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13 y martes

Tiempo atrás, tal día como hoy -martes y 13- los madrileños con principios procuraban no salir a la calle por lo que pudiera suceder. Les llamaban supersticiosos, una figura que la Iglesia católica abomina, sin entender que la superstición no es más que una defensa profiláctica de la propia integridad y, en definitiva, de la vida, que son la esencia del dogma y de la doctrina cristiana.Superstición es el modo castellano de superstitio, supervivencia, y si la tradición dice que el dies martis y el número 13 traen mal agüero, hacen bien los madrileños en defenderse de ellos. Los orígenes de estas teorías son imprecisos, y por eso los madrileños con principios de los tiempos antiguos no las atribuían parigual gravedad. Los había, incluso, que consideraban venturoso el 13 y se hacían expresamente encontradizos con el número -por ejemplo, para fijar la fecha de un viaje o jugar a la lotería- ante el horror de quienes le atribuían influencias perversas.

De cualquier forma, en martes, o 13, los madrileños flanqueaban el portal de sus casas con el pie derecho -pues el izquierdo también acarrea malos auspicios-, caminaban por el bordillo de las aceras por si de los tejados se desprendía alguna comisa o de los balcones se caía alguna maceta, llevaban bien calado el flexible por si otros objetos indeterminados se precipitaban del cielo. Costará creer, pero a los tíos de un amigo entrañable, un día 13 que paseaban por la calle del Arenal, les cayó encima un cocodrilo. Es una procelosa e infortunada historia, la del cocodrilo, cuyas estremecedoras peripecias merecerían relatarse.

Cumplidos sus quehaceres, los madrileños se guardaban temprano los días martes y los días 13, por no seguir tentando la suerte. Pero si ocurría lo que tal día como hoy, que coinciden martes y 13, no salían de casa para nada y algunos ni siquiera se levantaban de la cama. Todo ello en aras de la supervivencia, naturalmente, pues cuidar la salud y salvar la vida es misión principal asignada al ser humano en este valle de lágrimas y un mandato de la Verdad revelada, que difunden las Escrituras.

Venían luego los días miércoles o los días 14 y los madrileños se echaban a la calle tan serranos y desapercibidos, seguros de que ya nada podía suceder. Y, en efecto, nada sucedía. Acaso alguno pisara una piel de plátano y se pegase la gran costalada, o cruzara sin mirar y le atropellase un tranvía, mas siempre serían la excepción. Los tiempos han cambiado mucho desde entonces y ahora cualquier día parece martes y 13. Madrid, si bien se mira, es martes y 13 el año entero.

Decía Quevedo que tales días son aciagos para quienes caminan a pie, pero si hubiera conocido los automóviles y los automovilistas seguramente se habría pronunciado de otra manera y hasta habría concluido que lo realmente aciago es Madrid. De lunes a domingo los madrileños que pretendan transitar en coche se encontrarán con el maleficio de la mala educación manifestada mediante bocinazos, gritos e intolerables menciones a la santa madre; de las dobles y terceras filas de automóviles que bloquean las calles; de los automovilistas y los motoristas que se saltan los semáforos poniendo en peligro vidas y pertenencias; de los estacionamientos a golpes, y otras múltiples desventuras. Y así ocurre que nada más amanecer ya les están dando a los ciudadanos por donde no les peta, entran en estado de crispación creciente y, llegado el atardecer, se podrían pegar con su padre.

Era mucho más, llevadera y bonita la vida cuando los madrileños no estaban aherrojados por la fatalidad de una ciudad caótica, y sólo temían los sinsabores y las desgracias que pudieran sobrevenir en martes y 13, o con ocasión de diversas supersticiones menores, como pasar bajo una escalera, derramar la sal, darle la mano a un gafe, poner un sombrero sobre la cama.

La Iglesia anatematiza a los supersticiosos sin darse cuenta de que se limitan a interpretar la voluntad divina. Nos lo decía en cierta ocasión el torero gitano Rafael de Paula: "Dios es infinitamente bueno, pero no hasta el punto de perdonar a quien cometa una acción tan horrible como poner encima de la cama un sombrero". Y tenía razón. Aunque aún podría ser peor: poner el sombrero encima de la cama un martes y 13, provocando el fin del mundo.

Dicho lo cual, más valdrá tocar madera, por si acaso.

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