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Equilibrio del terror en Burundi

Las fuerzas de seguridad controlan el distrito de Kamenge, donde en los últimos dias han muerto decenas de personas

Alfonso Armada

El miedo a una segunda Ruanda ha actuado como antídoto.. Del mismo modo que las grandes potencias evitaron aniquilar el mundo gracias al equilibrio del terror atómico, tutsis y hutus se observan con miedo en Burundi y, aunque desde el presidente interino, hasta el último residente extranjero temen "que estalle lo peor", el país sigue columpiándose en el filo de un cuchillo. En, octubre de 1993 murieron entre 50.000 y 100.000 personas, tras el asesinato del primer presidente hutu de Burundi, Melchior Ndadaye, elegido en unos comicios ejemplares. Desde entonces, la violencia entre las do! comunidades no ha cesado, pero no ha ni rozado la magnitud del drama ruandés. En los últimos días los enfrentamientos entre el Ejército (formado por tutsis en su 95%) y radicales hutus del barrio de Kamenge, al norte de la capital, Bujumbura se ha cobrado unas 50 vidas, según testigos presenciales.Kamenge es una isla de adobe, palmeras y uralita, un horizonte de casas bajas roto por antenas de televisión, palmeras y baobabs a los que les cuesta des pegar del suelo. Tras el asesinato de Ndadaye, los hutus barrieron del lugar a los escasos tutsis que vivían allí. Las ruinas de entonces (la limpieza étnica, como en la antigua Yugoslavia, empieza con la quema de las viviendas) se confunden con las ruinas de ayer. Restos de combates recientes. Hay gendarmes vestidos de vistoso azul-camuflaje y soldados de caqui en las entradas del barrio, tranquilos, bien armados y amparados en tanquetas negras, blindadas y artilladas. Kamenge es el cuartel general de los irredentos hutus, de ahí que pe riódicamente el Ejército cerque el barrio y trate de eliminar lo que considera un foco de resistencia terrorista. En las últimas horas,Tuentes militares han llegado a asegurar que, en Kamenge, Cibitoke y Kinama han en contrado cobijo numerosos interahamwe (los que atacan juntos), milicianos hutus ruandeses a los que se les acusa de las matanzas desencadenadas en Ruanda en a pasado.

La tranquilidad está volviendo lentamente a Kamenge. Aunque las. tropas del Ejército burundés seguían controlando los principales accesos, las pistas de tierra, que desembocan en la asfaltada avenida principal, recobran la vida. Los vecinos que, habían huido ante los fuertes combates del martes y miércoles pasados comenzaban a volver a sus viviendas. Los enfrentamientos terminaron con la vida de dos soldados "y de, al menos, cincuenta personas según fuentes periodísticas locales, que vieron a numerosos cadáveres en las calles del barrio. Según estas mismas fuentes, la mayoría de los muertos "fueron retirados por los militares y enterrados en una fosa común". Los combates, sin embargo, se recrudecen cuando cae la noche. El sueño de los habitantes de Bujumbura no ha dejado de sobresaltarse por los reiterados intercambios de armas automáticas. Como en la madrugada del jueves, en que Regaron hasta Gatoke, al sureste de la capital, donde se encuentra la residencia del presidente.

La grieta entre las dos comunidades que habitan Burundi es la mayor amenaza para el futuro del país. Hasta el punto de que Sylvestre Nibantunyanga, un hutu del gobernante Frente para la Democracia en Burundi (Frodebu), que ha ido moderando progresivamente su lenguaje, hizo el miércoles un llamamiento a la población para "mantener la, calma y salvaguardar la paz". En teoría, tras las elecciones de 1993 que ,otorgaron una aplastante victoria al Frodebu sobre la mayoritariamente tutsi Unión para el Progreso Nacional (Uprona), los hutus gobiernan. Pero, el poder real reside en el Ejército, absolutamente controlado, como la prensa, la banca y la Administración de justicia, por los tutsis. Bujumbura, una hermosa capital, cuidada, con amplias y floridas avenidas, acostada junto al lago Tanganika, es un buen ejemplo del poder tutsi frente a barrios como Kamenge. Los milicianos tutsi, los Sans échecs ("los invencibles los que no han conocido la derrota") actúan con toda impunidad e incluso reciben armas de sus hermanos del Ejército. Entre los radicales de ambos bandos, Burundi trata -como puede- de evitar caer en el abismo de Ruanda.

Los enfrentamientos que rebrotaron esta semana en Kamenge, Bubanza, Ngozi y Kirundo, al norte del país, cerca de la frontera con Ruanda, donde se encuentran alojados numerosos refugiados, coronan una semana de febriles negociaciones entre el Gobierno y la oposición. El sábado pasado, 9 de los 13 partidos políticos del arco ideológico burundés firmaron un acuerdo para excluir la violencia política y establecer un periodo transitorio en que las decisiones del Gobierno serán tuteladas por un Consejo Nacional de Seguridad equilibrado entre la mayoría hutu y la minoría tutsi. El acuerdo fue saludado con entusiasmo por el enviado especial de las Naciones Unidas en Burundi, el mauritano Abmedou Ould Abdallah: "Creo que es un buen paso para evitar el caos que hemos visto en Ruanda", declaró.

Ruanda y Burundi comparten no sólo el mismo, desequilibrio étnico (85% de hutus y 14% de tutsis), sino un pasado colonial en el que los belgas exacerbaron las diferencias entre los tutsis, a los que proporcionaron educación y utilizaron para controlar y gobernar el país; y los hutus, a los que redujeron a una suerte de feudalismo contemporáneo, condenados al cultivo de la tierra y a ocupar un lugar inferior en la escala social. Pero, frente a la revolución nacional hutu de Ruanda, que a comienzos de los sesenta acabó con la monarquía tutsi, en Burundi las cosas discurrieron de forma diferente, al conservar la minoría tutsi el con trol absoluto del Ejército. Los intentos democratizadores de Nda daye, que pretendía reequilibrar también las Fuerzas Armadas, se encontraron con una feroz oposi ción. Soldados tutsi acabaron con su vida. Como en Ruanda, la ¡mpunidad es moneda común en Burundi. Como en Ruanda, los ingredientes para la tragedia están aquí. De momento, el miedo ha servido de contención. Pero nadie se atreve a pensar en el futuro, mientras el país avanza por un filo de navaja.

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