Larga lucha por la libertad

Hay que buscar demasiado Eurípides en estas Troyanas: está su grandeza trágica, su situación límite, sus destinos y sus profecías; está, sobre todo, su libertad de ajeno a la política de su tiempo, de exiliado voluntario (a Macedonia) de la tiranía de Atenas (Arquelaos) y de rebelde. Una obra subversiva; por eso la. eligió Sartre y la adaptó o la reescribió en su propio lenguaje, de su día, en 1965 y no por casualidad: estaba el mundo en los más rudo y repugnante de la guerra del Vietnam. Tampoco creo que hoy se capten sus referencias, metidas dentro de las alusiones a Asia; y a África, ahora, porque tampoco la eligieron por nada el traductor Alfonso Sastre, otro comprometido en varias aventuras de libertad, ni el director Eusebio Lázaro, que la da ahora para recaudar fondos para Ruanda, en un terreno que parece devastado y abandonado, inaccesible -el de la fábrica del Águila- en cuya dirección las alusiones -visibles, sonoras, gestuales- están claras. Todo tiene un sentido: el de una larga lucha por la libertad a través de los autores, los textos, las situaciones del mundo. Se prolongan. Lo que yo, como espectador, recojo mejor, es el texto de Sartre (con la fuerza castellana de Sastre), la valentía de sus monólogos el aplastamiento del lugar y el tiempo, el pesimismo infinito.

Defectos de dicción

Sobre todo, cuando lo dice y lo actúa muy bien Berta Riaza. Ella, o María José Goyanes o Franciso Hernández, o Cristina Higueras, que responden a la manera anterior de hacer teatro: con la prosodia requerida y su proyección. La manera actual la olvida; se deja ir por sus vicios infantiles de ceceos, o de otros defectos de dicción. Digo defectos cuando se hace un teatro unitario, con el inevitable sentido coral que tiene esta tragedia cuyo título ya indica de quién es el protagonismo: de todas las mujeres troyanas, de un colectivo. Cuando es un teatro bien escrito, en un buen español, cargado de significados. No culpo de los defectos de orquestación a Eusebio Lázaro porque ya sé cómo es formar un reparto tan numeroso de mujeres jóvenes, y cómo los ensayos a veces resultan inútiles con generaciones muy resistentes al aprendizaje, quizá por defender sus propios valores. Son las propias actrices las que deben defender su profesión. Los sonidos discordantes (entre las ovaciones y los bravos) que hubo en el público al aparecer Eusebio Lázaro no los puedo atribuir más que a eso: a la falta coral. Lo demás sucede como tiene que suceder, tal como está construida la tragedia: con una presencia y una voz cada vez ante el público. Y en un espacio desangelado.