Felipe en Telépolis
Con el viento a favor, entre el fútbol y la farmacia de guardia, en prime time, introducido por títulos de envoltorio sedoso como un anuncio de perfume, con fondo enciclopédico y la consciente ironía de un bonsái deshojado sobre la mesilla, con la corbata amortiguada por un jersey de pico, Felipe González Márquez, el protagonista de Las charlas del presidente, entró a luchar por un hueco en la programación de otoño.Para sus críticos, el cuco ponía un huevo en el nido privado de Antena 3. De haberlo hecho en la pública, se armaría la marimorena. Así que la oposición está tan cabreada como pillada, y ahora deberá esperar a lo que diga la soberana audiencia, que no cobra peonadas por ser dócil con el mando a distancia. El presidente parecía muy animado, como lo estaba Richard Burton cuando volvía de una larga cura de sueño. Incluso parecía más socialdemócrata que nunca quizá porque no citó la sigla PSOE y habló simplemente de "nosotros", esa forma educada de decir "yo".
Durante años fue un missing, un bonsái, el rehén de La Moncloa. El presidente no se había retirado. Pero sí el actor que debía interpretar al presidente. Sus reapariciones en tiempo electoral nos hablaban más de lo que el poder había hecho con el rostro de aquel hombre que lo que el hombre hizo con el poder. Esos párpados de crisis, el dolor intuido de la muela del juicio, masticando palabras, como corrupción, hirientes como espinas de pescado. Pero, de repente, el actor que cultivaba en soledad la acacia púdica, esa planta que se encoge al rozarla con la yema de los dedos, parece haber vuelto con ambición a una nueva temporada, consciente de que ya no hay otra política que la televisada.
La presentación tuvo dos actos y un desenlace. El desenlace, apenas 30 segundos dedicados al narcotráfico y la Operación Nécora, esa mandíbula severa de Elliot Ness frente a una flácida sentencia judicial; seguramente electrizó la piel sensible de una gran parte del país/audiencia. Su otro gran momento fue cuando habló de los pensionistas, esa piedra que le había quedado en el riñón desde la última campaña. Sin duda, algo sabe Felipe de Telépolis.
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