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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Estabilidad danesa

LAS ELECCIONES legislativas danesas del miércoles pasado no han resuelto nada o, quizá mejor, han establecido que es preferible dejar las cosas como están hasta que se produzca una verdadera decantación del electorado.La Administración saliente, presidida por el socialdemócrata Poul Nyrup Rasmussen, va a repetir con una coalición casi idéntica a la que ha presidido durante el último ejercicio, aunque perceptiblemente debilitada. Con el control de 75 escaños de un Parlamento de 179, el partido socialdemócrata retiene como socios a los radicales y al partido de centro izquierda, y pierde el concurso de los populares cristianos, que no han alcanzado el 2% mínimo para estar representados en la Cámara. Rasmussen necesitará los apoyos parlamentarios de pequeños partidos izquierdistas.

La eventual coalición adversaria, dominada por los liberales bajo el liderazgo de Ulf Elleman Jenssen, ha experimentado notables progresos, pero no los suficientes para disputar a los socialdemócratas la tentativa de gobernar, siquiera en precario. En estas condiciones, el consenso más extendido en Dinamarca -y el gran argumento de los liberales para esperar su oportunidad- es que habrá que ir a elecciones anticipadas y que, entonces, la coalición de centro derecha recibirá claramente el favor de la opinión.

Todo ello apunta a la evidencia de que el cuerpo político danés, maduró y estable, cree en una cierta alternancia, y si en ocasiones, favorece un acento redistributivo, en otras prefiere inyectar elementos de liberalismo saneador en las formaciones gubernamentales. Y todo ello coronado por el hecho de que el Estado danés es, desde la II Guerra Mundial a esta parte, básicamente de naturaleza socialdemócrata, es decir, que ningún partido en condiciones de gobernar pone en cuestión lo fundamental del Estado de bienestar.

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Dinamarca no es el Estado continental más fervoroso en relación a la construcción europea, y sus reticencias contra la burocracia de Bruselas, ese espantajo que sirve como coartada para refugiarse en el campanario de lo nacional, a veces no desdicen de las británicas. Pero la continuidad de la gobernación socialdemócrata parece haber contenido las mayores tensiones en ese campo. Y tampoco es evidente que el anuncio oficioso de franceses y alemanes de que podamos estar abocados a una Europa de dos velocidades, una de primera clase con Francia, Alemania y el Benelux, y en el paquete sobrante los demás, haya despertado en Copenhague la misma emoción negativa que en Londres, Roma o Madrid.

Dinamarca es un asociado estimable, aunque no idealista, de la Unión Europea. Y bien está que así sea, puesto que ello no implica una política obstruccionista, sino un prudente escepticismo a la hora de conjugar grandes conceptos. Por eso, el electorado ha reiterado su confianza, pero sin entusiasmo, a una coalición que ha probado su eficacia dentro de ese tono medio de gris sabiduría que parece tan propia de las cosas escandinavas.

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