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Espías, traficantes, prostitutas y monjas 'toman' Goma

Una dantesca 'normalidad' impera en el mayor campo de refugiados del mundo

La ciudad de Goma (200.000 habitantes) es en estos momentos un tumultuoso caos tropical donde el mosquito anofeles aguijonea a dios y al diablo con impune fluidez. Al margen de los refugiados, esto es un nido de espías, misioneros, traficantes de armas, monjas, observadores militares, aventureros, cooperantes de organizaciones no gubernamentales, funcionarios de Naciones Unidas, palomas y buitres. Aunque parezca mentira, también pululan por aquí turistas temerarios. Toda esta gente revolotea en torno al millón largo de ruandeses de la etnia hutu hacinados en los campos de Kibumba, Katale, Mugunga y Goma ciudad. Esta localidad no estaba preparada para convertirse de la noche a la mañana en el mayor y más espantoso campo de refugiagos de la historia de la humanidad.El marasmo imperante en Goma puede ser descrito con un solo dato: casi todos los días, más o menos a las cuatro de la madrugada, hay una manifestación de policías y militares zaireños reclamando su sueldo, del que no tienen conocimiento desde hace dos meses. Gritan consignas en idioma lingala, cantan, disparan al aire. Estos mismos individuos ejercen de maleantes bajo cualquier disculpa, a cualquier hora y delante de quien sea. No hacen distingos en el momento de atracar: sino encuentran dinero despojan al infeliz de sus ropas, incluidos los calcetines, y le dejan a la intemperie como Dios lo trajo al mundo.

La llegada masiva de personas, alimentos y medicinas al bananero aeropuerto internacional ha puesto los precios por las nubes. Mientras los especuladores hacen su agosto, la mayoría de los ciudadanos contemplan impotentes el encarecimiento imparable de la subsistencia cotidiana. Goma tiene algo de poblachón de las películas del Oeste. Prácticamente hay una sola calle donde miles de zaireños se pasan el día mirando y deambulando. Las aceras están atestadas de tienduchas miserables y cantinas cutres repletas de moscas y niños mendigando. Hay multitud de farmacias que lo mismo te expenden aspirinas que cazuelas. Cada esquina está tomada por hombres y mujeres con fajos impresionantes de billetes ofreciendo cambio de moneda.

En la ciudad de Goma se masca la miseria. Y aunque nadie le hace demasiado caso, el volcán Nyiragongo no cesa de humear. El contraste bestial está en las orillas del majestuoso lago Kibu, donde compiten en fastuosidad muchas villas, entre ellas la impresionante fortaleza que aquí tiene el presidente de Zaire Mobutu Sese Seko para dejar bien claro en la región quién es el que manda.

Palidece hasta el más chulo

Es temerario para un musungu (blanco) salir por la noche, pero se sale, normalmente en comando. Goma la nuit es un peligro inefable. En los dancings (bailes) tenebrosos y en las discotecas-almacén se escucha la música zaireña del momento: Papa Wemba, Masututsa Dance Band, Empire Bakuba o el trío femenino Chicco Chimora. Como dato exótico también se escuchan canciones de Los Panchos. Los nativos bailan espectacularmente. Los perplejos musungus observan apostados en la barra y son presa codiciada por las zaireñas de la noche.Este cronista asistió a un espectáculo sorprendente: dos negritas se enzarzaron en colorista y cruel pelea por conseguir los favores de un hombre blanco, más en concreto de un cooperante vasco gordito y barbudo. Las chicas se tiraban de los pelos emitiendo insultos presuntamente denigrantes. El causante de la refriega huyó a la francesa.

El doctor Livingstone decía que África desconoce el pudor. En esas discotecas palidece hasta el más chulo: las mujeres, sin previo aviso y con toda naturalidad, se acercan a un musungu, introducen su mano en la entrepierna del cuitado y sopesan la entidad del órgano libertino; si consideran que es menguado, se alejan desdeñosamente. Estas actitudes montaraces amilanan a hombretones alemanes, holandeses, españoles, suecos, australianos, israelíes, canadienses y franceses, casi todos los cuales abandonan el tugurio con el rabo entre las piernas.

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Mientras tanto, la situación de los refugiados se va normalízzando. La epidemia de cólera está prácticamente atajada, la mortalidad ha disminuido drásticamente; el sida se incrementa. A pesar de todo, la vida comienza a hacerse un hueco en los campos. Sin embargo, se ha empezado a detectar la reaparición de la meningitis. Las diarreas hacen estragos, sobre todo entre los niños. Sigue existiendo una gran penuria alimenticia. El número de muertos es flexible: entre 200 y 400 al día. Cuando los fallecimientos ocurren durante la noche, los familiares envuelven a sus muertos en una esterilla y los dejan a los lados de la carretera. Cada mañana un camión recoge una veintena de cadáveres que son depositados en una inmensa fosa común aliñada con cal viva.

Linchamientos diarios

En el interior de los campos suele haber dos o tres linchamientos diarios. Los hutus no tienen compasión con los ladrones ni con los espías que incitan a volver a Ruanda. Y se ensañan: lapidan, masacran los cadáveres de los traidores sacándoles los ojos y sometiéndolos a degradaciones rituales.Por otra parte, varias decenas de religiosos y religiosas están agazapados en la zona de Goma a la espera de entrar en Ruanda para continuar con su labor apostólica y humanitaria. Cada dos o tres días, algún enviado de esas instituciones se desplaza a Kigali e informa de la situación. Oficialmente, no hay peligro en Ruanda para los religiosos. Oficiosamente, nadie se fía.

El pasado viernes, a mediodía, llegó a Goma procedente del campo de Bukavu Juan Bartolomé, coordinador de la Agencia Española de Cooperación Internacional. Bartolomé comenta que la situación en Bukavu (500.000 refugiados) es similar a la de Goma. Sin embargo, destaca que ha ocurrido el primer linchamiento en el interior de ese campo: un infiltrado tutsi fue asesinado y no quedó ni rastro de él.

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