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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Moraleja

Quisiera agradecer a través de su periódico al profesor Andrés Sopeña el trabajo que se ha tomado en su libro El florido pensil para documentar, mirando hacia atrás con sorna, una parte de nuestro pasado, la de la escuela nacional-católica, que a fuerza de transiciones edulcoradas, posmodernismo y chicos X, corría peligro de quedar como simples batallitas de antiguos revolucionarios de salón, hoy cuarentones enmoquetados y decrépitos (de hecho, ni siquiera nuestros propios hijos nos creían).Dicho esto, no creo que de aquellos polvos se puedan deducir Iodos como el caudillismo político, las soluciones represivas a. los conflictos o la opción generalizada por la seguridad frente a la justicia, como afirma el propio Andrés Sopeña en EL PAÍS del 21 de noviembre. Y es que tal presunción nos deja sin redención posible: adoctrinados de pequeños -soldaditos de Dios y España-, nos habríamos convertido con el tiempo en contaminadores de las nuevas generaciones de españolitos, cuando más bien parece que sucedió lo contrario a lo que aquellos abnegados (sin cursivas, para concederles el beneficio de la duda) educadores (?) pretendían, y aquellos años no sólo constituyeron un fértil semillero de agnósticos y alérgicos a cualquier tipo de patriotismo, sino que también nos vacunaron contra cualquier tentación caudillista y/o represora, y nos hicieron devotos de la tolerancia y del escepticismo vital ante cualquier prédica con tufillo utópico (el florido Anguita sería hoy un pensil light, pero pensil al fin y al cabo).

Con semejantes virtudes, difícilmente podríamos ser causantes o tan siquiera copartícipes de tantas lacras como observa el profesor Sopeña en la realidad española de hoy; más bien diría que, con tales antecedentes, cualquier otra generación se hubiera sumido en alguna de estas profundas depresiones generacionales x, y o z, tan de moda, y nosotros, a fuerza de humor, incluso hemos logrado borrar. las tenues huellas que el legítimo rencor histórico había dejado en el cristal de nuestras hipersensibilizadas almas infantiles, lo que nos permite ahora disfrutar sin cortapisas con la muy documentada y divertida obra de Andrés Sopeña.

La moraleja de todo ello sería doble: no manipuléis nunca jamás a los niños con caudillos (aunque sean telegénicos), patrias o dioses, porque puede que luego no sean tan indulgentes como nosotros y os corran a gorrazos; y en segundo lugar, recuperemos entre todos el sentido de las palabras y los hechos, por ejemplo, la certidumbre de que el franquismo fue algo más que el anterior régimen.- Pedro J. Bosch.

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