Patrias
"Pauvre petit pays", murmuró un mulato bien alimentado, a la puerta del hotel de su propiedad, en el acomodado suburbio de Petionville, en los altos de Puerto Príncipe. "La patrie muere", concluyó, mientras contemplaba el desfile de carros blindados estadounidenses, que avanzaban con su peligrosa lentitud de orugas ciegas. En teoría, la con clusión del amo del hotel era impecable; pero, a su lado, los camareros negros que trabajan sólo por la comida y las propinas jornadas de 15 horas, y que al final de su turno arrastran los pies, sonreían, esta vez, por cuenta propia, desde lo más hondo, y no por las propinas.Porque su patria es otra. Es la de los 50 años como tope de esperanza de vida, la de los niños que emergen de las alcantarillas por las que mala mente se escurren las aguas negras de la vieja ciudad, es la patria de tu fos hediondos, que traspasan el aire que llega del puerto como una parábola de enfermedad y de miseria.
La ahora tan invocada patria de los otros que en muchos casos tienen pasaporte USA y pasan largas temporadas en Florida, en donde han puesto a salvo su dinero no es más que un recurso retórico al servicio de la explotación.
Siempre que vengo de reportear de un país desgarrado me pregunto adónde vuelvo, y siempre me res pondo que la patria que me gusta encontrar es la de mis amigos, mis ideas compartidas, mi mundo utópico y a menudo baqueteado por la vida. Cosas que valen mucho, aunque sirvan de poco cuando los valores en alza son otros.
Esta vez, al volver, he hallado un trocito extra de patria buena en los metros cuadrados de la acampada en favor del 0,7% para el, Tercer Mundo que se ha instalado ante el Ministerio de Hacienda. Los niños de las cloacas de Puerto Príncipe duermen, de alguna forma, en estas tiendas de campaña.
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