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FERIA DE ARGANDA

Una faena a la antigua

José Ortega compuso una faena de las que no se llevan y eran habituales tiempo atrás; es decir, variada y breve. Realmente, lo que ejecutó José Ortega fue dos faenas en una, o una faena dividida por dos, pues cuando había terminado de interpretar el toreo a la antigua hizo punto y aparte, emprendió el toreo a la moderna, y pegando los pases que conforman la naotauromaquia, de poco le dan las tantas.Inició José Ortega de rodillas su tarea al primer toro, muletazos por alto, molinetes, esas cosas; de pie ligó redondos cargando la suerte, la cargó asimismo en series de naturales de impecable factura, abrochó tandas con trincheras, el de pecho o el de la firma, y al adornarse afarolado ya estaba contento el público, alcanzado el triunfo, la faena conclusa y toreado el novillo, que pidio la muerte. Los novillos no suelen pedir la muerte mediante solicitud escrita o mugida al alcalde, pero se les ve en su actitud, en su posición ahormada, juntas las manos, y ese morrillo descubierto que parece decir comedme, o estoqueadme con media lagartijera.

Castilblanco / Ortega, Macareno, Uceda

Novillos de Castilblanco, desiguales de presencia, sospechosos de afeitado, flojos; 3º, chico, desmochado e inválido.José Ortega: espadazo enhebrado, estocada corta y descabello (aplausos y saludos); estocada caída, rueda de peones y descabello (oreja). Macareno: pinchazo hondo -aviso- y se tumba el novillo (silencio); estocada muy trasera (palmas). Uceda Leal: media, rueda de peones y dos descabellos (silencio); bajonazo (palmas). Plaza de Arganda del Rey, 6 de septiembre. 2ª corrida de feria.

El público que llenaba aquellos tiempos pasados las plazas, por descontado la afición, los toreros, sus mentores y restantes taurinos que conocían a fondo el toreo (y no como ahora ... ) percibían inmediatamente la demanda de muerte del toro, y si el diestro no se la daba en el acto, ese era su fallo o su fracaso. En los tiempos presentes, por el contrario, los aludidos (se exceptúan aficionados) lo entienden al revés: hay que pegar pases hasta que al toro apenas le quede un soplo de vida y el público se ponga a roncar.

José Ortega, que había hecho su toreo variado e imaginativo, técnico y dominador, reemprendió la ardua tarea de los derechazos en medio de la general desolación. Calmó el público sus entusiasmos, miraba la hora el alcalde-presidente, desfallecían los músicos, los aficionados empezaban a perder la ilusión que les había llevado a Arganda, y el más veterano, don Mariano, que jamás se pierde la famosa feria de novilladas, sentenció en nombre de todos el estado de la cuestión: "Ese joven está dando el coñazo".

No fue el único en la tarde. Sus compañeros de terna, Macareno y Uceda Leal, también lo dieron empeñados en pegarles pases a los novillos y sus respectivas sombras. Mejor sería decir a los cadáveres de los novillos mochos y sus respectivas malas sombras. Gran pena fue esa, con las esperanzas que tenían puestos los aficionados en Macareno, de quien cuentan y no acaban, y por si sacaba la torería y el exquisito estilo de su padre, el maestro retirado del mismo apodo; y en Uteda Leal, legítimo triunfador en la última isidrada. Los novillos, es cierto, no se prestaron. Y no por mal instinto sino por su debilidad congénita y su desmoche adquirido.

Muletazos hondos repitió Ortega en el cuarto novillo -al que cortó oreja-, detalles sueltos mostraron los otros espadas... Y, sin embargo, la función careció de interés. Ni siquiera poseyó la vibración de pasadas ferias, aquellas que veteranos diestros aún recuerdan como tardes de miedo y hule. Los tiempos antiguos del toreo (o no tanto: una década atrás aún se toreaban toros enterizos) tenían muchos defectos, sordideces, injusticias innecesarias; pero nunca faltaba la emoción. Y la fiesta de los toros, sin emoción no es nada. Absolutamente nada.

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