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Cédras deja el poder en Haití protegído por las tropas de EE UU

Ramón Lobo

Bajo un asfixiante calor tropical, el general Raoul Cédras, el hombre que encabezó hace tres años un cruento golpe de Estado contra Jean-Bertrand Aristide, se despidió ayer, dos días antes de pasar a la situación de retiro, de la jefatura de las Fuerzas Armadas haitianas. Eligió hacerlo bajo protección norteamericana y al aire libre. Entre cánticos hostiles, insultos y silbidos de los seguidores del presidente depuesto, Cédras conminó a sus soldados a colaborar con las tropas de EE UU en la construcción de un nuevo país. "El futuro puede parecer negro", dijo, "pero al final del camino espera la prosperidad".

ENVIADO ESPECIALMás adelante anunció que había decidido dejar Haití, pero no precisé el destino. Fuentes de la embajada de Estados Unidos en Puerto Príncipe manejan cuatro posibilidades: Jamaica, España, Argentina y Panamá. Esta última parece ahora el más probable. La salida física de Cédras y su familia del país se producirá dentro de las próximas 72 horas. EE UU le proveerá de avión y le ofrecerá seguridad para abandonar Haití."Se acabó Cédras, se acabó el golpe", cantaban excitados miles de haitianos con el ritmo contagioso de la guantanamera frente al blanco cuartel general de las Fuerzas Armadas. El golpista quiso abandonar el cargo con honor, en una mimada ceremonia castrense, con cuerpo de guardia, banda de música y dos banderas haitianas, y terminó sometido a una terrible humillación durante 25 minutos eternos. Es, dicen, una prueba de que Cédras estaba ya, desde hace días, fuera de la realidad de Haití.El general Hugh Shelton, jefe de las tropas norteamericanas de ocupación, y hombre que ha urdido con paciencia y tino el trato que arranca ahora a Cédras del cargo, acudió al acto vestido de traje de campaña y boina, roja.

La banda de música abrió la ceremonia tres minutos pasadas las diez de la mañana, hora local. Iban cabizbajos con el trombón bien sujeto, maltocando las notas de una marcha militar. Les seguían tres filas curvadas de soldados de uniformes descoloridos, botas diversas y fusiles con los cargadores oxidados. Muchos miraban atónitos al pueblo que se mofaba. "Un dos, un dos", exclamaba uno. "Derecha, derecha", replicaba otro para regocijo general. Era una oportunidad para vengar afrentas de años. Los norteamericanos, con casco de combate, guerrera y chaleco antifragmentación, pugnaban sudorosos y enrojecidos por el sol para evitar las avalanchas de entusiasmo y de odio.

"Es la hora, es la hora", reclamaba un joven de bigote golpeando un reloj dorado. "Han dicho a las diez", repetía la multitud. A las 10.25, el hombre que ha manejado los destinos de este pequeño y empobrecido país caribeño, apareció en la balconada, erguido, escoltado por un tropel de militares ocupantes. Ajeno al bullicio, sonrió y movió la mano derecha a modo de saludo. Como un autómata.

Al final, Cédras besó la bandera, con calma, como si fuera una novia, y abrazó al general Jean-Claude Duperval, su sucesor por mérito del escalafón. Era el traspaso del mando en Haití.

Por su parte, el presidente norteamericano, Bill Clinton, anunció anoche en una alocución televisada que el presidente constitucional Jean-Bertrand Aristide regresará a su país elpróximo sábado, día 15, tal y como estaba previsto. Clinton se felicitó por la labor desempeñada por las tropas de EE UU pero advirtió que aún queda trabajo por hacer en Haití.

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Mientras, soldados norteamericanos cargaban anoche cajas en la residencia del general Cédras y las transportaban hasta el aeropuerto de Puerto Príncipe, donde un avión estadounidense tenía previsto despegar al mediodía de hoy, hora española, para conducir al exilio al dictador. Con su familia y casi todas sus posesiones.

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