizó a su paso por Visegrado como espejo de cinco siglos de historia serbia.

Llega del lado bosnio un autocar intencionadamente marcado "Belgrado-Sarajevo, con 30 o 40 viajeros. En realidad, el trayecto es Belgrado-Pale, la capital de Radovan Karadzic, a una veintena de kilómetros de Sarajevo. La policía sube y pregunta brevemente a algunos de sus pasajeros. Cinco minutos después continúa su camino. Nada sugiere que a 500 metros se combate desde hace dos años y medio en una guerra que se ha llevado a 200.000 personas. Junto a la carretera hay una exposición de lapidas mortuorias. Es el negocio más boyante de Mali Zvornik, me dicen, y unos albañiles se afanan en obras de ampliación.Una mujer de luto cruza lentamente hacia Serbia el puente sobre el Drina. Tiene alrededor de 40 años y su rostro. es muy hermoso. ¿Qué piensa de esto? Mira fija y nerviosamente y dice muy despacio: "Muy mal. No sé si los turcos nos van a matar en el otro lado y los serbios no nos van a dejar venir aquí".

Los "turcos" son los musulmanes. Más o menos elaborado, el discurso de la mujer enlutada es el mismo que el de la gran mayoría de los serbios bosnios. No sólo no se consideran verdugos, sino que se creen víctimas de una gigantesca conspiración de la historia destinada a exterminarlos que se pierde en la noche de los tiempos. Y lo que vale para los 600.000 leales a Karadzic sirve para otros muchos de Serbia, que hablan con enraizado victimismo, y como si hubieran ocurrido ayer, de hazañas guerreras o derrotas míticamente alimentadas desde muchos siglos atrás.Lo eficaz del aislamiento, según la ONU, ha permitido al Consejo de Seguridad levantar la semana pasada la parte más simbólica de las sanciones internacionales que pesan sobre Serbia y Montenegro desde junio de 1992, por su papel en la guerra de Bosnia: reapertura del aeropuerto de Belgrado y de una ruta marítima con Italia y posibilidad de participar en acontecimientos culturales y deportivos.El embargo comercial ha puesto contra las cuerdas la economía de Belgrado y su pequeño socio montenegrino. Por eso el perdón de la ONU a Milosevic, a prueba durante cien días, ha sido saludado con entusiasmo. Serbia y Montenegro, los dos países que forman la nueva Yugoslavia, otean el final de su actual condición de parias y una progresiva reintegración a Europa.

En Ljubovica, unos 200 kilómetros al suroeste de Belgrado, sólo hay un observador sueco vigilando el paso fronterizo, y se marcha a otro destino un par de horas después de haber llegado.

Salvo uno, Sremska, Raca, sobre el río Sava, el resto de los pasos entre Serbia y la parte de Bosnia controlada por el Ejército de Karadzic está cerrado a partir de las siete de la tarde y hasta que amanece. "En ese tiempo", asegura un lugareño "hacen su trabajo unas viejas barcazas; nadie puede cerrar una frontera de casi 500 kilómetros y con un río de por medio".

Sremska Raca está abierto 24 horas al día porque es el paso asignado al tráfico pesado. Allí, unos 120 kilómetros al oeste de Belgrado, hacen cola los camiones cuyo cargamento ha sido inspeccionado y precintado en origen y a los que se controla el tiempo de su desplazamiento.

El movimiento es intenso en este paso sobre el Sava. La carretera conduce no sólo al estratégico corredor de Brcko, que enlaza Serbia con las zonas controladas por los serbios bosnios al norte del territorio deBosnia, sino también a la Krajina.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_