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FLAMENCO

El duende de los japoneses: ritual de belleza

Es la tercera vez que vemos a Yoko Koinatsubara y sus huestes en Madrid con un espectáculo no menos sorprendente que los anteriores. Sorprenden, sobre todo, la profundidad con que esta mujer ha calado en un arte, que tan lejano les queda a los japoneses y la dignidad con que lo lleva a un escenario.Su Duende del flamenco es quizá un duende oriental, impasible, lo que se aviene mal con la temperatura que se supone en lo Jondo, pero en cambio propicia un ritual de belleza fascinante. Estructurado sobre versos de García Lorca -que dice sobriamente Paco Lahoz, sin ningún énfasis enojoso-, las distintas secuencias se engarzan a un ritmo sostenido y sumamente eficaz, sin violencias ni espacios vacíos. Y cada se a tiene una entidad propia, personalizada, lleva una música y una danza individualizadas.

Duende del flamenco y Carmen

Ballet de Yoko Komatsubara. Madrid, teatro Nuevo Apolo, 9 de septiembre.

Ahí es donde la imaginación, el buen gusto, la fantasía de Yoko Komatsubara crea páginas de rara belleza, como esa: in sólita Serpiente blanca, que interpreta un travestido Antonio Alcántara de manera admirable, o la sencillísima Crótalo, que tal encanto tiene. Toda esta parte del espectáculo puede ser una teoría ejemplar del flamenco llevado al marco teatral con imaginación y originalidad.

Hay una capacidad inventiva que no desdeña detalles tan nimios como los pétalos dé rosa cayendo sobre el Camborio muerto para añadir belleza a la belleza. La estética es determinante en todo momento, creando un espacix) casi iconográfico habitual en los espectáculos de Komatsubara, sin que ello Vaya en detrimento del baile. Las luces y el vestuario merecen en este contexto una mención de especialísimo rango.

Bailar, se baila

Porque bailar, se bailá. Especialmente los conjuntos tienen un gran protagonismo, evolucionando con rigor sobre las pautas de coreografías Igualmente imaginativas y frescas. Las individualidades quedan quizá por debajo del colectivo. La misma Komatsubara se limita a marcar los pasos y componer la figura; el baile en solitario de Luis Ortega no pasó de convencional.En cuanto a esta Carmen, nada nuevo añade a la historia de Merimée, salvo la música y el cante flamencos. Es excesivamente larga, y no le vendría mal algún recorte, singularmente en la exposición de la parte argumental, no siempre bien resuelta; por ejemplo, los cuerpos rodando sobre el escenario, por el amor o la pelea. Se canta y se baila mucho; y es lo destacable en el conjunto de la obra, siempre sobre los mismos presupuestos de una gran belleza formal, coreografías espléndidas y perfecta ejecución de conjunto.

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