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Rincón sienta cátedra otra vez

César Rincón se reencontró con lo mejor de sí mismo, con su esencia de coletudo a carta cabal, y en el quinto toro explicó ayer sobre el rubio encerado del albero colmenareño una de sus mejores lecciones. No es, nuevo el magisterio del colombiano, sumo sacerdote de esta religión laica que es la fiesta, y ya ha dictado otras clases supremas sentando cátedra en Las Ventas, la última en el pasado San Isidro con el encastadísimo Bastonito. Pero sí constituye novedosa noticia en su actual temporada, que Rincón conduce con más grisura y desajuste que éxito, salvo en aquella cita isidril.¿Y qué hizo el diestro? ¿Acaso inventó el toreo? ¡Quiá! Se limitó a mostrar la verdad eterna del mismo: burlar armoniosamente la furia de los cuernos con un señuelo escarlata. Aplicar autoridad, coacción, dominio e imperio sobre las astas. ¿Y cómo lo hizo? Pues como solamente él de entre las figuras se atreve a practicar este evangelio de la fiesta que tan pocos conocen y practican.

San Román / Ortega, Rincón, Sánchez

Cinco toros de Manuel San Román (uno fue rechazado en el reconocimiento), muy bien presentados y mansos. 4º de María Auxilio Holgado, sobrero (en sustitución de uno de María Luisa Lara devuelto por inválido), con volumen, manejable y mocho.Ortega Cano: pinchazo sin soltar -aviso-, pinchazo, estocada, cuatro descabellos -segundo aviso- y se echa el toro (algunos pitos); pinchazo sin soltar y estocada caída (bronca). César Rincón: media atravesada -aviso-, estocada ligeramente contraria y descabello (ovación); estocada (dos orejas). Manolo Sánchez: estocada que asoma y descabello (oreja); estocada contraria delantera (ovación). Plaza de Colmenar Viejo, 29 de agosto. Tercera de feria. Más de tres cuartos de entrada.

En esta fundamental cuestión sí que el colombiano, pese a sus altibajos, es único. Porque desprecia el habitual encimismo con que se producen sus colegas de los altos puestos del escalafón. Porque concede todas las ventajas al toro; en este caso un mansote cobardón, renuente a embestir y que podía transmutar esta catadura en peligroso comportamiento, salvo que se le realizasen las cosas con ajuste perfecto.

Rincón así las desarrolló: Después de darle la distancia que requería el morlaco y cruzarse para encender su escaso celo, clavaba los pies en el suelo, cargaba la suerte, adelantaba la pañosa hasta el punto exacto del embozo, lo llevaba ceñido a la cintura más allá de la cadera y vaciaba el remate quedando colocado para el siguiente embroque, que alumbraba en un palmo de terreno. Así de fácil, en teoría.

Como la inspiración y el sentimiento le rebullía a borbotones, sobre tanta autenticidad añadió una concepción de faena unitaria pero con variedad: junto al toreo fundamental de redondos, naturales -dos tandas citando de frente- y pases de pecho, agregó hondos doblones iniciales para enseñarle a embestir al bicho, pases del desprecio, de la firma, trincherillas y unos mandones ayudados por alto finales que constituían un grupo escultórico de arrebatadora emotividad.

Tanta belleza merecía el colofón de un estoconazo hasta los gavilanes con el que el diestro también estremeció las fibras sensibles del cotarro. En definitiva, una borrachera de arte y ciencia, una labor armónica, hija del saber y del buen gusto. Ya en su primer bicorne Rincón reverdeció mustios laureles, pero éste acusó flojera y todo quedó en un anticipo de la explosión que vendría después.

El estallido de Ortega Cano fue precautorio. El público se cuestionaba filosóficamente si la desconfianza del cartagenero sería por las descaradas perchas de su primer enemigo. Más no. No era cuestión de pitones, sino de bemoles. El sobrero corrido en cuarto lugar, un buen mozo, jabonero de pelaje y mocho de astas -fue el único lunar negro en la irreprochbable presentación de la corrida- era apropiado para un espectáculo de rejoneo. Y como Ortega Cano no es rejoneador, siguió con su canguelo.

Manolo Sánchez lucró un trofeo con una mezcolanza de su depurado y artístico estilo y de un feo aprovechamiento del viaje del tercero, un manso encastado. Alumbró excelentes muletazos y aunque faltó reposo y sobró trepidación, más vale esto que las precauciones orteguianas. El que cerró festejo sólo recibió un picotazo trasero y, por tanto, llegó sin ahormar, crudo y rebrincado a la flámula, que el vallisoletano movió con valor

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