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La fiesta de las copas inteligentes

Alrededor de 4.000 personas abarrotaron la verbena ultramoderna de Art Futura

Antonio Jiménez Barca

Muchos acudieron porque sabían lo que iban a encontrar; muchos más porque no tenían ni idea de qué cosa es una fiesta cibernética. La cuestión es que, al final, alrededor de 4.000 personas llenaron en la madruga da del domingo las instalaciones cubiertas del estadio de la Comunidad de Madrid. Se introdujeron en un mundo extraño, oscuro y futurista, poblado de ordenado res omnipotentes, bebidas interactivas e inteligentes, músicas robotizadas, escenarios sacados de la película Blade runner y pincha discos que, además, ponen vídeos.Uno de los asistentes, Mariano Trincado, que había ido "por pura curiosidad", resumía la actitud de esa parte del público que igual se apunta a un concierto en San Isidro que a la fiesta que puso fin a la semana dedicada a la cibercultura organizada por el grupo artístico Art Futura: "¿Qué pasa? ¿Que ahora toca cibernismo? Pues cibernismo".

"La cibercultura intenta mezclar las últimas técnicas con el arte", explicaba Danni Pannullo, uno de los 200 artistas participantes. "Consiste en la fusión de varias artes: vídeos, ordenadores, música, teatro, escultura...", explicaba, por su parte, Jacobo Pons, otro de los participantes. "Se trata también de que el público participe y de dar salida al ocio; de que no se salga por salir, sino para algo más", añadía Pons, cuyo montaje no pudo ser puesto en pie por el aluvión de gente que acudió a La Peineta.

La fiesta tenía previsto comenzar a las doce, pero un nada futurista problema la retrasó casi una hora: en la puerta se formó un auténtico lío con la lista de invitados. Al final, todos entraron, y por los pasillos y las instalaciones cubiertas del estadio, uno iba de sorpresa en sorpresa: en una sala, unas máquinas extrañas, compuestas por una pantalla cilíndrica giratoria dentro de una luz, garantizaban el alucine sin ingerir nada; bastaba, según rezaban las instrucciones, con ponerse a 50 centímetros de la máquina, cerrar los ojos y girar la cabeza lentamente. Algunos lo conseguían: "Veo luz blanca; es magnífico", comentaba Elena Larreño, de 29 años. Otros, no. "Ya ves, tío, qué bobada: pongo yo una lámpara en una bombilla en mi casa y flipo al personal", contaba un espectador.

En la primera planta, un pinchadiscos encerrado en algo a medio caballo entre una tribuna y una jaula ponía ininterrumpidamente las ultimísimas tendencias del tecno. El público bailaba cubata en mano. Cubata o bebida inteligente: en un mostrador se servían cócteles interactivos, mezclas compuestas por vitaminas, aminoácidos y plantas exóticas que, dicen, son capaces de reconstruirte la memoria.

"Pues sí, sí que funcionan estas bebidas", comentaba Juanba Cucarrella, que ya tenía experiencia, No todos coincidían. "Oye, ¿cuánto cuesta una bebida interactiva?", preguntaba un asistente a una chica en el puesto de los cócteles. "Setecientas pesetas, lo mismo que un whisky, pero yo que tú tomaba el whisky: te aseguro que interactiva más", respondía la chica.

"La idea es muy buena", explicaba Javier López, quien se confeso un aficionado hace años a la cultura cibernética. "Pero hay pocos ordenadores, mucha gente, bastante mogollón, improvisación y falta de preparación", comentaba. "Mucho porro y poca técnica", resumió, mientras se alejaba del estadio de madrugada.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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